domingo, 19 de diciembre de 2021

RELATOS DEL FIN DE SEMANA: LAS CALLES SONORAS (2)

 


Al final de las clases, la algarabía se trasladaba a cada calle. Allí, con la merienda en mano, comenzaban los mil y un juegos, cada uno con su sonsonete y época: “¡Tres navíos en el mar…!”, “¡Un, dos, tres, carabá, bá, bá, tóqueme Roque!”, “¡Leeejía del Coneeejo, es la mejor lejíiiiiia...!.”, “¡Chorro, morro, pico, tallo, qué!”, “Bat, bi eta iru, lau, bost eta sei, pero que vaaaa que vi con el etaiiiiiru!”,“¡Alto la maza!”, etc. A esto, había que añadir el sonido de las trompas sobre el suelo o el de las hachas partiendo leñas para la chapa, delante del portal, para una vez terminada la labor volver a jugar hasta la hora de cenar, momento en que empezaba la monserga de todos los días: “¡Fulaniiiiitoooo, pa’casa!” con la súplica de costumbre: “¡Ama, un poco más!” y la respuesta de la jefa: “¡como baje ahí, vas a subir a alpargatazos!”. Poco a poco, el silencio se hacía dueño de las calles.

Al llegar la noche, antiguamente, llegaba el turno de los serenos, que además de la vigilancia pregonaban: “¡Las doce en puuuunto y sereeeeno!”. En mi calle comenzaba el “concierto” del bolingade Enrique hasta que Narcisa le metía a casa y se acabó la interpretación del “Noche de amor, noche misteriosa…” cantado a su sombra. Entonces, tomaban el relevo los gatos callejeros que se colocaban en fila para dormir calentitos junto a la pared de la panadería. Todo acababa entre maullidos de terror cuando aparecía el perro suelto del conserje del Campo San Roque. Como la población gatuna seguía procreando, las bajas se cubrían con la siguiente camada que venía precedida del maullar continuo durante el celo que parecía un bebé llorón.“ ¡Miaaaaau, miaaaau…!”.

Otro sonido semanal era la kalejira que hacía la Banda de Txistularis los domingos al alba. Poco a poco, sus alegres sones iban sonando más cerca y era el anuncio de que tocaba levantarse. En fiestas, era la Banda de Música la que nos deleitaba con pasodobles a la hora de comer. Si tocaba día de salida de los gigantes y cabezudos, los cohetes y los txistularis se encargaban de anunciar y acompañar el festejo.

Que decir de aquellas sonoras comedias que interpretaban los volatineros con su estrella, el enano Cosmín. Todo el público con su banqueta entonaba aquella de: “¡Cosmín, Cosmín, te quiero porque eres tan chiquitín…!” o la atracción delante del bar Rovira que pregonaba la visión de un eclipse a través del culo de una botella: “¡No se lo pierda, esto es genial, vea el eclipse por solo un real!.Periódicamente, recorrían las calles “los gitanos de la cabra”. Un trompetistau organista entonaba un pasodoble “¡pararapapáparabapapapapapa..!” mientras la cabra, dirigida por el secretario y su palito, subía por la escalera plegable hasta colocar sus cuatro patas sobre un pequeño taco de madera y dar un giro saludando al público al que la secretaria pasaba el sombrero.

José Luis Garaizabal Flaño 
(seguiremos con otros sonidos callejeros)

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