El asturiano Armando Palacio Valdés (1853-1938) fue un escritor enclavado en el
Realismo. Gozó de gran popularidad en España y, sobre todo, en el extranjero.
La historia a la que nos
referimos, con altas dosis folletinescas, pertenece al libro Tiempos felices (escenas de la vida
esponsalicia) (1933) escrito cuando apenas le faltaban “algunos meses para
cumplir ochenta años” y recuperando la idea de la utilidad vital de la
literatura pues “por algunos instantes soy joven, y esta fugaz excursión de la
memoria tonifica y repara mi gastado organismo. Por eso, nada más que por eso,
escribo este libro de recuerdos juveniles”. Compuesto por ocho cuentos en los
que el nexo común son los diferentes tipos de bodas.
El episodio titulado Cómo se casó Izaguirre cuenta la
infancia de Enrique Izaguirre en Portugalete al cuidado de Berta, una
institutriz francesa “de veinticuatro o veinticinco años” y su posterior
encuentro años después. No era extraño en el Portugalete de aquella época
remota de principios del siglo XX la llegada de institutrices extranjeras para
educar a los niños de las familias adineradas. Cabe recordar ejemplos como el
de Kate O’Brien o el de la noticia que recogemos a continuación sacada de El Día, 24-04-1912 con el título de Las novelas de la vida: una institutriz
afortunada:
“Una institutriz inglesa que presta sus
servicios en casa de la familia de la señora viuda de Meñaca y habita con estos
señores en un chalet de Portugalete, ha heredado una fortuna de sesenta
millones de pesetas, que le deja un tío suyo, gobernador que fue de la India
británica.
La familia de la Institutriz, que tiene unos
hermanos jesuitas, es católica, y sus padres viven en Irlanda.
La afortunada ha recibido con indiferencia
la noticia de la colosal herencia con que la suerte la agracia.
Se llama la nueva millonaria Francis
O’Byrne”.
Sobre si la anécdota es real o
no, habla de ello Palacio Valdés en La
Libertad, 28 de febrero de 1933:
“En ese libro –en todos los míos, en verdad– hay una parte de realidad
y otra de imaginación. Creo que en todos los escritores pasa lo mismo. La
realidad da siempre materiales que la imaginación utiliza luego
convenientemente. Algunos recuerdos personales me han servido de arranque para
los relatos de este libro de ahora. Uno de esos recuerdos, por ejemplo, es de
un señor que vi una vez en Marmolejo, con una señora de mucha más edad que él. Tanta,
que creí, sinceramente, que era su madre. Un día coincidí con él en una mesa. Y
le dije, con toda mi buena fe: «Hace un rato he visto a su madre…». Detrás de
aquel señor, el camarero, que me había oído, me hacía, asustado, unas señas que
yo no lograba entender. Mi compañero de mesa me miraba con una expresión
indefinible. Aquella señora era su mujer, no su madre…”
Por
tanto, aunque partiendo de una anécdota real, la historia proviene de la
fecunda imaginación del escritor en la época de estío pues cogió la costumbre
en su vejez de escribir únicamente en verano.
Dani Docampo
El trabajo completo se puede leer en la BDP