Algunos de los lectores de mi blog dicen
que escribo bien. Ya me lo habían referido cuando, años atrás, dejaba las notas
de producción en el libro de instrucciones para los operarios de la planta
química donde trabajé hasta 2004.
Bien, no me gustaría nada, pero nada,
pensar que eso sea cierto por causa de la labor de dos de mis maestros, el de 2º
en Zubeldia y el de 4º en el de R. Medina.
He usado a palabra "maestro"
para dejar aclarado que hablo de tiempos de escuela nacional. A ellos les hice
novillos, pira, si. Ambos daban miedo. Aparte de ellos dos, hubo otros maestros
de escuela de los que considero que llevo guardada su huella.
De uno de ellos, su rastro, me ha
marcado para siempre. Fue Don Emilio, Don Emilio Brull Valero, con todas sus
letras. Cuando él llegó, a la misma clase que el curso anterior, nos mantuvimos
en el mismo asiento, cosa que, entre otras, él respetó. Fue un profe de los que
fumaban en clase, explicaba pausado y tenía muy buena letra. El primer día nos
ganó a todos. Tras el rechazo inicial que pudiera presentar, era un hombre de
más de sesenta años de voz muy grave y con aspecto iracundo, siempre con traje
y corbata,… él nos ganó haciendo la clase atractiva.
“Queríamos ir” a clase, desde el primer
día. No hice pira ni un día de clase. Fueron dos cursos, con mis nueve y diez
años, uno cuarenta de alto, inolvidables.
A poco de llegar, rotular artísticamente
el cuaderno ya no era lo que más tiempo nos tomaba, estábamos haciendo tareas
que permitían aprender con las manos: tres listones sobre tablero para indicar
las posiciones horizontal, vertical e inclinada, una maqueta de la escuela en
cartulina, un mapa tridimensional en moldeado en yeso con nuestras manos en
equipo,… Y, para rematar, la oportunidad alcanzada de obtener una beca PIO que
nos facilitara el paso al bachillerato. Lo que hicimos en colegio privado.
Antes de seguir, diré que de los cinco
maestros que habían impartido clases a las que asistí, sólo puedo salvo a dos.
Ya he citado a Don Emilio. El otro es Don Vicente, de Zubeldia, que residía
justo enfrente de la escuela. De él aprendí, además, a escribir con pluma. No
sé si es buen promedio dentro de la institución de los maestros de escuela.
Pero es lo que viví y recuerdo. Y no tengo la sensación de que esto que lo que
refiero sobre escribir, o no, bien, se lo deba a los otros tres, no.
De otros maestros, casi no recuerdo los
apellidos.
Tras el cambio de centro, clase de 1ºA,
Don J.L. (Rodriguez, creo) un profe seglar de Lenguaje que sacude en la mano con
“Dª. Remedios”, a quien falla en las respuestas. Mal empezábamos. Y peor: en
una sustitución al profe de gimnasia, en un día de lluvia que invitaba a
suspender la clase, no la suspendió, sino que la trasladó al frontón. Ante la
meteorología, algunos niños no llevaron ropa de deporte. Solución, haréis
gimnasia en calzoncillos. Respuesta de la dirección del colegio, no renovación
del contrato. Respuesta de los niños al saberlo, alivio.
El tutor, era entonces el hermano
Dámaso, duro pero abierto, sensacional. En 2º y en 3º, el tutor fue el hermano
Marino, de quien guardo muy buen recuerdo. En tercero, el hermano Jesús
Barriuso, que además, era organista junto con el hermano Jacinto nos impartía
dibujo. Él creó los grupos de actividades extraescolares, entre ellos, los
scouts.
Para 4º, va el hermano Jose Carlos, gran
aficionado a castigar las faltas e incorrecciones con audiciones musicales
vespertinas. Él nos explicaba Historia Universal y, con la ayuda del hermano
Ildefonso, nos ilustramos en la asignatura de Historia del Arte. Fue duro por
lo que hubimos de memorizar, pero, años después, viendo el retablo de Sint
Baaff, de los hermanos Van Eyck, en Gante (BE), el recuerdo me hizo humedecer
los ojos.
¿Os imagináis una tarde de sábado entera
en el cole escuchando a Wagner mientras hacíais los deberes y estudiabais? Pues
eso, ocurría. El hermano José Carlos, era el disc jockey.
