lunes, 9 de diciembre de 2024

TRAS UNA VISITA GUIADA DE TURISMO EN SANTURTZI

  




El pasado sábado, asistimos curiosos a una visita guiada organizada por la oficina de turismo de Santurtzi.

Además del guía que dirigió la visita desde el edificio del puerto hasta el kiosko del parque, contamos con la presencia de tres personajes que nos recordaron en forma teatral a los turistas del siglo XIX y a los pescadores y sardineras con la subasta de pescado.

El veraneante con su sombrero canotier recordando el ambiente de aquella belle epoque nos trajo a la memoria la portada de la revista NUEVO MUNDO del 25 de agosto de 1897, con un personaje como él en un dibujo titulado Arrullos de playa.

Como me ha parecido interesante una parte del reportaje, con el relato de uno de los pescadores de entonces, lo recojo aquí, con un saludo a nuestros amigos santurtziarras:

 Cuando al caer la tarde preparamos aparejos y redes y nos lanzamos en nuestras traineras con el farol a proa, hala que te hala, la espalda al viento y en la popa el patrón, no sabemos si el adiós que damos a nuestras mujeres es el último, y, sin embargo, no hay nada de patético en él: ahí está nuestra grandeza.

Nosotros nos vamos hacia el peligro con la misma indiferencia que vosotros a vuestras diversiones. Sobre poco más o menos nuestros ojos han descubierto fosforescente en el mar el banco de sardinas, en medio del cual hemos de lanzarnos.

Las traineras se separan y la red comienza a tenderse, no sin antes arrojar el cebo o la masilla para atraerlas. Así llega y pasa la noche, la noche larguísima que nos hiela, porque contra la noche de invierno, metidos en el mar, no hay ropa que valga.

Los pescadores somos caros y por eso nuestras mujeres gritan si volvemos sin pesca al muelle. Cuando alborea, las traineras van orzando unas a favor de otras y la red se va recogiendo, y mientras unos la recogen, los otros van echando sardinas sobre cubierta, y es de ver desde la costa cuando los lanchones avanzan, rebosando de pesca que fosforece.

No bien enfilamos la barra y empezamos a sortear los canalizos y cuando vemos en lo alto de los paredones las mujeres de los capachos que empiezan a ver quien da más subastando la mercancía, los hombres que exportan la sardina preparan sus cestos volviéndolos hacia las lanchas y allá va cayendo el pescado y venga una capa de sal y vaya más pescado y más sal, hasta que se llenan hasta los bordes y se cosen los mimbres y se dejan listos para echarlos al tren.

—Y qué ganáis con tantos riesgos? —

Lo que nos toca, según lo que traemos y nada más.

Así me habló aquel mozo grande y fuerte a quien la chamarreta dejaba dibujarse la curvatura de su pecho musculoso, y que con la boina echada hacia atrás y el pantalón azul remangado, se mostraba a mis ojos con toda la grandeza de esos héroes desconocidos de quien se ocupa concisamente un telegrama diciendo:

“Ayer, en aguas de Bermeo, o de Ondarroa, o de Zarauz, zozobró una lancha con 10 tripulantes. Se ignora el paradero de otras dos”.

1 comentario:

  1. Interesante. Qué poca importancia se les da a muchas profesiones!

    ResponderEliminar