Hoy nos toca recordar a Periko
Solabarría, que ha pasado por méritos propios a figurar en el Diccionario
Biográfico Portugalujo.
Como se ha escrito mucho sobre
su trayectoria vital, vamos a recordar lo que se publicó sobre su figura, en
entrevista personal, en el libro, Portugalete.Santa María, historia de una calle, que hemos incluido en la Biblioteca
Digital Portugaluja, como pensamos hacer con todos los libros publicados sobre
nuestra Villa, con el proyecto de que sean digitalizados para que lleguen a todos
los portugalujos, pues la mayoría están ya agotados.
"La primera sirena
significaba que debíamos prepararnos para un bombardeo aéreo, la segunda nos
apresuraba para que corriéramos a los refugios y la tercera y ultima anunciaba
la llegada de los aviones caza de Franco y el inicio del fuego".
Periko Solabarria Bilbao
(Portugalete, 1930), pormenoriza con extraordinaria clarividencia los sucesos
de una guerra que le sorprendió con tan solo seis anos, cuando residía junto a
su familia en la calle Santa Maria, en la misma casa que le había visto nacer.
"Vivíamos en el numeró 2,
pero durante los bombardeos nos refugiábamos en el túnel del tren que unía
Portugalete y Santurtzi, en la iglesia o en el sótano del edificio contiguo al
nuestro. Recuerdo que mi madre nos hacia dormir vestidos por si teníamos que
levantarnos sobresaltados por algún ataque. Además, siempre tenia preparado un
capazo pequeño repleto de chocolate para que mi hermana Estefanía y yo
comiéramos mientras nos escondíamos, ya que a veces pasábamos allí horas y
horas", relata.
"Cuando saltaba la alarma y
llegábamos al túnel -prosigue- siempre nos encontrábamos con una avalancha de
gente. Los más valientes se quedaban en la entrada, pero los miedosos se metían
hasta el fondo. Un día de 1936 sonó la sirena que anunciaba el fin del ataque,
volvimos del escondrijo y encontramos nuestra casa destruida por una
bomba". Entre aquellas paredes desplomadas se había forjado la familia
Solabarría Bilbao y discurrieron los primeros años de la infancia del que
décadas después se convertiría en mito de las luchas obreras de la Margen
Izquierda. Pero repentinamente, un proyectil alteró la convivencia familiar,
encabezada por un trabajador de Altos Hornos procedente de Las Calizas
(Gallarta), capaz de no refugiarse y cenar bajo la amenaza de una lluvia de
bombas con tal de llegar puntual a su puesto de trabajo en la factoría:
"Se jugaba el pellejo por no
jugarse nuestro pan", sentencia su hijo. Tras el derrumbe de aquel
edificio -el único afectado en toda la calle Santa Maria durante la contienda-,
la familia tuvo que mudarse a casa de una tía que residía en la zona del
rompeolas de Santurtzi. Entretanto, la guerra prosiguió y las alarmas
antiaéreas resonaban periódicamente en el cielo vizcaíno. Entonces, Periko y su
hermana cambiaron las carreras por el Muelle Viejo en brazos de su madre Julia
buscando refugio en el túnel, por el escondite entre los bloques de la
escollera del Abra. "Nos metíamos entre los huecos que dejaban las Piedras
-describe-. Decían que era seguro, pero si hubiera caído una bomba, todos hubiéramos
muerto". Su estancia en Santurtzi fue temporal. A aquella mudanza le siguió
otra a la travesía García Salazar de Portugalete, y otra más al número 14 de la
calle Santa Maria, al edificio propiedad de Felisa Lambarri.
"De la casa de García
Salazar también tuvimos que marcharnos porque la asoló un incendio, así que nos
volvimos a quedar sin nada", recuerda Solabarría, quien destaca que todas
las viviendas en las que transcurrió su niñez fueron en régimen de alquiler.
"Después del incidente estuvimos durante unos días en casa de Marcelina,
la única practicanta y comadrona que había en el pueblo y que vivía en la calle
del Medio; luego nos instalamos en el primer piso del edificio de Felisa
Lambarri".
La familia Solabarria-Bilbao
permaneció en el número 14 de la afamada cuesta portugaluja de forma
provisional, mientras reconstruían la vivienda afectada por el incendio. De
aquella época el protagonista de esta historia recuerda "todas las cosas
que nos daban cada vez que subíamos a casa de los Emaldi" -hijos de
Felisa- y la oscuridad del piso que habitaban. Para cuando se instalaron
nuevamente en su hogar, el padre de familia ya había fallecido tras once meses
de convalecencia en una cama del hospital Santa Marina, victima de la
tuberculosis. Periko Solabarria tan solo tenia nueve años.
En aquel tercer piso, Periko, su
madre y su hermana convivieron con diferentes huéspedes a los que rentaban
habitaciones que ayudaban a reforzar la precaria economía familiar.
