La foto que ilustra esta entrada pertenece a los fondos de Julián Olano, en el bote “Mujica”, que
inspirara a Fede Cobos su popular canción “Botecito”, donde aparece sentado con
12 años y los pies fuera del bote, junto a su prima Regina F. Larrain, autora
de estos relatos, sus hermanas Josefina, Paquita, Mari Tere y Nieves, además
de Mª Luisa Martin, Gloria Arranz, Jerardo Muriel, y Angelines Alcalde:
Y aquí llega la última de mis aventuras en la que con más
que miedo, verdadero pánico, a las aguas encrespadas y revueltas.
En una maravillosa tarde de setiembre, llena de sol, con un
cielo muy azul y las aguas en la más completa calma, fuimos mi amiga Merche y
yo a dar un paseo por la ria.
Ella llevaba dos niños y una niña, Marisol. Yo llevaba a mi
sobrino Pablito y a Javi; todos tenían entre seis y ocho años. Mi primo
Julianchu, con sus doce años, y Pablito, soltaron el bote que estaba amarrado
en el dique y vinieron a recogernos a la escalera que hay antes de llegar al
Puente Colgante, por la parte de Las Arenas.
Allí esperábamos Merche y yo con los niños.
Embarcamos muy contentos, esperando pasar una tarde
inolvidable, y si que lo fue, pero no en el sentido que esperábamos.
Con un remo cada uno fuimos bogando por debajo del puente.
No habíamos llegado muy lejos cuando, de repente, se levantó una espantosa
galerna que, a pesar de nuestros esfuerzos, nos arrastraba irremisiblemente
hasta la escollera de Las Arenas, al final de la estatua de Churruca.
Nuestro bote parecía una cáscara de nuez bailando entre las
olas, pero sin chocar, afortunadamente, con ninguna de tantas rocas que
sorteábamos como podíamos.
De haber chocado, nuestro bote se hubiera hecho astillas.
Una ola traidora se nos metió en la embarcación y Merche,
con cuatro de los niños que estaban en la popa, quedaron prácticamente
empapados.
A Pablito no le alcanzó la ola porque estaba acurrucado en
la proa.
Los niños lloraban asustados y Merche, palidísima, no sabía
cómo animarlos. Yo los animaba diciéndoles que no era nada, que saldríamos pronto
de allí cuando vimos que se acercaba otra, para nosotras gigantesca ola, que,
por fortuna, vino a dar contra el carel, salpicándonos a todos.
En aquellos momentos, y desde lo mas profundo de mi alma, imploré
llena de angustia: ¡Virgen del Carmen, sálvanos! Y creo que me escuchó, porque,
poco a poco, retrocediendo unas veces, avanzando otras, sin saber de donde salían
nuestras fuerzas, conseguimos separarnos de aquel torbellino de rocas.
Y mi valeroso y querido primo, gritándome a cada instante:
!Rema fuerte Regi, mas fuerte!, !Con sus doce años!.Cualquier otro, en su
lugar, se habría echado a llorar.
Los tripulantes de una lancha motora que, por la orilla de
la punta del muelle de Portugalete, se dirigía hacia el rompeolas, nos gritaron:
¡No hay derecho, meterse ahí con tantas criaturas!. Pero no se acercaron a
prestarnos ayuda. ¡Ellos que eran hombres!
Espero que alguna vez les haya remordido la conciencia, pues
pudimos haber quedado allí para siempre todos nosotros.
Seguimos remando con gran esfuerzo y conseguimos llegar al
embarcadero de Las Arenas.
Echamos el grampín, pequeña ancla de cuatro brazos, para
alcanzar la barandilla, pero con la resaca no podíamos dominar el bote y cuando
creímos que teníamos bien sujeta el ancla, tiramos fuertemente de la cuerda
para poder atracar y esta se rompió, cayendo los dos para atrás.
Sin desanimarnos, ni Julianchu ni yo, con mucho tesón,
conseguimos al fin asirnos, con nuestras propias manos, a la barandilla y, de
esta forma, pudieron desembarcar Merche y los niños, que pasaron el
transbordador y fueron hasta el "muelle viejo", a mi casa. Allí mis
hermanas secaron y plancharon sus ropas.
Para mi primo y para mi no había terminado todo. El bote
había que llevarlo al dique y dejarlo bien amarrado en su lugar, por lo tanto
armándonos de mucho valor con mucho miedo en nuestros cuerpos, decidimos volver
dando un buen rodeo, para que no nos atrapara otra vez la temida escollera.
Las aguas estaban tan terriblemente picadas que nos costaba
mucho trabajo avanzar y de nuevo nos invadió el pánico al oír la sirena de un
barco que, a toda máquina, se dirigía a la Dársena de la Benedicta.
Lo vimos asomar entre los dos faros, el del Rompeolas y el
de Algorta y nosotros queriendo llegar, a todo trapo, a la orilla de la punta
del muelle.
Julianchu me animaba a mí y yo le animaba a él, pero lo que
en realidad temíamos era que el barco nos alcanzara, nos partiera en dos la
pequeña embarcación y dejándonos al garete, terminar en el fondo de El Abra,
siendo buena carnada para los peces.
Seguimos remando un poco más animados, porque ya nos
acercábamos al puente, ¡qué lejos estaba aquello!. Nos parecía que no íbamos a
llegar nunca. ¡Animo Julianchu que ahí tenemos el embarcadero! Un poco más. y
por fin, ¡el dique!.
Amarramos bien el “Múgica”, subimos por aquella escalera de
gato y ya en tierra firme, igual que en el bote, uno con cada remo, dimos
gracias a Dios por haber llegado y subimos a casa. Todos se alegraron al
vernos.
Merche estaba tan intranquila después de la amarga
experiencia que creyó que no íbamos a volver.
Después vino la reprimenda de mi padre por haber cogido el
bote sin su permiso.
Alguien que conocía el “Múgica” le dijo que estuvimos a
punto de ahogarnos.
¿Quien fue? No lo sé. Tal vez los que no nos ayudaron. ¡Cualquiera
sabe!
Pero nos dijo que si el bote no llega a tener la
"panza" tan ancha, no lo hubiéramos contado.
Merche y yo volvimos a atravesar el transbordador para
llevar los niños a sus respectivas casas.
De una cosa estoy segura, ni mi amiga, ni mi primo ni yo, olvidaremos
jamás esta aventura en la ría.