Con la acuarela del Ibaizabal de Roberto
Hernández y el cuadro del Manuzar de
Ortiz Alfau, continuamos con el artículo de Josè Luis Garaizabal a propósito de la Fonda de la Bilbaina en el
Muelle Viejo allá por el año 1856.
Juan de Pagoeta en el último número
publicado de la Colección El Mareómetro “Crónica de la historia de Portugalete,
siglo XIX” nos decía: Tradicionalmente la comunicación con Bilbao se
desarrollaba por carretera en diligencias y por la Ría en lanchas descubiertas.
En 1830 las “lanchas sin cubierta” pasaron a ser cubiertas (popularmente
“carrozas”) que en 1838 se nos dice que eran “cuatro lanchas carrozas que se
emplean cotidianamente en viajes a Bilbao, y su retorno con pasajeros y
géneros” cuyo servicio ocupaba a 30 jornaleros, entre los que se incluían los marineros.
Se arrastraba a la sirga y empleaba tres horas en el trayecto. Eso en las
mejores condiciones, porque podía ser aún más largo si la marea y el viento
eran contrarios o si se reiteraban las interrupciones de los sirgueros para
tomar aliento y una copa. Letras grandes anunciaban los nombres de la carroza:
“El relámpago” y “La veloz”. Luego llegó el vapor y fueron tradicionales los
vapores Manusar, (anunciaba que admitía un “máximun de 100 viajeros en su
cámara primera o sea en popa, y 60 en segunda o sea a proa”) y El Nervión.
Pero dado que en el anuncio se cita al
vapor IBAIZABAL, hemos recurrido a parte de lo escrito por Juan María Martín
Recalde en el artículo “Ibaizabal el primer vapor de la matrícula de
Bilbao” en el primer número del Boletín del Itxasmuseum de Bilbao (2021).
Se puede leer el artículo completo en 01-MARITIMAS.pdf (itsasmuseum.eus).
El primer vapor matriculado en Bilbao,
lo hizo en mayo del año 1852 y lo compró D. Pedro Antonio de Errazquin en
Baiona (Francia), con el nombre de Javier Nº 2, a D. Enrique Pauc, como socio
de los Sres. “Pauc Hermanos”, quienes a su vez lo habían comprado en Burdeos,
al Sr. F. X. de Ezpeleta y al capitán del vapor Sr. Picón, donde daba servicio
de pasaje por el río Garona con el nombre de Clemence Isaure.
Con este nombre, Clemence Isaure, había
sido bautizado, con toda pompa, por el obispo de Toulouse, en el río Garona, en mayo del
año 1843.
El vapor se pintó de nuevo y se le
cambiaron telas y tapices. Se matriculó en Bilbao para hacer el servicio de
pasaje de Bilbao a Portugalete y, el Sr. Errazquin, le puso el nombre de Ibaizabal.
Además de los pasajeros que llevaba a su bordo, siempre se la veía subir y
bajar la Ría con algunas lanchas a remolque.
Aunque la compra se hizo a nombre del
Sr. Errazquin, los verdaderos propietarios, sumaban más de 25, entre compañías
y particulares, todos del comercio de Bilbao, como Sres. Epalza e Hijos, Ybarra
Mier y Cº, Luciano Urigüen, Joaquín Mazas, etc. (apellidos
ligados a Portugalete).
El barco era un gran lanchón o carroza
de vapor, con dos cámaras, una a proa y otra a popa y la máquina en medio y,
arqueaba 24 y ½ toneladas de 20 quintales (el quintal equivalía a 100 libras
castellanas, 46 kilos, por lo cual la tonelada tenía 920 kilos). Su precio fue
de 64.100 reales de vellón.
Tenía muy poco calado, lo que le hacía
ideal para la navegación fluvial, sobre todo en Bilbao por el problema de los
Churros, como llamaban a los altos fondos de cantos rodados que había en Botica
Vieja, pero este escaso calado, le hacía poco seguro para la navegación en mar
abierta.
Al venir de Baiona, tuvo una avería a la
altura de Lekeitio, que casi causa su naufragio, teniendo que entrar de
arribada a dicho puerto, con el auxilio de lanchas pescadoras. Hubo problemas
al matricularlo en Bilbao, por cuestiones de aduanas, pero al final empezó a
dar servicio entre las dos villas, Bilbao y Portugalete, los sábados y domingos
y fiestas señaladas. El viaje costaba 4 reales en la cámara de popa y 3 en la
de proa y tenía de duración algo más de una hora, frente a las 3 horas que
invertían, en el mismo, las carrozas que lo hacían a la sirga y remo. La
verdadera duración de estos viajes era un tanto incierta, por las continuas
averías en caldera y máquina, ya bastante trabajadas. Esto se traducía en
tiempos de inactividad para su reparación y, fue causa de que la gente, con
imaginación y cariño, le apodara Manusar (Manu zar - Manu
el viejo).
Al mismo tiempo de la llegada de nuestro
Ibaizabal a Bilbao, se matriculó en Santander el vapor Duque de la
Conquista, que allí apodaban Maliaño. Hacía un viaje semanal de
Santander a San Sebastián con escalas en Santoña, Castro Urdiales y Bilbao y,
una vez de pasada la peligrosa barra, pensó su armador, que sería buena idea
hacer una pequeña escala en Portugalete, para recoger pasaje y transportarlo a
Bilbao y, a la vuelta hacer lo mismo y dejar el pasaje en Portugalete. Como era
una forma de buscarse la vida, haciendo la competencia a nuestro
Ibaizabal, la gente le apodó Bisimodu (bizimodu).
En mayo de 1857 (El Ibaizabal)
salió a subasta, adquiriéndolo D. Fructuoso José de Belloqui, vecino de Bilbao,
qizuien solicita permiso para poner una caseta, para expedir los
billetes y una farola en el embarcadero del vapor, cerca del jardín grande.
El 17 de julio de 1858 pasan la barra de
Portugalete, para inscribirse en la matrícula de Bilbao, los vapores Nervión
y Vizcaíno Montañés, el primero para dar el mismo servicio que el Manusar y
el segundo para hacer viajes a Santander. En la noche del 24 de agosto de 1858,
chocaron ambos vapores, el Manusar y el Nervión en Olaveaga, al parecer
por ir el Manusar sin luces, quedando este en tan mal estado, que ocasionó su
retirada. Esto hizo que, su verde casco quedara arrumbado en algún lugar del
río y olvidado por todos.
Por lo tanto, Dª Brígida tendría que
cambiar el texto del anuncio, sustituyendo al “difunto” Ibaizabal “Manuzar” por
el vapor Nervión ya que fue el que más se citaba en los años sucesivos. La nueva
carretera Bilbao-Portugalete y los ómnibus (1858), los tranvías a Las Arenas-Algorta
y paso de la ría en lanchas (1876), el tranvía a Santurce (1882) y más tarde la
llegada del tren (1888), junto al despegue de Getxo como centro de baños, acabaron
con aquel Portugalete cabecera del turismo playero. Pero a pesar de todo, la
villa siguió apostando, y ganando, por ser el centro del comercio y de la
diversión de bilbainos y forasteros.