"Algunos solo dormían y otros solo comían. El caso es que por allí pasaron
militares, ingenieros, médicos... gente muy importante, y mi hermana y yo teníamos
que dormir sobre un colchón que cada noche colocábamos en el comedor. También teníamos
un servicio pequeñito, pero para asearnos íbamos a duchas publicas",
relata Solabarria, que por aquel entonces estudiaba en el colegio de los
Agustinos, mientras su hermana lo hacia en las monjas de Santa Ana y su madre
trabajaba de cocinera en Casa Vicente.
Sin ni siquiera intuirlo, la
proximidad de su hogar a la iglesia Santa Maria marcaría el destino de este
portugalujo, que durante años ejerció de monaguillo con el estricto párroco Monseñor
Chopitea.
Así las cosas y con tan solo once años, Periko Solabarria ingresó en
el seminario de Gordexola En la década siguiente continuaría sus estudios
sacerdotales en Bergara, Artea y Gasteiz, de donde salió con los hábitos puestos
a la edad de 24 años.
En su etapa de seminarista,
Periko regresaba al hogar materno durante las vacaciones. En esas breves
estancias, su carácter enérgico y voluntarioso le llevó a organizar campeonatos
de fútbol con los que la chavalería portugaluja disfrutaba infinitamente. Los
encuentros se celebraban en "las canteras" posterior a la iglesia Santa
Maria, sobre el solar del antiguo cementerio de Portugalete. Allí, 7 u 8
equipos conformados por jóvenes de barrios diferentes disputaban una competición
en la que siempre se reservaba algún pequeño trofeo para los ganadores.
"Se pegaban, se enfadaban, me chillaban a mi... pero en realidad el
campeonato les motivaba tanto que incluso hacían fichajes entre calles",
recuerda Periko, que asegura que de aquella experiencia salieron jugadores de
fútbol excelentes.
1954 fue el año que marcó el
desligue definitivo de este joven con su pueblo natal. Tras su ordenación como
sacerdote fue destinado a los barrios de Triano y Las Calizas, en Gallarta,
donde tomó contacto directo con la miseria y la explotación que envolvían el
trabajo en la mina. "Permanecí allí hasta 1963, pero yo hubiera estado
toda la vida, porque aprendí mas en ese tiempo que durante todos los años de
internado. Daba todo lo que tenia, ropa comida, impartía mas clases que misa,
trabajaba como ellos y logré que obtuvieran algunas mejoras, como por ejemplo,
la luz eléctrica. Sin embargo, las condiciones de vida eran pésimas y yo regalaba
mas de lo que tenia, así que al final enfermé hasta el punto de que me tuvieron
que trasladar a la parroquia de Santa Teresa de Barakaldo antes de acabar
moribundo", recuerda.
En su nuevo destino el sacerdote comenzó
a compaginar su labor eclesiástica con el desempeño de un puesto de trabajo en
la construcción del tren de laminación de Ansio, dependiente de la fábrica
Altos Hornos de Vizcaya. Con la sotana a cuestas y la txapela sobre el casco,
Solabarria se convirtió así en uno de los primeros curas obreros del Estado español
y uno de los principales defensores de los derechos del proletariado.
"Tuve que solicitar autorización al obispo Gurpide... No sabia que para
trabajar había que pedir permiso", ríe mientras rememora la situación.
Diez horas diarias de trabajo y dos años y medio después, el cura obrero se
convirtió en peón de la construcción del puente Rontegui. Además, antes de
acudir a su empleo, Periko también impartía clases de alfabetización de adultos
en el sótano barakaldés en el que residía e impartía misas que "nunca"
quiso cobrar a quienes se las encargaban.
Por entonces Solabarna conoció a
Txabi Etxebarrieta y otros jóvenes integrantes de ETA, con quienes empezó a
compartir opiniones y proyectos y a los que refugió en su propio hogar durante
su huida de la policía. Este compromiso le llevó a comisaría en siete ocasiones
y le condujo a la cárcel de Zamora en otras dos.
En 1981, Solabarria fue detenido
nuevamente por su participación en los actos de protesta contra la visita del
rey español a la Casa de Juntas de Gernika.
Desde el inicio de la democracia,
este militante histórico de la izquierda abertzale ha pasado por diferentes
cargos políticos, entre los que figuran los puestos de diputado en las Cortes
de Madrid, concejal en el Ayuntamiento de Barakaldo, diputado en las Juntas
Generales de Bizkaia y miembro de la Mesa Nacional de Herri Batasuna. Pero sin
duda, su paso mas decisivo fue el distanciamiento de la Iglesia. Lo hizo lenta
y discretamente hasta que "un buen día me encontré viviendo con mi compañera
Begona". Fruto de esa relación, Periko disfruta de tres hijos.