Sí, había pasado tiempo, dejábamos la
infancia y ya teníamos aprobada la reválida elemental: ¡éramos bachilleres!, lo
que conllevaba, se decía, el tratamiento de "Don". No era ese un
diploma, tampoco fue que, súbitamente, el tutor de clase pasara a tratarnos de
Usted ó como "Don TAL".
No; se trataba de una convención social
antigua y sin uso. Vamos, que nada había cambiado, pero fue motivo de mofa por
nuestra parte.
Bueno, sí, se avecinaban cambios. Alguno
de nosotros se encaminaba a la Escuela de Náutica o a la de Estudios
Mercantiles en Bilbao, incluso uno -Julián- hacia Valladolid, a estudiar para
Aparejador, como se decía entonces, ahora sería para Arquitecto Técnico.
Los que quedábamos aquí afrontábamos el
Bachiller Superior -5º y 6º-, la siguiente reválida y el COU. Pero eso fue
después de lo que sigue.
Mientras, llegaba el curso siguiente,
ese verano tiene lugar nuestra primera experiencia lejos de la familia. En mi
caso, y otros más, esa primera salida fue hacia el Pirineo. Con unos doce kilos
de mochila en la espalda de cada uno y teniendo una semana por delante, tomamos
el bus de La Unión a Pamplona, como escala intermedia.
Llegamos allí en plenos Sanfermines.
Eso, para un chaval de casi quince años, fue la locura. Vivir ese ambiente de
cerca, las calles colmadas de visitantes, estrenar los conocimientos de francés
con unos jóvenes -mayores que nosotros-, que se desperezaban en los asientos
vecinos del Paseo de Sarasate, con quienes compartimos la comida que traíamos
en la tartera,... para, llegado el momento, volver a la estación de autobuses y
tomar el que nos llevaría al Roncal, en concreto a Isaba.
De allí, caminaríamos hacia el Valle de
Belagua y cumbres cercanas. Teníamos planes de ascender a la Mesa de los Tres
Reyes, el Ezkaurre, Lakartxela,... El Anie no estaba en ellos: nos superaba en
lejanía y obstáculos.
Y así quedó, en planes. La tardía hora
de llegada a Isaba del bus de La Roncalesa procedente de Pamplona, el sol, que ya
se ocultaba tras las cumbres a poniente, y la hora, pasaban las 18h.,
detuvieron nuestro caminar y nos desanimaron de seguir la ruta hasta Belagua,
para asentar la tienda de campaña en la cercanía del cruce con la carretera que
lleva a Zuriza, por donde ahora se llega al Camping Asolaze.
Esa noche, recibimos una visita que no
saludó, pero dejó sus garras en los sobres de salchichas que se conservaban
sumergidos en las frescas aguas del río Belagua. Y no reincidió.
El día siguiente, tras la visita de los vigilantes
verdes de la frontera, lo dedicamos a reconocer la zona y para recuperar la
despensa. Al retorno a nuestro espontáneo campamento, encontramos que, a poca
distancia, había otro. Era un grupo de chicas a quienes saludamos y nos
presentamos.
Ese fue el inicio de unas jornadas de
camaradería y recorridos conjuntos, entre los que no estuvo llegarnos hasta la
Piedra de San Martin a la ceremonia del tributo de las tres vacas, pero sí
visitamos Uztarroz, la Foz de Mintxate, Txamantxoia,... incluso una sobremesa
nocturna en las campas de Belabarce, con un grupo de Gasteiz, allí instalados y
animada con una libación de glogg, típico vino especiado de origen sueco que se
bebe caliente pero sin llegar a quemar en la boca. Y calienta eh?, sí que
calienta.
Esos itinerarios y relaciones no
resultaron en mayor cercanía entre pares, a pesar de la semejanza de edades.
Al final, todo quedó en intercambio de
direcciones y las horas pasadas en común sirvieron para conocernos, expresar
experiencias y opiniones, escuchar músicas favoritas de todas y todos, cocinar
y comer en común,...
Pasados los días que el permiso familiar
nos otorgó, nos despedimos de ellas como caballeros y alumnos del Colegio Santa
María, mostrando el Don que ya precedía a nuestros nombres y dejando bien alto
el pabellón jarrillero ante unas jóvenes de Hernani.
Fueron placenteros días para recordar.
Martintxu