Ahora que hemos
entrado en el año del centenario del Colegio Maestro Zubeldia, que no dudamos
que estará lleno de actos conmemorativos, aprovecho para recordar, gracias a Karla
Llanos que me envía el periódico EL NERVION del 22 de noviembre de 1908, el
homenaje que le dispensaron los antiguos alumnos del citado profesor, cuando
todavía estaba en activo, todo un ejemplo para las generaciones futuras, del
respeto, admiración y cariño al que les había dado sus primeras enseñanzas en
la vida.
Se había formado una
comisión organizadora del acto en los salones del HOTEL, con comida, en el que
asistieron 72 antiguos discípulos suyos, que aquel domingo a la una y media
ovacionó largamente la entrada en el salón de su querido maestro y que contaría
con la Banda Municipal dirigida por el maestro Amenábar, que se había adherido
al acto ofreciendo un concierto muy aplaudido.
En los postres el Sr. Zubeldia, emocionado, agradeció el
homenaje de cariño hacia él, que según dijo, tenía para él mas valiosa
significación por ser aquel día el en que se celebraba el cumpleaños de su
querida madre cuando esta vivía.
Evocó los tiempos en
que eran niños los que, hombres ya, le rodeaban, dándole pruebas de un afecto
que jamás podrá olvidar. Aconsejó a todos que inculcaran en sus hijos el amor
al maestro, amor que con tanta fuerza sentían y tan gratamente para el
expresaban.
Habló a continuación
Adolfo Larrañaga y en su discurso, de notas sentidas y elocuentes,
trató de la lucha que sostienen la inteligencia y la bondad del profesor contra
la gran variedad de caracteres, torpezas y travesuras de sus alumnos. Dijo que
el progreso de un pueblo se mide por el numero de escuelas que tiene, y por su
parte Emiliano Hormaza, Pedro Campos, el ingeniero Riviere, Escartin y Alberto
Larrañaga hicieron entusiastas manifestaciones inspiradas, lo mismo que las
anteriores, en la hermosa significación del acto en que tomaban parte. El
ultimo de ellos en nombre de la comisión organizadora dijo que esta se sentía
orgullosa ante el concurso de tantos y tan queridos condiscípulos le habían
prestado. Realzó la figura del maestro, a quien todos debían los principios de
la cultura que tienen y después de dar un voto de gracias a los señores José Lecue y
Marcelino Amenabar por el concurso que artísticamente habían
prestado al acto, proclamó lo honroso que este era para Portugalete.
Qué gratificante sería
encontrar ahora, más de un siglo después, este tipo de reconocimientos a la figura
de tantas maestras y maestros que vocacionalmente han dedicado sus años a la enseñanza
de las nuevas generaciones.
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