Hace unos días, Unai Martínez Bilbao nos ha hecho llegar un pequeño
tesoro para que lo hagamos público y que quede en las manos amigas de El
Mareómetro.
Este tesoro se compone de las fotocopias que él realizó en su día al
Libro de Cuentas y al de Decretos de la Cofradía de los santos Crispín y
Crispiniano, gracias a la amistad con Mikel Fernández (Q.E.P.D.), nieto del
último poseedor de los libros, cuyo nombre o apellido era Cruz y vivió en
Santurtzi.
La Cofradía se fundó el 15-5-1797 ante Clemente de Urioste, escribano del rey, por iniciativa de José
Antonio Bidaurrazaga, Juan Bautista Barinaga, Josef Antonio de Beascoechea,
Manuel Guinea, Pablo Pereda, Juan de Inchaustegui, Joseph de ……….., Josef de
Astuy y Paulino de Antuñano, todos ellos Maestros Zapateros de Obra Prima
(encargados de confeccionar el calzado nuevo) y vecinos de la Villa. Junto a
ellos comparecieron varios oficiales del mismo gremio “con el deseo de
observar entre ellos la mejor unión y armonía sobre el modo y circunstancia de
establecer y fundar una congregación y hermandad con el título citado”.
En el acta fundacional, se establecen las normas que en síntesis fijan
el establecimiento de una caja a la que deberán contribuir semanalmente los
maestros con 12 maravedíes y estos recaudarán de cada uno de sus oficiales 8
maravedíes, quedando la caja en custodia y administración del Mayordomo, no
estando exentos los aprendices que los maestros tomaban en sus casas.
Igualmente se cobraba una cuota de entrada a los nuevos hermanos.
El principal fin de este dinero era proporcionar un Socorro Mutuo para
casos de enfermedad, invalidez o muerte de los hermanos cofrades. Esto es el
germen del mutualismo posterior.
Otro de los fines, era adquirir las hachas funerarias de cera para
acompañar y alumbrar al Santísimo Sacramento en los actos de sacramentar a los
cofrades y sus familiares, estando obligados a portarlas los hermanos sin
impedimento. Igualmente se establecían turnos para cargar con el muerto hasta el
cementerio. Toda falta injustificada era sancionada con multa.
Corrían también por cuenta de la Cofradía los viáticos, la misa cantada
durante la que se colocaba un hacha sobre la sepultura del hermano finado o
individuos de su casa. Si estos eran niños, también se colocaba un hacha
encendida.
Esta actividad de las hachas y los hacheros, se convirtió en años
posteriores en una fuente de ingresos ya sea por prestarlas a otras cofradías,
como por los encargos de familias pudientes. En este apartado nos encontramos
con apellidos conocidos como: Salazar, Chávarri, Uhagón, Carranza, Valle,
Epalza, Gorostiza, Castet, Vicuña, Gandarias, Armona, De la Sota, Ariño etc.
Y claro, no podía quedar sin celebración el día de los santos patronos,
que fueron dos hermanos mártires cristianos decapitados en el siglo III por orden de Maximiano. Huyeron de Roma a la
Galia donde predicaban de día y por las noches hacían zapatos.
Hoy, 25 de Octubre, es la onomástica y la celebraban por todo lo alto
dejando la caja temblando, con una misa diaconada y acompañada de órgano a la
que acudían todos los cofrades, suponemos que en procesión con el santo que
adquirieron en 1855 al que colocaban en un altar (previo pago) y le iluminaban
con dos hachas. Esta procesión era acompañada por un tamborilero y durante la
fiesta se lanzaban cohetes o voladores, según se desprende de las cuentas.
También salían en procesión por el Corpus y su octava.
Tras la misa, daban buena cuenta de una comida o merienda que les
preparaba una cocinera. Parece que eran buenos triperos, ya que aparecen entre
los menús de varios años: tripacallos,
carne, lomo, bacalao, huevos, pimientos, mucho vino y txakoli y para terminar
nueces, castañas y queso de bola con algún trago de aguardiente. En 1835 se
cita entre los gastos la palabra JARRILLA y un empleo con nombre curioso, LA
CORREA, que era como llamaban a una recadista. También se cita el acto de
“tomar las once”, que supongo sería lo que hoy conocemos como un amaiketako.
Acabada la celebración, se reunían en casa del mayordomo saliente y se
fijaba el entrante para todo el próximo año. Se rendían cuentas y si estaban de
acuerdo los presentes, se hacía cargo de la caja y libros donde iría anotando,
no siempre, las cuentas habidas y los cambios de reglamento, sanciones, expulsiones
y relación de los miembros.
También se defendían del intrusismo. En 1827 aparece una partida por las
diligencias ante el Corregidor, “al haber detectado zapatos hechos en el
extranjero, exhortando a que se prohibiera su introducción en la villa o en
otro puerto del Señorío”.
Las cuentas y actas se acaban en 1908-1909, con Francisco Ureta como
Mayordomo saliente y Salustiano Ortuzar como entrante y como Consiliarios a
Regino Urdiain, Gerónimo de la Fuente, Castor Echevarría y Felipe Fernández.
Por supuesto que quedan por narrar un montón de curiosidades, así que
quien quiera realizar una investigación más profunda tendrá esta documentación
a su disposición donde decida El Mareómetro.
Y para terminar, no podemos olvidar a quien fue el último devoto del
santo, el tal Cruz, que tomó la iniciativa de honrar al santo con una hornacina
que construyó delante de su casa de Santurtzi, donde se reunían anualmente
varios amigos para continuar, al menos, con la tradición de la misa y cena.
Aprovecho para hacer un llamamiento a los amigos de Santurtzi para intentar
localizar aquella imagen y libros, si existen, o alguna fotografía de la
“ermita-hornacina” que existió desde 1929 ante la casita de la calle
Coscojales, cerca de Santa Eulalia.
JOSE LUIS
GARAIZABAL