Ante este largo fin de semana con el
puente del primero de mayo, Martintxu
nos sigue deleitando con sus recuerdos infantiles que lo complementamos
recurriendo al archivo fotográfico de Edu
Benito, con la foto del Alto de La pastora y un grupo de chavales del
Ojillo en los bajos del Hotel junto al establecimiento de bicis de Santos en
esta primera parte que continuará mañana:
En mi anterior entrada para compartir,
mencioné los castigos musicales sabatinos del Hno José Carlos, del Colegio
Santa María, y su afición a la música y la ópera clásicas. Bien, de él aprendí
a escuchar, entre otros, a Bach, pero no es fácil compañía para acompañar el
estudio ó la llegada de recuerdos, por lo que, antes de seguir, he apagado su
música.
He repasado mis notas, en papel ¿eh?,
nada de móvil. ¿Sabéis?, los antiguos, aprendimos a escribir sobre papel.
Luego, algunos pasamos al teclado.
Años después, por motivación laboral,
principalmente, tomé la costumbre de llevar siempre encima una libreta de
bolsillo para apuntar asuntos a no olvidar.
Ya jubilado, sigo igual. La libretilla
viene muy bien para casos así. Ahí dejé recuerdo de ésta intención: escribir
sobre nuestras/mis excursiones desde El Ojillo.
En torno a 1961, éramos: Ukillo(+),
Mikel -su hermano- ,Iñaki T., Julio Ch., Julián, Manu, Javi A., Lean, Javi
B.,... No penséis que fuéramos aventureros al estilo libro de "los
cinco", no, lo nuestro era más bien "turístico": conocer.
Proveníamos de familias humildes donde,
a veces, el padre traía un "billete verde". Del reparto de ese
billete de mil, por esas fechas, yo recibía dos pesetas de paga semanal.
Ya veis: daba para poco y esa escasez,
lo recordaréis, la compensábamos con artesanía manual. Así, nos hacíamos los
tiragomas, con horquillas de ramas de pino (era lo que más a mano teníamos);
los chiflos, con güitos de albérchigo; la cerbatana, con la caña de un boli bic
y arroz; la pelota de frontón, con una piedra redonda, lana sobrante de casa y
esparadrapo; los hinques, con varillas de ferralla, recortes sobrantes de las
obras; las pistolas de güito de aceituna, con pinzas de madera; la navaja de
cortar fruta con un palo abierto y una cuchilla de afeitar; con los prensas de
los tensores de los postes, redondeábamos trozos de cristal para poner en las
chapas, sobre la foto del ciclista; con cerillas guardadas y escondidas,
hacíamos fogatas para asar patatas,... ¡¡hummmm, qué aroma!!. Y así todo.
Lo de las bicis vino más tarde y eran de
alquiler. Para entonces empezaba a despuntarnos el bigote y el vello en las
corvas. El establecimiento se encontraba debajo del antiguo hotel. Allí, se
recogían y se retornaban. No recuerdo el nombre de la tienda-taller.
Perdón, vuelvo atrás. Iba a comentar las
pequeñas salidas que, a veces, a escondidas, solíamos hacer lejos de nuestra
calle. Una de ellas, especialmente recordada por mi culo, fue que subimos al
monte de piedras y llegamos hasta las casas de El Progreso. Era un medio
desconocido, unas viviendas bonitas, de dos pisos,... Lo pasamos bien, pero no
oímos los gritos de llamada de mi madre, no. Y la llegada a casa, dio lugar a
un viraje al rojo en el color en mis asentaderas.
La subida, liderados por Miguel, que era
algo mayor que nosotros y vivía en el número 12 -frente a la tienda de Celes-,
la hicimos salmodiando aquello de "Cagalera fue al cuartel - y le dijo al
Coronel - que pintase la bandera de color de cagalera - fue al cuartel - y le
dijo al Coronel - que ...".
Hubo otras experiencias. No sé si contar
la Campa del Gordo como una excursión, la teníamos bien cerca. Lo que alguna
vez sí hicimos, fue llegar un poco más lejos y subir hasta el Alto de la
Pastora y pasar al huerto de Martin, para recoger algo de fruta -una pieza por
niño y con mucho cuidado para no romper nada, ni pisar los cultivos-.
Os podrá parecer un abuso, pero en esos
años mozos, creo no haber entrado allí en más de seis ocasiones. Seguro que mi
abuela Martina, junto con Teodora y Martin se ríen leyendo esto último.
Martin preguntó en una ocasión, sobre si
habíamos asaltado la higuera, que la notaba sin fruto y los había visto ya
hinchados. Le pude asegurar, y era verdad, que nosotros no habíamos sido.
Lo que me dio que pensar fue eso, que me
lo preguntó, y si lo hizo, es porque sabía que a veces le retirábamos la fruta
más madura. Es que si no, no podíamos comerla por falta de herramienta
adecuada. Lo que nunca hicimos fue quitarle una patata para asarla y merendar.