Las miserables viviendas del Fuerte San Roque.
Numerosas familias viven hacinadas en pocilgas inmundas y malolientes. Goteras,
carencia de agua, ratas, piojos y enfermos de tuberculosis.
La
ironía popular nos ayuda a llegar a Abisinia en el espacio de unos minutos.
Por este nombre es conocido más vulgarmente el fuerte de San Roque. El
ánimo y el valor de una clase que se sabe fuerte y dueña del porvenir, ha
puesto sus notas irónicas de condenación. No obstante el nombre de Abisinia se
nos antoja poco afortunado, se nos antoja una ofensa al pueblo etíope.
Presumimos que allí viven mejor.
Pero marchemos sobre Abisinia. No de la Abisinia hollada por la bota
sangrienta del fascismo italiano, sino de esta Abisinia que está aquí, cerca, a
unos pasos, en Portugalete.
Son las doce del mediodía. Emprendemos la subida a la colina en cuya cumbre
está enclavado el fuerte de San Roque. Pronto divisamos una especie de
barracón. El antiguo fuerte ha sido convertido en un cobertizo o refugio, en
donde se cobijan más de 27 familias, unas 150 personas, obreros sin trabajo,
mendigos habituales, gentes sin hogar y sin pan. Su construcción y dimensiones
le dan el aspecto de una kabila rifeña. Nadie podría sospechar que el antiguo
fuerte cubierto con tablas pueda albergar a tantas familias.
Hemos coronado nuestro camino. Un fuerte olor a cierto almizcle y
excrementos nos da en las narices. No podemos contener un gesto de repugnancia.
Ante nosotros vemos un hueco que da entrada a las viviendas. De pie, en el
umbral, una mujer de aspecto humilde nos observa con curiosidad. Al enterarse
que venimos a informarnos, nos dice:
— Pasen, pasen ustedes. No es la primera vez que vienen Comisiones, aunque
sin ningún resultado hasta la fecha.
Transponemos la entrada. Nuestros pies vacilan sobre los accidentes del
suelo. Hay una especie de alfombra de papel que cubre la tierra para que ésta
no se desparrame por el interior de la vivienda. Observamos los huecos. Las habitaciones
están separadas unas de otras por tabla y papel. A pesar de los esfuerzos que
se notan para limpiarlas, su aspecto no puede ser más sangriento. Unos cuantos
camastros sucios en el fondo.
Iniciamos la salida.
—¡Ah! Pero esto es un lujo en comparación con lo que ustedes van a ver
ahora. Vayan, vayan a las habitaciones de Francisco Martos y su familia —nos
dice nuestra interlocutora.
Allí nos dirigimos, atendiendo sus indicaciones. Subimos por una escalera
empinadísima. Por debajo de ella —nos dice nuestro acompañante— pasa la cañería
del retrete.
En verdad, no hacía falta la explicación. Sus olores son harto elocuentes.
Entramos por un
corredor obscuro que conduce al hueco que ocupan dos matrimonios cuyos cabezas
de familia son padre e hijo, respectivamente: Francisco Martos y Aurora
Oliveros, con cinco hijos, todos ellos de corta edad, más el hijo mayor de este
matrimonio, casado, que tiene la cama conyugal en la misma pieza, ligeramente
separada por algunas tablas y papel y que, pese a la intención de quienes las
colocaron, sus boquetes y rendijas indiscretos continúan atentando el pudor d
ambos matrimonios.
Iniciamos la conversación. Nos habla Aurora Oliveros.
—¿. . .?
— Ya ven ustedes el aspecto miserable de nuestra vivienda. Pues bien, a
pesar de cuantos esfuerzos hacemos —en estos momentos estaba fregando las
tablas—, no se pueden ustedes imaginar la cantidad de piojos que hay aquí. No
podemos impedirlo, pues vienen de las otras habitaciones. Las mujeres del
lavadero están indignadísimas, aunque reconocen que no tenemos nosotros la
culpa, y dicen que van a impedir que bajemos a lavar la ropa porque las
contagiemos de miseria. No tenemos agua. Miren el hornillo donde hacemos la
comida. Muchas veces, cuando llueve, el agua y el viento que entra por todas
partes, nos arroja los cacharros y comida al suelo.
Tuberculosos
que padecen accesos y vómitos de sangre
Habla ahora el compañero Martos.— En otras habitaciones, de aspecto tanto o
más miserable, viven Escola, Bernarda de los Santos, Barril, Gregoria, “la
Navarrilla” y muchos más. Por debajo de la tabla entra el viento con furor.
Esto está lleno de ratas, de enormes proporciones… Parecen gatos por su tamaño.
Al hijo de Barril le ha mordido en una mano una de estas ratas.
—Suele haber a veces —prosigue— numerosos enfermos, muchos de ellos de
enfermedades contagiosas. En la actualidad hay algunos tuberculosos, que
padecen accesos y vómitos de sangre. Tampoco los retretes tienen agua.
He aquí lo que hemos escuchado y presenciado. Más de 27 familias, unas 150
personas, viven hacinadas como bestias en inmundas pocilgas infectadas y
malolientes, en el fuerte de San Roque, conocido por Abisinia. Carecen de lo
más elemental: de agua. Hay goteras los días lluviosos, penetra el viento por
todas partes; los olores son insoportables, abundan los piojos y enormes ratas
hambrientas, que clavan sus repugnantes colmillos en las carnes famélicas y
doloridas de estas pobres gentes... Hay enfermos de tuberculosis que sufren
vómitos de sangre.
Es preciso acabar con tanta vergüenza, miseria y dolor, señores munícipes,
señor inspector de Sanidad. Giren una visita por allí y comprobarán lo que
decimos.
Hay que habilitar viviendas adecuadas. Lo reclaman las familias del fuerte
de San Roque. Hay que desalojar esas pocilgas, que pueden ser el foco de una
epidemia.
¡Lo exige el pueblo de Portugalete!
Sí, señores munícipes de Portugalete y señor
inspector de Sanidad; esto es lo que hemos presenciado con nuestros propios
ojos. Con nuestra presencia física hemos podido comprobar la razón que asiste
al vecindario cuando tan reiteradamente da pruebas patentes de indignación y
protesta. Pocas veces, sí, hemos contemplado con el ánimo tan soliviantado unos
seres humanos que arrastran su existencia mísera de parias de una manera tan
inhumana y patética. Cuanto podamos decir resultará pálida ante la realidad,
aunque no se nos oculta que, quizás no faltarán gentes que tratarán de disipar
esta pesadilla de mal gusto que pone tintes sombríos en el rosado y primaveral
paisaje de quien disfruta una vida reposada, plácida y risueña, atribuyéndola a
algo novelesco, producto de la fantasía de pobres alucinados.
Sin embargo, nada más cierto y real. Y nada más
cierto, también, que no conseguiríamos reflejar esta realidad en sus patéticas
conmovedoras e indignantes proporciones aunque poseyéramos todo el vigor
descriptivo y toda la fuerza narrativa de la más exuberante imaginación.
Nada más fácilmente comprobable, empero, que lo
que vamos a poner en conocimiento de nuestros lectores.
euskadi roja
ORGANO en EUSKADI del PARTIDO COMUNISTA (S.E. de I.C.)
PORTAVOZ de los SINDICATOS
REVOLUCIONARIOS
Año IV, San Sebastián, 4 Abril 1936 Segunda época nº 20