Después de ser ocupada la villa
de Bilbao el 19 de junio de 1937, fueron cayendo como piezas de dominó
Baracaldo, Sestao y Portugalete, tal día como hoy, día 22, sin ninguna defensa
porque el ejército vasco había evacuado.
Durante 40 años se celebró en
esta Villa la fiesta de su “Liberación” con festejos apropiados. Se hizo un
panteón en el cementerio para recordar a los Caídos del bando vencedor, se puso
sus nombres en una lápida a la entrada lateral del templo de Santa María, se
levantó un obelisco con su lápida correspondiente en los jardines de Salazar y
se publicaron recordatorios dando a sus familiares las medallas de bronce de la
Villa.
Actualmente no se celebra ni
recuerda nada: supuestos antirrepublicanos asesinados en barcos-prisión y
cárceles de Bilbao, bombardeos de la villa, caídos del bando perdedor o del
vencedor. Da la impresión de que en Portugalete no pasó nada. Además de las
conmemoraciones de los bombardeos de Otxandio, Durango y Gernika, en Bilbao se
ha recordado la batalla de Artxanda. En Portugalete no se ha recordado nada,
como si los portugalujos no hubieran estado en la guerra, como si ésta fuese
entre griegos y troyanos.
Pero Alfredo Sierra nos cuenta:
“Tenía yo 6 años cuando el 22 de junio de 1937 aproximadamente a
mediodía empezaron a pasar por delante de mi casa, Villa Nueva 13, los soldados
del Ejército nacional. Venían de Sestao en dos filas, cada una por un lado de
la carretera. Yo estaba en la puerta y uno de ellos salió de su fila para
pedirme algo caliente porque llevaba días comiendo frío como el bocadillo de
chorizo que iba degustando en ese momento. Quería que lo caliente se lo diese
con rapidez porque los jefes les habían prohibido entrar en las casas. Me dio
el bocadillo de pan blanco y entré en la cocina para enseñárselo a mi abuela y
pedirle algo caliente. Esta preparó una taza con un sucedáneo de café (malta o
algo así) que ya estaba caliente. El soldado se la tomó y siguió su camino. Yo
ya no les vi por dónde bajaban, probablemente por la carretera hasta el
cementerio de Portu o por la calle Maestro Zubeldia por debajo del Fuerte San
Roque. Iban unas decenas porque no me alcanzaba la vista a verlos desde los
primeros a los últimos.
Angel Alday dice que vio entrar a
unos pocos italianos con camisas “azurras” (azules) atravesando la Ría en botes
desde Las Arenas al grito de “Avanti per Saboya”.
Las versiones pueden ser
complementarias porque los ocupantes pudieron entrar por dos zonas
simultáneamente o con poca diferencia de tiempo y los testigos de Villa Nueva
no estaban al mismo tiempo en la Plaza del Solar.
El secretario municipal Mariano
Ciriquiain dejó escrito: “En la plaza de
la casa Consistorial, que luego había de llamarse del Generalísimo, apenas dos
docenas de personas y otros tantos soldaditos que se entretenían deshaciendo a
patadas los últimos restos de la influencia moscovita que pendían colgados de
un balcón. (…) Un bote aparecido sobre las aguas de la ría trajo unos “boinas
rojas” y unos “camisas azules” que nosotros, hechos a otros rostros, miramos
sorprendidos” (…)
Según este
testimonio, cuando entraron los carlistas y falangistas o italianos, ya había
soldados en la Plaza. El Ayuntamiento franquista condecoró con la medalla de
plata de la Villa a la compañía al mando del capitán Eleuterio Durán y de los
sargentos Diego Correas, Dalah Ben Adelkader Frahana y Ramírez Marian con dos
cabos y 15 soldados de nombres y apellidos españoles.
Los hijos y nietos de los 851
milicianos y gudaris, 115 de los cuales murieron en combate, tienen derecho, si
quieren, a decir que sus abuelos y padres no fueron malhechores sino leales y
defensores de unos valores democráticos que, al final, han prevalecido. El
Ayuntamiento republicano prohibió el sepelio público de los combatientes
muertos para no desanimar a la población pero añadía: “Día llegará y no tardando mucho, en que podamos tributarles el homenaje
grandioso e imperecedero que su heroísmo y noble sacrificio merecen”.
Ese día todavía no ha llegado.
Tasio Munarriz