El periódico enportugalete.com
dedica este mes la ficha de portugalujos a la figura del doctor Zaldúa, que
además mantener un recuerdo imborrable en la Villa, tiene una calle dedicada a
su persona.
Además del artículo glosando su figura de Roberto Hernández Gallejones en la Biblioteca Digital, aprovechamos esta ocasión para recoger las líneas que nos escribió su hijo, también médico, José Mª Zaldúa Alberdi, ya hace unos años:
Además del artículo glosando su figura de Roberto Hernández Gallejones en la Biblioteca Digital, aprovechamos esta ocasión para recoger las líneas que nos escribió su hijo, también médico, José Mª Zaldúa Alberdi, ya hace unos años:
Natural de Zumárraga, aunque circunstancialmente nacido en
La Habana el 24 de febrero de 1884, vivió ya desde los primeros meses de su vida
en Zumárraga. Estudió Bachiller en el Colegio de los Padres Dominicos de
Vergara y la carrera de medicina en la Universidad de Valladolid, doctorándose
en Madrid en 1909.
Muy estudioso y hombre de gran constancia y tenacidad,
obtuvo por oposición la plaza de alumno interno de Anatomia y, más adelante la de
Partos y Ginecología. Este trabajo le obligaba a permanecer días y noches en el
Hospital Clínico en continua convivencia, no sólo con los enfermos, sino con los
compañeros de sala de más antigüedad y trato más cercano con sus profesores.
De ahí que, al terminar la carrera, no sólo había adquirido
una gran práctica médica -esa que no viene en los libros-, sino además una
profunda identificación con el Hospital.
Vaya sólo como anécdota que en las 30 asignaturas de la carrera
y las del doctorado, obtuvo la calificaci6n de sobresaliente con Matrícula de
Honor, excepto en una (en la que el profesor era un hueso) que le dieron
aprobado. Aquel año el profesor en un acto de generosidad dio aprobado general
sin ninguna distinción.
Consideraba el Hospital como algo básico en el ejercicio de
la profesión, fundamentalmente en su aspecto benéfico y asistencial, y aprovechando
su experiencia de vida hospitalaria, consiguió hacer del Santo Hospital Asilo
de San Juan Bautista de Portugalete, un gran Hospital: una parte era la
Residencia de ancianos que hoy llamaríamos Residencia asistida y, otra,
Hospital Clínico, sala de hombres y sala de mujeres, donde ingresaban los
enfermos benéficos cuya curación no era posible en su domicilio.
Independizado del bloque general, construyó otro pabellón
para enfermos infecciosos y otro independiente para el lavado y planchado de
ropa.
Consciente también de la deficiente asignación económica a
los hospitales, tenía una magnifica huerta en la que trabajaban los asilados
ocupando su tiempo libre (laborterapia), gallinero, una conejera y una vaquería
de la que se encargaban asimismo los asilados. Esto permitía si no en su
totalidad, un importante autoabastecimiento de la despensa. No faltaba un magnífico
quirófano donde, no solamente se hacia la cirugía menor, sino en aquella época intervenciones
de importancia tales como: hernias, apendicitis, amputaciones, cánceres de mama.
etc. Disponían de muy buena luz, excelentes aparatos de esterilización y buen
instrumental.
Diariamente a las 8 de la mañana pasaba visita con el practicante
Ricardo Adán y las religiosas encargadas de las Salas respectivas. Esta
dedicación hospitalaria la compartía en meses alternos con el Dr. Gurruchaga.
Ambos, y con mucha razón, estaban muy orgullosos de su Hospital, modélico, no
solamente entonces, sino hoy, como Residencia asistida.
En su quehacer diario, pasada la visita al hospital,
visitaba a domicilio a todos los enfermos de beneficencia que para él era su
obligación prioritaria. Después de ello hacia el resto de sus visitas y pasaba
consulta en su casa donde no discriminó nunca el enfermo benéfico del no
benéfico.
El 14 de agosto del año 54 se le rindió un sencillo homenaje
en el Ayuntamiento, donde en un pleno extraordinario tres días antes, le declararon
Hijo adoptivo de Portugalete. En marzo del 55 en “su hospital” y en una
calurosa ceremonia le entregaron un cariñoso y afectivo diploma como reconocimiento
a su labor profesional. El 2 de septiembre del 60, a petición del Colegio de Médicos
de Vizcaya, el Consejo General del Colegio de Médicos de Madrid, inscribió su
nombre como Ilustrísimo Señor en el cuadro de Honor de los médicos españoles y el 19 de enero del 70, el propio consejo general de Colegios Médicos, le otorgó
una nueva distinción.
Si cabe destacar algo en su personalidad, fue su gran vocación
médica en el amplio sentido de la palabra, no dejando de acudir jamás a una llamada,
fuera la hora que fuese, cansado o no, y el sentido de la responsabilidad por
su cargo de medico titular e Inspector Municipal de Sanidad, dando siempre
carácter prioritario al enfermo benéfico. El interés por el diagnostico de sus
enfermos era tal, que cuando lo mandaba operar iba siempre al quirófano a ver
la intervención y más que por la satisfacción de haber hecho un buen diagnóstico,
por aprender a interpretar y valorar mejor aquellos síntomas que le habían
servido para definirse.
Aparte de ser muy estimado por su buen hacer y nivel científico,
el dominio del euskera e inglés fue muy útil para entenderse con la colonia británica
y los vascoparlantes.
Si es cierto que siempre detrás de un gran hombre hay una
gran mujer, este caso no es una excepción. Ella, además de madre y esposa, era
su secretaria, enfermera y colaboradora profesional. Le ayudaba a realizar las
curas en que hacía falta una mano más, tener a punto el aparato de rayos X, revelando
las radiografías y, si eran urgentes hasta altas horas de la noche, incluso
fabricando las vendas de yeso para que nunca le faltaran en una urgencia traumatológica.
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