Tras la Reválida Elemental, en quinto,
bajo la tutoría del hermano Cirilo, supimos, por boca del hermano Rodolfo, que
“las Matemáticas se aprenden por intuición. Como eso no está al alcance de
todos, cada viernes tendremos una hora semanal -los jueves- de repaso con el
Hermano Marcos. La asistencia no es obligatoria, pero aviso: se aprende mucho
con él”. Nadie faltó a esa clase nunca. Y, de verdad, era una clase de refuerzo
en la que el protagonista era cada uno de nosotros y nuestros tropiezos. El que
tenía alguna duda, la planteaba de pie ante el resto de la clase y con una tiza
por herramienta. Ese tiempo, dedicado principalmente a repasar problemas,
fue de un valor incalculable. Ahí aprendimos que, lo mejor es salir al tablero
a resolver un problema del que ignoramos cómo afrontarlo, ser el “conejillo de
indias”. Suponía asumir el fracaso por anticipado, si, pero fue la mejor forma
de aprender para siempre esa parte de la asignatura que se nos trababa. Nadie
se reía de nadie. Nadie era humillado. Alguno de los protagonistas de esa
clase, aprendimos a expresarnos en público sin miedo, lo que nos ayudaría a
pasar el curso de Filosofía: el examen final era oral.
En sexto, es el hermano Antonino quien
se encarga de la clase y aprendimos a entender y amar la Química. Ese año, el
Hermano Próspero, nos dio nuestra última capa de francés, él mismo era
suletino, y pasé el año leyendo a Rabelais, Flaubert, Victor Hugo, Zola,… y
aprendiendo la misa en francés.
Lo había decidido y entonces salí del
cole hacia la F.P. en Química Industrial. Allí, mis profes, Santi Ruiz y Pedro
Vaquero, fueron un ejemplo de sapiencia y de profesionalidad. Fui el nº 1 de mi
promoción y ese camino encarriló mi trayectoria laboral posterior. Pero no
quedó aquí mi recorrido académico.
Empecé a trabajar en INDUQUIMICA y a
simultanear los estudios y el trabajo matriculándome en el IES Antonio Trueba,
para hacer COU nocturno. De aquí, anécdota fue que el profe de física traía al
insti una cabra, no perro, que era su mascota. Igualmente anecdótico fue que en
la clase de Lengua se hablara más de anatomía oral y de física de las
vibraciones, que de metáforas, pleonasmos ó hipérboles.
Y otro detalle que pareció excesivo para
un aula llena de personas que acabábamos de salir de trabajar, fue que la profe
de francés nos dijera el primer día que, en su clase, la última palabra en
castellano la acababa de pronunciar ella. Y no nos amilanamos. Algunos.
Luego de pasar la selectividad, la
facultad de Ciencias de la UPV ya era otro mundo. En general: muchísimos
cambios. Mi primera hora de clase allí, fue de Física General, la “guadaña”, la
que dejaba más gente tirada sin aprobado. El salto de nivel era tremendo tras
el COU normal. El primer enseñante, el profesor Gutiérrez Peña, alias Magoo, no
me gustó mucho; ese no era su ambiente, era un profe más para otro centro,… de
bachilleres.
De los profes que allí conocí, todos
doctores o doctorandos, no destaco ninguno por encima de los demás, si que hubo
quienes no llegaban a la altura académica de sus compañeros: los profesores J. Navarro,
J. Llompart, J. Cuevas, P. Román,… creo que ya no ejercen. Ahora somos iguales.
Al año siguiente, octubre de 1975, del
primer día, sólo recuerdo a Pepe Peraza, en la clase de Electricidad y Óptica,
dando clase de Cálculo Diferencial porque los contenidos que habíamos recibido
en primero no permitían seguir sus clases desde el primer día. Los planes de
estudios ya crujían entonces.
No recuerdo nada especial de la primera
clase de tercero de la carrera. Bueno sí, que habíamos sido diezmados. De siete
clases que éramos en primero, ya sólo llenábamos dos aulas. Días después, pude
apreciar que ya éramos muy competitivos: nadie pasaba apuntes.
Luego, ya en Tarragona, llegarían otros
cursos en los que, por edad, yo encajaba mejor en la tarima que en el pupitre.
Ya trabajaba y, por eso, recibía un trato deferente y ocurrió que, tiempo
después, fui invitado a facilitar el seminario sobre “Organización de
Mantenimiento en Plantas Químicas” a las/los alumnas y alumnos del último curso
de Ingeniería Química.
De la E.T.S.I.Q. de Tarragona recuerdo,
sobre todo, una locución del decano Don Fr. Giralt, Dr. I. Q. al inicio de su
primera clase: “Podéis usar cualquier idioma oficial, e incluso alemán, inglés,
francés, italiano,... hasta griego. Bien, permitiré una falta de ortografía,
dando por supuesto que ha sido un despiste. La segunda falta de ortografía dará
lugar al cese en la corrección. Estáis a meses de obtener un título superior.
Quien no sea capaz de redactar bien un proyecto, no lo recibirá”.
Si, otro mundo más.
Martín Uriarte Landa