Recogemos hoy otro fragmento de los recuerdos del Ojillo de Juan Fermín López Markaida recordando a
mujeres de esa calle en las décadas de los años 50 y 60 del siglo pasado:
En la calle había dos maestras que daban clases particulares
en sus casas. En el nº 2 de Correos, Teresa, maestra en Zubeldia (en el piso
superior lo hacía también Ángel Sádaba) y la recordada Filomena Troconiz (doña
Filo), con su sonrisa displicente, en el primer piso del nº 11.
Teníamos a tres parejas de mujeres tejedoras, trabajando en
sus domicilios. Las hermanas Menés, en la entreplanta del nº 1 de Correos, las
modistas Ana Mari y Pili Benito Díaz de Mendivil, en el nº 15, y las también
hermanas María Ángeles e Irene, que tejían jerseys de punto, en el primer piso
del nº 12.
Igualmente recordamos, en el nº 7, a Pili Millán trabajando
en su casa no solo para sus necesidades familiares, sino para amigos y
clientes, cogiendo también puntos a las medias y después, acondicionado el
primer piso con electricidad, montó su taller Mari Carmen Peñarredonda, que
vivía en el nº 17, con una máquina de tricotar, bien ruidosa por cierto, y que
queda en el recuerdo de todos los que vivimos en la calle en aquellos años. Allí
bajo el titileo de la macilenta luz, hacían jerseys y chaquetas de punto para
vender.
Bravas mujeres todos ellas, cuando su contribución al
trabajo por cuenta ajena eran tan precario por escaso, poco apreciado y
reconocido y que sacando su coraje se establecían por su cuenta como autónomas,
emprendedoras las llamaríamos hoy, al adquirir algunas máquinas de tricotar.
Pero también tenemos que mencionar a otras con dedicaciones
tan diversas como Martina, la colchonera, Concha Díez, la alpargatera, del nº 17
o Doña Clara, la comadrona o partera del primer piso del nº 6, que acudiendo a
las casas durante el parto trajo a este mundo a mucha gente del la calle.
En el nº 3 vivía Paca, la estanquera en la estación de la RENFE, y que a primera hora de la mañana abría la cantina para los obreros de los trenes mañaneros. Su nieta Mari Cruz Soriano, que estudió en el colegio del Carmen y en el Conservatorio de Bilbao, hizo periodismo, destacando como locutora
de radio y presentadora de TV.
Y atendiendo tras el mostrador de su establecimiento, de
abajo a arriba de la calle, en su kiosko de periódicos del Cristo, Sofi Elosua,
en el nº 1 Angelita Suberbiola con su carnicería y Carmen Santacoloma en su
pescadería, en la bodeguilla de Acha, en el nº 3, a Gregoria, en el nº 7 a
Lucita Soto, con su mandil blanco siempre impecable, expendiendo morcillas que
ella preparaba cociendo en caldera, sangre de cerdo y vacuno, grasa o manteca,
arroz, sal generalmente y especias (mostaza, pimienta), que la embuchaba en
tripa de marrano.
Junto a Lucita, en la panadería La Estrella de Josetxu
Palacio, recordamos a Pili Millán, que vivía en el tercer piso, donde su
silueta era habitual en la galería acristalada que daba al Ojillo, haciendo sus
labores de costurera (ropa infantil y arreglo de puntos en las medias.)
Más arriba en el nº 13, Alicia Novella, con su mercería,
mujer hacendosa y buena comerciante, y a continuación la tienda de coloniales
de las hermanas Consuelo y Beni Vegas, con su hermoso mostrador del fondo de la
lonja atendiendo al público con cercanía y amabilidad. A su derecha en el nº
15, la tienducha de Celes y luego de su sobrina Begoña, un humilde
infranegocio, que simultaneaban con vivienda. La cocina separada de la estrecha
tienda por una antepuerta y cortina entreabierta tipo visillo. Buena y
trabajadora, gente sobria y austera que se granjearon el cariño de sus vecinos.
En la otra acera de la calle, con menos actividad comercial,
recordamos a Flora, en el supermercado de Manolo, esquina de la entonces
incompleta calle llamada Calvo Sotelo (hoy Gipuzkoa), donde teníamos a María
Luisa en el bar Urduliz, junto con su esposo Agustín Saitua y a Araceli
Iturralde (Txeli) en el Sopelana, nombre que le pusieron al inaugurarlo porque
venían de llevar el bar del frontón casino de Sopelana.
A todas ellas, y a las que nos hayamos dejado, un emocionado
recuerdo.