Acabamos de leer la
noticia de que Bernardo Atxaga, miembro de Euskaltzaindia y Premio Nacional de
las letras españolas, ha sido condecorado con la medalla de oro al Mérito en
Bellas Artes, una de las máximas distinciones por méritos en el campo de la creación
artística y cultural.
Esto nos trae a la memoria la cita que nos dejó en Lekuak, su autobiografía de sus años en Portugalete que recogimos en el nº8 de Cuadernos Portugalujos y que traducido por Roberto Hernández Gallejones decía:
Todavía recuerdo que
me acerqué al pueblo por primera vez desde la margen derecha de la ría, después
de visitar a un amigo de Algorta, y que para pasar al otro lado tuve que coger
un bote al que llamaban “gasolino”. Ibamos sobre el agua, y de repente, al
mismo tiempo que el encargado del bote aminoraba la velocidad, un carguero
tremendo pasó por delante de nosotros llenando las olas; era del tamaño de una
casa de cinco pisos, de color negro y rojo, y tenía a su costado escrito el
nombre de “Ingrid”. Cuando el barco nos adelantó, vi a dos marineros en su
parte trasera, y alcé la mano y les saludé. Qué vayan lejos, que se lleven –como
si fuese otra carga– mi clase de vida de hasta entonces.
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Cuando se cumplieron
aquellos tres años –he dicho antes que fueron años felices– me marché de allí con
pocas ganas. No pude seguir con aquel trabajo, eso fue todo. Para entonces
había conseguido un puesto de trabajo más estable –en el instituto de
Txurdinaga, exactamente–, y tenía nuevos proyectos, ligados con la literatura,
los cuales me exigirían mucho tiempo. Por tanto, tenía que irme.
El último día, cuando
iba a la estación de tren de Peñota, vi al pavo real del parque cuando tenía
completamente abierta la cola, y, como a los marineros del barco de mi llegada,
le saludé con la mano. Así acabó mi estancia en Portugalete.
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