lunes, 8 de febrero de 2016

MUESTRAS CLASISTAS DE LA RELIGIOSIDAD EN LA POSGUERRA: ENTIERROS Y FUNERALES



Tasio Munárriz nos envía un estudio analizando las muestras de religiosidad existentes durante la posguerra. Empezamos hoy con las referentes a entierros y funerales.

El entierro consistía en la conducción del cadáver desde la casa mortuoria hasta el cementerio. Los ricos o las autoridades municipales contrataban una carroza con caballos y a los miembros de la Hermandad de San José para acompañar con sus “hachas de respeto” (en la foto superior en el entierro del médico Felipe Martínez).
Los menos ricos se conformaban con un coche fúnebre elegante o a hombros. El entierro, con tres curas que rezaban un responso en el cementerio, se celebraba antes que la misa-funeral en la parroquia. Los ricos introducían la caja en un nicho dentro de su panteón familiar. Los demás en la tierra, a veces sin lápida. Como los gastos eran caros, el Ayuntamiento se hacía cargo de los correspondientes a los llamados oficialmente “pobres de solemnidad”. En concreto, en 1946 pagó 500 pesetas por ataúdes.
En cuanto a los funerales podían ser de cuatro clases, según el contrato con el seguro. Los de “Primera” eran celebrados por tres curas con casulla y dalmáticas negras, acompañados por el órgano y un grupo de cantores masculinos que entonaban la Misa y el Requien de Perosi. El catafalco (simulacro de féretro) estaba cubierto con un paño negro y rodeado de coronas y hachas. Los de “Cuarta” sólo tenían derecho a un cura a secas. Los especiales tenían el catafalco en la parte central y delantera del templo, como en el funeral encargado por el Ayuntamiento a la muerte de Alfonso XIII. (Bajo estas líneas en la foto sacada por Serapio Ruiz Barturen).




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