Siguiendo
con el tema del cementerio de las clarisas dentro del recinto del convento,
señalaré que como yo había investigado los enterramientos portugalujos en
general, caí enseguida en la cuenta, cómo en su día había localizado otra
ubicación de un panteón de ocho tumbas del que las monjas actuales no tenían
noticias.
Fue
en 1919 cuando la abadesa Sor Purificación Galarraga, había solicitado al
Ayuntamiento el permiso pertinente para construirlo en su huerta, con el fin de
trasladar los restos de las hermanas. Santos Zunzunegui levantó el plano de
situación (sobre estas líneas). El asunto se dilató un año, ya que vemos como
el 1º de Mayo de 1920, el Gobernador ordenó se estableciera de una vez una
comisión para buscar el sitio más adecuado para las inhumaciones y así cumplir
con la Real Orden de 1835, que las prohibía en el interior de las iglesias.
Esta se formó con el Concejal Juan Arámbarri y el Regidor Síndico Manuel
Meléndez por parte del Ayuntamiento, y el Inspector Provincial de Sanidad,
Fermín López de la Molina. Este apremiaba la solución “para evitar que se practiquen enterramientos
en sitios que están terminantemente prohibidos”.
El
14 de Mayo de 1920, reconocieron el atrio y huerto y dictaminaron que el lugar
idóneo para las ocho fosas, era el comprendido entre la tapia de cerramiento
del convento por su lado norte (dando al Callejón del Muerto), donde se
encontraba instalada la sala de labor. Tendría una superficie de 11 m . de longitud y 2,50 m . de anchura. Este
terreno debería estar cerrado por valla o alambrada.
Suponemos
que allí se construiría, ya que no hay datos que indiquen lo contrario y que
tras el incendio y destrucción del convento sufridos durante la Guerra Civil,
los restos enterrados en el nuevo panteón se trasladarían, después de 1938, a la zona de la
huerta que aparece en el mural.
Resulta
curiosa la narración escrita por una hermana, del entierro de la anciana lega
Sor Teresa de Jesús y Erauskin el 29-9-1936, pues lo hicieron de noche, sin
ataúd, sobre una pequeña escalera de mano que sirvió de “angarilla”, sin luces,
sin enterradores y para no llamar la atención, las monjas cavaron la fosa.
En
1946, se trasladaron a él desde el panteón de la Siervas, los restos de la
Madre Vicaria, Sor Concepción Piñaga, que había fallecido en 1937 en Casa de
los Butrón donde se refugiaron algunas tras la expulsión ocurrida el
17-12-1936.
Lo
que parece probado, es que no todos los restos de las hermanas, que durante los
últimos 306 años se habían enterrado en el coro bajo, fueran trasladados a estos emplazamientos, ya que
durante las obras de conversión del Convento en Centro Cultural, aparecieron
múltiples restos de enterramientos en tumbas formadas por tabiques de ladrillo
y que por decisión técnica, quedaron bajo el nuevo suelo del salón, debajo el
antiguo coro. Tal vez entre los restos estuvieran los de Ochoa Ortiz de Larrea
y Martiarto, quien había otorgado testamento en 1603 a favor de las Beatas,
ordenando “que su cuerpo sea
sepultado en la yglesia y capilla ques de sancta clara, camino de sanctarxe……
ques de las beatas de san francisco… e para ello se traiga un ávito del
seráfico padre san francisco, en el quan sea enterrado mi cuerpo”,
posibilitando la finalización del Convento e Iglesia y que aquellas hermanas
pasasen en 1615, tras un año de noviciado, a formar la nueva Comunidad de
Clarisas, que este año cumplen su quinto centenario.
JOSE
LUIS GARAIZABAL