Dentro de esta serie de artículos sobre
negocios tradicionales, no podía falta una de aquellas panaderías con las que
contó la Villa para su abastecimiento y el de pueblos limítrofes. Pan como Dios
manda, con buena harina, amasado en máquinas cuyo ronroneo nos adormecía a los
vecinos de los alrededores, fermentado con levadura natural en aquellas baldas
con su tela y cocido en horno de leña. ¡Casi nada!. Por las mañanas todo el
vecindario se despertaba con el aroma del humo de la leña y el pan recién hecho.
Las hogazas, las barras de libra y media libra, el pan blanco, el sin sal, los
richis con sus kurruskus tentadores y las vienas brillantes eran una delicia.
Esta es la pequeña historia de la
panadería que fundara en la Villa el burgalés Eduardo Miguel Ruiz (Presencio
1848-Portugalete 1925). Comenzó su andadura industrial en Bizkaia en
Lutxana-Barakaldo, donde debió montar la primera panadería en 1881 y donde
nacerían sus dos primeras hijas, Gregoria (1883) y Josefa (1885). Hacia 1888
recalan en Portugalete, estableciendo una panadería con su horno de leña en El
Ojillo nº 1. Aquí nacerían tres hijos más (Manuel, Andrés y María) y una nueva
panadería en la recién abierta calle de Maestro Zubeldia, tras haber construido
en 1914 la casa nº 6 con un almacén de harinas en los bajos.
La Villa contaba por aquel entonces con
las panaderías de: Cirilo Aguirre, Apellaniz y Cía, Eduardo Miguel y Cía, y
Rocandio y Cía.
El negocio debía ir viento en popa.
Figuraba en la lista de “Grandes Contribuyentes”, así que en 1916 construye la
casa nº 8 e instala en sus bajos una moderna panadería con los últimos
adelantos, siendo uno de ellos la utilización del hormigón armado en toda la
lonja, que probablemente fuese la primera casa de la villa en usarlo.
El negocio lo gestionó con gran éxito
hasta su muerte, su único hijo varón vivo, Andrés Miguel Larrea (1892-1950),
portugalujo de pro, ya que entre otros cargos, fue fundador del Círculo
Monárquico, Presidente de la pujante Sociedad Coral y concejal. Sufrió
persecución durante el periodo republicano, asalto de las instalaciones, cierre
temporal del establecimiento y multa gubernativa.
En el solar contiguo se almacenaba la
leña y contaba con un garaje donde dormían las furgonetas del reparto, siendo
el primer “chauffeur” Eusebio Santamaría “Polvorilla”, al que siguieron
Juliantxu Aurrekoetxea, Paco Garaizabal, Pedro Garaizabal y Txema Garaizabal.
El reparto de pan en las cestas de castaño se realizaba inicialmente también
con carros tirados por animales, carretillas y hasta un triciclo-cajón a
pedales.
A su muerte, se hizo cargo de la
panadería su sobrino José Mª Garaizabal Miguel, que pronto tuvo que abandonar
la elaboración en horno de leña al venderse el solar de la leñera, pasando a
hornos de fuel-oil y luego, fue viendo como el negocio iba siendo superado por
las tahonas que surgieron a raíz de la huelga de trabajadores para conseguir
librar los domingos. Estos establecimientos surgieron como setas, horneando
masa congelada o refrigerada, a lo que se sumaron las trabas a las industrias
en el centro de la Villa, dando la puntilla a un negocio de más de 100 años que
tuvo que cerrar José Mª Garaizabal Santibañez en 1999.
Anécdotas habría mil para contar, pero
recuerdo el calor invierno-verano de la chimenea, al bueno de Serapio Aborruza
con su letra microscópica y lidiando de vez en cuando con las gitanas que
siempre le liaban y acababan con alguna hogaza gratis entre las faldas; a mi
aita, Paco, reparando todo tipo de furgonetas y carretillas, y siempre
dispuesto a hacernos una espada de madera o lo que le pidiésemos, pero siempre
que no se nos ocurriese bajar en goitibera por la acera a la hora de la siesta;
el acompañarle en la furgoneta y aprender a conducir sobre sus piernas una vez
pasado Cabieces, hacia Nocedal; a mi primo Pedro “Panito”; a Angelín jugando al
futbol con sus alpargatas deshechas frente a la panadería al finalizar la
jornada laboral (no había coches en la calle); las meriendas de pichones y
mojijones de mi tío Jose Mari y su cuadrilla sentados en las cestas de pan; el
Circo Zubel que montábamos los chavales en la leñera; las higueras que allí
había con unos higos deliciosos que todas las tardes cataba mi tío Edu, antes
de sus "txikitos", previa “caza” de los más gordos con una caña y un
tanque fijado en su punta; las piñas de Las Arenas que tostábamos junto al
horno para extraer los piñones..…
Según escribió César Saavedra al
referirse a la Hermandad de San José, todos los años el día 19 de Marzo se
celebraba la asamblea anual en las antiguas escuelas del Campo de la Iglesia y
al finalizar, los cofrades degustaban queso de bola, vino blanco y pan de
Garaizabal.
Igualmente en la panadería se elaboraban
los CORNITES para todos los chavales de la calle y clientela, que previamente
habíamos llevado el trozo de chorizo y el huevo al que se le ponía el nombre
con lápiz para distinguirlos luego. La masa y los confites eran por cuenta de
la casa y los solía elaborar Maruri al acabar la jornada.
También se elaboraban los cornites con
los que eran obsequiados los niños de las escuelas durante las celebraciones
del Día del Árbol o los repartos de diplomas y como olvidar las empanadas que
elaboraban los vecinos gallegos y horneaban el día de celebraciones especiales.
JOSE LUIS
GARAIZABAL FLAÑO
En la foto de cabecera se puede ver, a la izquierda Eduardo Miguel Ruiz con sus hijos, Andrés, Gregoria, Josefa y Manuel, y a la derecha, el mayor Andres Miguel Larrea. En el centro los planos de la casa de Maestro Zubeldia nº 8 de 1916, y el horno del Ojillo de 1904.
Bajo estas líneas, y con la vista de la panadería en sus últimos años de actividad (1999), Isabel Santibañez Monduate con su hijo Jose Mª Garaizabal y su nieta Goizeder Garaizabal. A la derecha sobre el triciclo con Eduardo Miguel Gómez (hijo de Andrés) y otros chavales, Paco Garaizabal Miguel y su hijo Jose Luis Garaizabal Flaño.