Han pasado
ya dos meses desde que empezamos a recoger las notas que Txomin Bereciartua nos
cedió tras su paso por la parroquia de Santa María.
Por
distintas razones se nos han retrasado y hoy seguimos con ellas no sin antes recoger
su sugerencia, desde su retiro de Abando, de que no quisiera que sus recuerdos
molesten a nadie. El tiempo nos hacer ver las cosas con distinta perspectiva y
aunque mantiene sus opiniones, algunas las ha entendido mejor con
posterioridad.
Como
hablaba de sus antecesores, nosotros matizaremos que hubo dos épocas distintas,
como fueron los años de Pablo Bengoechea de párroco, que al verse sobrepasado
por la acción de su equipo de jóvenes curas, pidió el relevo, al que siguió la
crisis de dos de ellos que finalizaron pidiendo la secularización, y unos años con
la parroquia en total abandono pues Román Landera dedicado a las Gestoras Pro
Amnistía acabó exiliado y el párroco Angel Garamendi se dedicó fundamentalmente
a trabajos industriales.
Este es el
panorama que se encontró tras su llegada, y que en la entrada de hoy explica la
estrategia y estilo que adoptó y sus primeros pasos con un Consejo Parroquial
afín al citado párroco:
Entramos
de puntillas y cuidando de no hacer mártires y actuar en silencio y con sonrisa.
Nuestra labor fue lenta, callada, constante, pero mereció la pena. No apagar el
pábilo aún humeante, echar a buena parte las acciones de los otros sin caer en
prejuicios ni exclusiones, evitar todo enfrentamiento y discusión inútil,
valernos de lo que teníamos a mano, buscar e invitar a posibles nuevos
voluntarios, crear un clima que atraiga, trabajar con visión a largo plazo, fue
nuestro lema. Intentamos aglutinar y dar la mano a todos, muchos la cogieron,
otros siguieron su camino.
El
panorama con que nos encontramos era al tiempo preocupante y estimulante.
Preocupante, porque tanto el Patrimonio parroquial como su administración y
pastoral estaban bajo mínimos. Con el agravante de que quienes se fueron lo
habían dejado todo atado y bien atado. Nuestro antecesor Don Ángel, que así se
llamaba, consideraba que había sido injustamente despojado de su cargo sin el
visto bueno de la Comunidad y que por consiguiente seguía siendo el “Párroco”.
Como tal, retuvo dos habitaciones cerradas, una en la Casa Cural y otra en la
Parroquial, y dejó la encomienda de la administración, los servicios de
Cáritas, las Catequesis y el Consejo Parroquial en manos de su grupo de
seguidores Y, para más negrura, estaba el alto monto de las deudas más o menos
hinchadas con que nos encontramos. Pero al tiempo, eso resultaba hasta muy estimulante,
porque, al partir de casi la nada, aún el subsistir con dignidad era ya todo un
triunfo.
Empezando
de cero o menos cero, iniciamos la puesta al día de toda la tramoya organizativa
en la que se sustenta la vida de toda Parroquia. Vendimos patrimonio para equilibrar
en algún modo las cuentas, buscamos catequistas, cuidamos las liturgias y nos metimos
por el camino estrecho y bastante minado de la normalización de la vida de la
Comunidad.
Fue una
larga travesía por los caminos de la habilidad y la paciencia activa, ya que la
“Comunidad”, entre comillas, de los fieles al Párroco anterior seguía activa y
mantenía lo que consideraba eran sus derechos. Erigida en Consejo Parroquial,
me citó en febrero a capítulo para pedirme cuentas de los meses que llevaba en
la Parroquia. Acepté para no dar sensación de miedo o de impotencia. El orden
del día de aquella reunión constaba de dieciocho puntos uno de los cuales hacía
referencia a mis predicaciones. Se me achacaba que ni estaban preparadas ni
estaban a la altura. Yo aduje mi pobreza de expresión incapaz de compararse ni
de lejos con la oratoria de “su” cura. Lo dije con cara y tono humilde, pero en
realidad yo estaba convencido de que debía seguir siendo yo mismo con mi estilo
coloquial y cercano si quería acertar. Cuando ya terminaba la tensa sesión, me
sentí asustado pues veía que no se movía nada. Les recordé entonces solemnemente
que la línea de la pastoral se marcaba de acuerdo con el Obispo y los Párrocos
del Sector Pastoral de Portugalete y allí se liquidó el Consejo Parroquial, aun
cuando intentaron convocarme otra vez para pedirme cuentas, pero no hice caso a
su llamada.
La
“Comunidad de Don Ángel” siguió viva celebrando su Eucaristía semanal fuera de
Portugalete hasta la muerte de su cura. Mantuvieron una presencia simbólica en
la Casa parroquial reuniéndose algunos de ellos semana tras semana y año tras
año con la excusa de que debían administrar un invernadero levantado en
terrenos de Repélega en favor de unos parados. Hicimos como que no nos dábamos
cuenta y miramos hacia otro lado sin entrar en batallitas y con los años lo
dejaron.
Puedo
añadir otra detalle tonto. Cuando llegó el primer 20 de noviembre tras nuestra
entrada, alguien de ellos encargó una misa por Franco y puso carteles invitando
a la misma. Fue curioso que la encargaran, por despiste quizás, para la misa en
euskera. Naturalmente que rezamos por él, pues no faltaba más ya que lo hacemos
por todos los difuntos, pero el efecto que se buscaba quedaba diluido cuando yo
dije “Gogoan izan, Jauna, biztuteko itxaropenean hoan diran senideak, batez
bere su seme Prantzisko,...” Pero la intención, era la intención.
Suavemente,
año tras año y sin ruido fue llegando a la Parroquia el sosiego de la vida
amable y de familia de una buena Comunidad Parroquial bien integrada en la vida
de la Villa. Con mucho cuidado, paciencia y empeño reavivamos poco a poco la
piedad popular y las celebraciones litúrgicas, incorporando colaboradores que
rezaran diariamente el rosario y fueran engrosando un activo Equipo de
Liturgia. Restauramos actos tradicionales ya perdidos como la tradicional Salve
con que desde siempre se habían iniciado las fiestas patronales de Nuestra
Señora. Luego, instauramos con gran aceptación por parte de los portugalujos
una Misa solemne en la fiesta de San Roque también Patrono de la Villa,
continuación tras muchos años de la que antaño se celebraba en la desaparecida
Ermita del Santo que se levantaba donde ahora está el Campo de San Roque.