Tras el comienzo
del artículo anterior de Tasio
Munárriz, sobre las cartillas de racionamiento en los años de la posguerra, continuamos
hoy con el mismo donde repasa la situación de los principales alimentos, el
tabaco o el estraperlo:
Cada cartilla
estaba compuesta por un talonario de cupones para aceite, arroz, azúcar,
garbanzos, bacalao, tocino y varios y unas hojas con espacios para ser sellados
por el tendero para carne, grasas y pan.
“Los de
Abastos”, sin avisar, inspeccionaban los pesos de las tiendas para ver si
estaban trucados. Los tenderos se las apañaban para corregirlos y demostrarles
que eran exactos.
Para la venta
de la carne había carnicerías designadas, sometidas al sistema del
racionamiento, y otras de venta libre, mucho más caras y con un género mejor.
Los huevos estaban fuera del racionamiento y la docena llegaba a valer más que
un kilo de carne o pescado. De ahí venía el dicho de aquella época “Cuando seas padre, comerás huevos”.
El pollo era
un lujo, uno de los platos preferidos en las fiestas familiares y en Nochebuena
o Nochevieja. El café-café era casi desconocido y se utilizaba la mezcla de
malta y achicoria con derecho a volver a usar las borras. Como la harina de
maíz era barata, se consumía mucho morokil y talo.
La leche
también caía fuera del sistema y era de varias clases según la cantidad de agua
que contenía. Pero esta adulteración tenía un límite. A un vecino de Urioste
que vendía la leche en la villa el alcalde le multó dos veces y, como
persistía, el gobernador le sancionó con 500 pts. Esta vez la
práctica viciosa consistió en que la leche sólo tenía “el 2% de manteca y bastante cantidad de agua”. A la leche sin agua
se le llamaba “rusa” porque estaba sin bautizar; la bautizada recibía adjetivo
de “española”. En 1942, 17 lecheros fueron sancionados con multas de 100 a 200 pesetas por vender
leche adulterada.
El beneficio
por la venta de calzado sobre costo en factura estaba controlado así: Hasta 10 pts, un 20%; de 10 a 20 pts, un 25%; de 20 a 30 pts, un 30%; y de 30 en
adelante un 35%.
Al declararse
en 1940 el comercio libre de la patata, su precio subió de tal manera que era
inaccesible para la mayoría de la población.
Lo que sí
había en abundancia era vino (1,60 pesetas el litro), boniatos, sardinas en
salazón (arenques), algarrobas, etc. Los “chuches” de los niños eran
precisamente algarrobas, chufas, regaliz de palo, etc. El precio del chiquito
de vino rioja era de 10 céntimos de peseta (una perra gorda) en 1937, mientras
que en la capital y los pueblos circundantes se vendía a 15 céntimos. El gremio
de taberneros de la villa solicitó al alcalde subir su precio hasta esa
cantidad. El billete del Puente costaba 10 céntimos (una perra) y el del bote 5
(una chiquita).