domingo, 27 de agosto de 2017

LA PROSTITUCION EN LA VILLA HACE SIGLO Y MEDIO



Portugalete por su configuración geográfica de puerto y su topografía ha sido un lugar de paso de personas de muy variada especie, a lo largo de su Historia. Durante siglos aquí se embarcaban los penados que iban a los presidios de su Majestad, así como la soldadesca que se dirigía a Ultramar o a otros puntos, y la marinería que tripulaba los buques. Además era la cabeza portuaria, con salida al mar, de un rico mercado agrícola constituido por las localidades de su entorno más inmediato. Lógicamente, este conjunto de condiciones fueron el caldo de cultivo más favorable para que algunas mujeres, movidas en la inmensa mayoría de los casos por situaciones de desamparo y pobreza, fueran arrastradas a ejercer el oficio más viejo del mundo.

Dentro de lo que podríamos llamar nuestra microhistoria nos situamos en 1857 para recoger dos casos que encontramos en los documentos del Archivo Histórico Municipal. Era alcalde Máximo Castet, quien según sus palabras se encontraba “en el imperioso deber de moralizar las costumbres puras hasta algún tiempo de este pequeño pueblo”.

El primer caso corresponde a Julia de Ybargüen, de 17 años, hija de Felipa de Urquijo que con su hermano Dario de 15 años, protagonizaron escándalos desmoralizadores en alto grado” que obligaron al alcalde a decirle a José Benito de Ybargüen, cabeza de familia, que “haciendo uso de su autoridad paternal corrigiese y sacase del cieno en que se hallaba engolfada su hija, y que si su autoridad de padre era mal empleada, se vería en el caso de hacer uso de la que él reviste”.

Por las declaraciones de algunos vecinos sabemos que los Ybargüen originaban continuos altercados y algaradas, pues en una de las “habitaciones de su casa, la puerta de la calle se abre a todas horas de la noche, y entran y salen gentes” ya que la citada Julia se prostituía “y que es aún más culpable su misma madre a quien ha oído decir dirigiéndose a la hija, que vaya a Bilbao a ganar con su cuerpo algunos pesos, y que si no trae tanto la castigará”. Según afirmaba un declarante, ambas, la madre y su vástaga salían de noche a buscar “quien quiera hacer uso de la hija, sirviendo de encubridora y centinela su madre, y que así mismo el muchacho, Darío, se ocupa también, mandado por su madre”, sirviendo de alcahuete o correveidile, de “solicitador de hombres para su hermana, quien ha extendido tan infame menester a algunas otras jóvenes”.

Entre los clientes habituales se encontraban algunos carabineros o al fondear en nuestro puerto algún vapor (se cita en concreto el Santa Isabel), muchos de sus tripulantes entraban en casa del citado Ybargüen.

La conducta de este grupo familiar generó conflictos también en algunos matrimonios, así según Josefa de Gorordo, ella había recibido aviso de que su propio esposo había entrado en dicha casa, por lo que se había personado en la misma, sacándolo de allí, “siendo las consecuencias disgustos de consideración en la familia, que aun no han calmado”.

Realmente, podemos tildar a este grupo de parentesco como de empresa familiar dedicada al oficio más viejo del mundo. Se les podría llamar los Ybargüen y Cía” o los “Ybargüen, S.L.”, ya que incluso se habían repartido los distintos papeles o roles a desempeñar en el “negocio” familiar.

El segundo caso de meretrices jarrilleras lo encontramos en una certificación del alcalde del 2 de diciembre de ese año 1857 que cita a Manuela de Martín y Josefa de Eguía, que “se hallaban entregadas al funesto vicio de la prostitución”, generando muchos problemas, produciéndose “enfermedades sifilíticas, cuyo germen principal ha residido y reside en la Villa”, padecimiento que afectaba lo mismo a los jóvenes que a los padres de familia.

En una discusión entre vecinas se recoge como una vecina casada interpelaba a Manuela preguntándola cuántas veces “había estado con su marido, a lo que ésta repuso que más de 20, y que la había dado mucho dinero, armándose una riña momentos después entre los dos esposos, de consecuencias enormemente desagradables”.

El 8 de mayo de 1858 el alcalde ordenó que la citada Manuela de Martín fuese trasladada a la “casa de recogidas” de Nuestra Señora de Begoña, pasando el expediente original a la Diputación General, para que si lo tenía a bien se sirviera remitir un par de miqueletes para poder proceder a su detención.

Meridianamente se observa a raíz de todo lo descrito, que las mujeres, encubridoras, alcahuetas o proxenetas, o ejercitantes de rameras, para su desgracia siempre eran las intercesoras, culpables o víctimas, siendo exonerados del tanto de culpa que les pertenecía a los hombres en la inmensa mayoría de los casos. Por si esto fuera poco, las fuerzas vivas de la localidad, integradas en su totalidad por varones, culpabilizaban claramente a las mujeres de todos estos hechos.

Roberto Hernández Gallejones


El articulo completo, ya que esta entrada es un pequeño extracto,
se puede leer en la Biblioteca Digital Portugaluja: 





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