sábado, 18 de diciembre de 2021

RELATOS DEL FIN DE SEMANA: LAS CALLES SONORAS (1)

 


Ahora que las calles han sido invadidas por nuestros coches, camiones y autobuses, privándonos de aquellos espacios de juego y de los sonidos del día a día que animaban las calles de la Villa, bueno es echar la vista atrás y recordarlos.

En primer lugar, citaremos los sonidos cotidianos. Los que vivían cerca de la ría conocían de memoria el traqueteo del puente, el chirriar del tren y el silbar del jefe de estación para dar salida al convoy, los toques de bocina de los barcos pidiendo paso al maquinista del puente o los repiqueteos del encargado de picar la pintura vieja y la roña a los remolcadores.

Los cercanos al tranvía conocían el “clónclón” de cada unidad y el estridente sonido de sus frenos o el de la campana que avisaba a los peatones despistados de su presencia o a los pasajeros que llegaba una próxima parada. Los días de viento sur, también se oía a lo lejos el “cuerno” del Altos Hornos que llamaba al turno de trabajo o al merecido fin de jornada.

Todos los demás, escuchábamos con atención los toques de campana que señalaban “los cuartos, las medias y las enteras”, las llamadas a misa, el toque del Ángelus, los toques lastimeros “a muerto” que diferenciaban si el fallecido era hombre, mujer o niño, el de “a rebato” o el “tentenublo” para alejar las tormentas. Y si hablamos de campanas, no podemos olvidar la campanilla que hacía sonar el monaguillo por las calles “Tilíntilín, tilíntilín” mientras el cura llevaba el Viático a un enfermo.

Pero a todos estos sonidos, había que añadir los del quehacer diario. Antiguamente, contaba Ciriquiaín, los días de viento sur el atabalero recorría las calles anunciando con sus redobles el peligro de fuego. Las mujeres se avisaban: “¡El sur, el sur! , moderando el tiro de la chapa.

Los que vivían cerca de escuelas, colegios, ikastolas y demás centros escolares, estábamos “curados de espanto” de las lloreras de comienzo de curso o de las salidas en tropel al recreo donde se mezclaban los balonazos con los cantos durante los juegos de corro, de la cuerda o de la goma, etc. De repente, el bullicio cesaba y comenzaba los melodiosos: “¡Dos por una es dos, dos por dos cuatro,….!”, “¡El Ebro nace en Fontibre, provincia de Santander!” o los franquistas: “Isabel y Fernando, el espíritu impera…” o “Montañas nevadas...” con los que pretendían fomentar el “Espíritu Nacional”. La chavalería les cambiaba la letra, resultando que “Isabel y Fernando tuvieron un hijito, le pusieron Jaimito…”o que “¡Franco, Franco, que tiene el culo blanco….!.

Por las calles se oía, los días que tocaba, la corneta del basurero: “tutututu”. No había escusas, tocaba bajar la lata o el balde con la ceniza (el resto se quemaba en la chapa) al camión que sustituyó a los carros de la basura. El basurero subido en el volquete golpeabael recipiente contra la cartola, “plonplon”, para vaciarlo por completo y de nuevo para casa.

José Luis Garaizabal Flaño
(seguiremos con otros sonidos callejeros)

1 comentario:

  1. Un artículo muy ameno. Los sonidos forman parte de nuestras vidas. Permítanme añadir algunos más.
    El sonido de la flauta esa rara (¿cómo se llamaba?) con la que tocaba el afilador de cuchillos, anunciando su llegada con la moto y la piedra redonda de afilar (que seguro que también tendrá su nombre). Yo lo oía todas las semanas desde mi casa del Ojillo.
    El incordio del sonido de las campanas del convento de las Siervas de María: yo vivía casi enfrente y tuve que soportarlo durante años a las 7 de la mañana. Hoy (casi) lo echo de menos.
    Pero el sonido portugalujo por antonomasia que me ha acompañado toda mi vida, y aún sigue acompañándonos, es el de las gaviotas. Fieles a su cita mañanera, recordándonos que Portugalete es puerto de mar.

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