El pasado sábado,
asistimos curiosos a una visita guiada organizada por la oficina de turismo de
Santurtzi.
Además del guía que
dirigió la visita desde el edificio del puerto hasta el kiosko del parque,
contamos con la presencia de tres personajes que nos recordaron en forma teatral
a los turistas del siglo XIX y a los pescadores y sardineras con la subasta de
pescado.
El veraneante con su sombrero
canotier recordando el ambiente de aquella belle epoque nos trajo a la
memoria la portada de la revista NUEVO MUNDO del 25 de agosto de 1897, con un
personaje como él en un dibujo titulado Arrullos de playa.
Como me ha parecido
interesante una parte del reportaje, con el relato de uno de los pescadores de
entonces, lo recojo aquí, con un saludo a nuestros amigos santurtziarras:
Nosotros nos vamos
hacia el peligro con la misma indiferencia que vosotros a vuestras diversiones.
Sobre poco más o menos nuestros ojos han descubierto fosforescente en el mar el
banco de sardinas, en medio del cual hemos de lanzarnos.
Las traineras se
separan y la red comienza a tenderse, no sin antes arrojar el cebo o la masilla
para atraerlas. Así llega y pasa la noche, la noche larguísima que nos hiela,
porque contra la noche de invierno, metidos en el mar, no hay ropa que valga.
Los pescadores somos
caros y por eso nuestras mujeres gritan si volvemos sin pesca al muelle. Cuando
alborea, las traineras van orzando unas a favor de otras y la red se va recogiendo,
y mientras unos la recogen, los otros van echando sardinas sobre cubierta, y es
de ver desde la costa cuando los lanchones avanzan, rebosando de pesca que
fosforece.
No bien enfilamos la
barra y empezamos a sortear los canalizos y cuando vemos en lo alto de los
paredones las mujeres de los capachos que empiezan a ver quien da más
subastando la mercancía, los hombres que exportan la sardina preparan sus
cestos volviéndolos hacia las lanchas y allá va cayendo el pescado y venga una
capa de sal y vaya más pescado y más sal, hasta que se llenan hasta los bordes
y se cosen los mimbres y se dejan listos para echarlos al tren.
—Y qué ganáis con
tantos riesgos? —
Lo que nos toca,
según lo que traemos y nada más.
Así me habló aquel
mozo grande y fuerte a quien la chamarreta dejaba dibujarse la curvatura de su
pecho musculoso, y que con la boina echada hacia atrás y el pantalón azul
remangado, se mostraba a mis ojos con toda la grandeza de esos héroes
desconocidos de quien se ocupa concisamente un telegrama diciendo:
“Ayer, en aguas de
Bermeo, o de Ondarroa, o de Zarauz, zozobró una lancha con 10 tripulantes. Se
ignora el paradero de otras dos”.
Interesante. Qué poca importancia se les da a muchas profesiones!
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