Si, prescindiendo de las
connotaciones que la contienda política americana le haya dado a la palabra en
el curso del tiempo, yo fui becario. No fue una iniciativa doméstica, hubo
sesión persuasiva previa. Yo fui un becario promovido por un maestro que actuó,
ante nuestros padres, como mentor de nuestras posibilidades.
Visto lo ocurrido después,
desconozco el valor del entusiasmo paterno por mi oportunidad, pero fuimos tres
alumnos, los primeros que, tras convencer a los respectivos padres de nuestra
valía académica y aceptada la propuesta, fuimos promovidos como candidatos a
becarios de cara a realizar el bachillerato en centros adecuados, no en una
escuela nacional, de donde proveníamos, y de la que, por aquel entonces, sólo
se podía salir en dirección a la escuela de formación profesional.
El maestro, Don Emilio Brull
Valero, creyó conveniente facilitar el salto a los tres para ir a estudios
superiores, adquiriendo la formación necesaria, que la escuela no podía
garantizar. Y esa promoción tuvo una cancha en la que se jugó un examen de
valoración del nivel escolar, que aprobamos y que facilitó a los padres unos
ingresos extras que permitieron financiar en parte los estudios de bachillerato
de los tres en un colegio religioso. (Una ley posterior facilitaría las cosas
permitiendo el paso desde la escuela al bachillerato superior, previa
validación de nivel tras aprobar la reválida elemental.)
La renovación, curso tras curso,
de la concesión de la beca, era posible tras un trámite y la presentación de
las calificaciones académicas del curso previo. En mi caso, llegué así hasta
sexto de bachiller.
Posteriormente, al hacer COU, ya
trabajaba en INDUQUIMICA de Luchana y la parte de la financiación de mis
estudios estaba resuelta. El contrato era temporal y las relaciones y amistades
comunes con personas de la dirección no sirvieron para perpetuarlo como fijo.
Pasados los años, a escondidas,
les di las gracias por no admitirme: el tiempo demostraría que, de no haber
aceptado el traslado a Algeciras, Huelva o Tenerife, me habría quedado en la
calle, con algo más de cincuenta años y que, esa edad habría sido un obstáculo
en mi vida laboral.
Hasta donde sé, los tres hemos
tenido una carrera laboral satisfactoria en el campo comercial o técnico,
según. En mi caso, altamente satisfactoria.
Dos de nosotros, ahora, vivimos
en Catalunya, lejos de Portugalete, donde yo mantengo los vínculos y la familia,
pero no sé si a J.C.C. le queda alguien de sus allegados.
Martintxu
Con un agradecimiento
afectuoso a
los hijos de Don Emilio,
un gran educador y
una persona íntegra y
dedicada.
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