Llegó el siglo XX y las fortificaciones
que se habían construido tras las dos guerras entre carlistas y liberales
fueron perdiendo su importancia defensiva y poco a poco vieron como sus
moradores volaban a otros cuarteles o regresaban felizmente a sus casas.
Durante las dos primeras décadas, el
fuerte de San Roque siguió más o menos activo. Pedro de Heredia narró como en
1901, un incendio devoró la casa de Olabarría (Alto de la Pastora), acudiendo
en su auxilio un piquete desde el fuerte que había visto las llamas,
consiguiendo salvar a los niños que causaron el fuego accidentalmente en la
cuadra.
La siguiente noticia es de 1908 y narra el
fusilamiento del carabinero Agapito Zorrilla que había asesinado a su sargento,
Francisco Mendoza. La sentencia se cumplió detrás del fuerte, en una trinchera.
Formaron el cuadro fuerzas del Regimiento de Garellano, Escuadrón de lanceros
de Borbón, Guardia Civil y Carabineros. Dispararon al infeliz dos ráfagas de
seis disparos sus propios compañeros. Lo peor de todo, es que aquello se
convirtió en un repugnante espectáculo que congregó a cientos de portugalujos y
viajeros llegados a la villa.
La salubridad del fuerte era pésima
desde el momento de su construcción, sin agua corriente, más que la que
recogían de la lluvia. En 1909, por fin, se construyó un saneamiento desde el
lavadero del fuerte hasta el Ojillo. La fachada del fuerte, tal y como muestra
la fotografía superior de la revista Novedades, asomaba curiosa sobre las gradas del
Frontón La Estrella, cuando en 1910 se celebró un concurso de Bandas de Música.
Nuestros munícipes no debían estar
contentos con su pobre protección y se desplazaron a Madrid en 1913 a gestionar
ante el Ministro de la Guerra la construcción de un nuevo cuartel para las
fuerzas del Ejército. De momento, solo obtuvieron buenas palabras para un
futuro,“ya que en el presente no
disponían de fuerzas a desplazar, pero que sí podrían hacerlo en el momento que
se aprobase el plan que tenía en proyecto aumentar a los regimientos un nuevo
batallón”. Se agradeció al Diputado Juan T. Gandarias sus ayudas prestadas
y acordaron “encomendar a un Ingeniero
Militar la redacción de un proyecto para la construcción de dichos cuarteles en el punto donde hoy se
halla instalado el de San Roque”. Como veremos, este asunto aflora de
nuevo en 1919.
Hasta entonces, en 1914, se realizaron nuevas
obras, a cargo del Ayuntamiento, de reparación y adecentamiento con el fin de
acoger una o dos compañías de Regimiento de Garellano, para que realizaran
ejercicios de tiro en la falda del Serantes. Esto nos hace pensar que las
antiguas fuerzas acuarteladas ya se habían ido a otros lares. El ayuntamiento
se desvivió por realizar las obras (1.155,55 ptas.) en ventanas, bastidores,
ventanillas, cristalería, nueva puerta, reparación de las escaleras exteriores,
forro exterior, reparación del tejado, blanqueo y empapelado, reparación
alcantarillas, cocinas, etc., “ya que consideraron
muy beneficiosa la presencia militar en la villa”.
Saltamos a 1919, y el Ejército comunica
a nuestro alcalde, Miguel de Carranza, “que
se ha consignado por la Superioridad el gasto para poner en estado de
habilitarlo para alojamiento de una o dos compañías (unos 200 hombres) el
fuerte llamado de San Roque”. Recordaba como “una de las mejoras solicitadas y aprobadas es la dotación de agua para el consumo de la guarnición, elemento
indispensable sin el cual es imposible puedan instalarse fuerza alguna”. El
Ayuntamiento lo solucionaba elevando agua desde el depósito cubierto, mediante
una bomba por medio de una tubería de 25 mm. En el fuerte se instalaría una
pequeña fuente o pila.
Las fuerzas que iban a venir eran “el Regimiento de Infantería de Guipúzcoa y
la 12ª Compañía de la Sexta Comandancia de Tropa de Intendencia, para que formen
parte de esa guarnición. Pedían de forma clara que se les diga los
ofrecimientos sobre terrenos, expresándose la situación y condiciones de los
mismos y las facilidades que puedan prestar, para la construcción de UN CUARTEL
para el regimiento de infantería y OTRO CUARTEL para la expresada Compañía de
Intendencia.
Suponemos que para ese OTRO CUARTEL recurrirían
de nuevo al “Cuartelón”, que llegados los años treinta, presentaba un estado
ruinoso tras haber acogido la Escuela de Artes y Oficios, un almacén municipal
y a pesar de su estado, en él se alojaron los primeros okupas portugalujos, “viviendo
sin las más elementales reglas de moralidad”. El Ayuntamiento republicano
de 1932 decidió su derribo, pero buscando previamente una nueva ubicación para
sus usuarios. Dado que el fuerte estaba abandonado, se pensó realojarlos allí,
tras conseguir la autorización de Ministerio y la cesión provisional en 1933.
Se alojaron unas 10 familias y en 1934, había cola para conseguir allí una
vivienda. En 1936, el periódico Euskadi Roja decía: “El antiguo fuerte ha sido convertido en
un cobertizo o refugio, en donde se cobijan más de 27 familias, unas 150
personas, obreros sin trabajo, mendigos habituales, gentes sin hogar y sin
pan”.Como pie de una foto decía: “La entrada posterior a las inmundas
pocilgas y malolientes en las que vegetan hacinadas como bestias más de 150
personas”.
A primeros de 1937 se
registraron grandes temporales que dañaron el fuerte dejándolo en estado de
ruina. La última corporación republicana había acordado en Marzo su derribo,
dado el peligro que suponía para los niños que jugaban en la zona, pensando
dedicar la zona a parque público, pero los acontecimientos bélicos retrasaron
su demolición.
En la foto inferior de
la Biblioteca Nacional de España, fechada el 17 de junio de 1936 tras la
voladura del travesaño del puente el fuerte aun se aprecia en pie.
Sus restos acogieron el
30-8-1940 el ajusticiamiento a garrote vil de tres jóvenes de Repélega, La Sierra y Villanueva que habían asesinado a
Francisco Herrero, obrero de AHV, para robarle 25 pesetas y arrojar su cadáver
al Ballonti. Nuevamente, aquello se convirtió en un “espectáculo al amanecer”
al que el ayuntamiento había convocado mediante un bando.
Y aquí acaba la
historia militar de 100 años sobre el cerro que en su día acogió aquella ermita
de San Roque que las tropas napoleónicas convirtieron en cenizas. En los siguientes
capítulos, terminaremos hablando de su transformación, primero en depósito de
aguas, con su curiosa compra al Estado, acabando hoy en día como plaza-parque
bajo la que se construyó un parking.
JOSE LUIS GARAIZABAL FLAÑO
Datos extraídos fundamentalmente
del Archivo de Patrimonio (C12- 27A y 28)