Este blog se dedica a recuperar y recordar la historia
portugaluja, su gente, sus costumbres … y para salir todos los días necesita de
la colaboración de muchos amigos con ideas afines a las nuestras.
Hoy uno de mis amigos, a quien siempre recurro pidiendo
colaboración y que acepta encantado, me envía la carta que ha redactado su hijo
desde sus propias vivencias deseando que sea pública y se difunda
como denuncia a la situación de las leyes sobre la Eutanasia en el estado
español.
Desde mi responsabilidad como redactor de este blog y
apoyando su contenido lo incluyo en esta entrada de hoy
Rubén Las Hayas Nuñez
S.O.S. LA VIDA ES UN DERECHO, NO
UNA OBLIGACIÓN.
Me llamo Danel Aser, ni soy
periodista ni escritor, así que de antemano pido disculpas por esta pobre
redacción.
Hace 5 años, en nochebuena...
habíamos disfrutado de una gran cena en familia, nos habíamos entregado los
regalos y todos dormían en sus habitaciones. Me desperté con mucha sed y me
dirigí a la cocina para coger un vaso de agua. Justo antes de encender la luz,
frente a la ventana, apoyada en la encimera sobre su brazo derecho y con el
izquierdo tapándose la boca, vi a mi amatxu. Allí estaba ella: sola, a oscuras;
llorando desconsoladamente mientras se mordía el brazo con rabia para que nadie
la escuchase. Dudé unos segundos; ella aún no me había visto. No sabía si debía
dejarla desahogarse en soledad o acompañarla. Finalmente me acerqué y la dije:
—Amatxu.
Ella se asustó y tras decirme dos
veces que me fuese por favor, se abrazó a mí y rompió a llorar sin poder casi
respirar. No recuerdo el tiempo que estuvimos abrazados y llorando juntos
mientras no paraba de repetirme:
—Te quiero, te quiero, os quiero,
perdonadme por favor, os quiero, perdonadme...
Yo solo le abrazaba y lloraba con
ella. Poco a poco se fue calmando y recuperando la respiración. Me agarró las
manos con fuerza y mirándome fijamente a los ojos me dijo:
—Me tienes que prometer una cosa.
—Dime —le repliqué.
Ella insistió:
—Prométemelo: el día que no
recuerde uno de vuestros nombres, ese primer día que veas que os confundo, que
no sepa como os llamáis... por favor, no esperéis a que me olvide de vosotros,
a que no os reconozca como hijos o que no reconozca a aita. Ese día me tienes
que ayudar a marchar.
Y así lo hice. Se lo prometí.
Mi amatxu se llama Maribel, tiene
75 años y le diagnosticaron Alzheimer hace doce. Lleva junto a mi aita, su
marido, 63 años. No me he equivocado de número, ella tenía 13 años cuando se
conocieron y desde entonces han compartido este viaje juntos. Cómplices,
amigos, amantes, esposos, padres. Mujer fuerte, luchadora, defensora, cual
leona, de su marido, de sus hijos, de su familia y amigos, de su pueblo y de su
tierra. Monógama, pero madre de todos. Vivió su vida a corazón descubierto y
nos enseñó a amar, amándonos con locura.
Recibió la noticia de su enfermedad y tras un
tiempo de desconcierto y pánico, comenzó recibir clases de inglés y de euskera,
hacer sudokus diariamente (yendo contra natura) y ralentizar así la evolución
de su enfermedad. La batalla fue larga y dura, pero su lucha imperiosa le
permitió disfrutar un tiempo mayor del estimado, de unos años más de cordura,
lucidez, felicidad y autonomía.
La enfermedad ha ganado la
partida. Mi ama no sabe quien soy, no solo no recuerda nuestros nombres, sino
que tampoco nos reconoce como sus hijos, y pocas veces reconoce al hombre con
el que ha estado 63 años, como su marido. A veces soy su hijo, otras su padre,
amigo, marido, desconocido e incluso su enemigo. Depende del momento. Y yo… no
he cumplido mi promesa.
Sí. Sabe que nos quiere y se
siente a gusto bajo nuestra protección. Nuestra compañía le relaja. A eso nos
hemos agarrado, como a un clavo ardiendo, quizá por miedo a negar la evidencia.
Mi amatxu, no atiende a razones, no usa la lógica, no solo es incapaz de
construir una frase completa sino que ni siquiera acaba una palabra. Se las
inventa. Tiene su propio idioma. No se puede vestir sola, quiere irse a su casa
cuando está en ella, no puede salir sola a la calle porque jamás sabría volver.
Muchas veces la tenemos que dar de comer. Mi amatxu se mea, se caga, y hay que
limpiarla y cambiarla todos los días. Últimamente, cuando tiene ganas de ir al
baño, hace la acción inversa a la que debe hacer para expulsar las heces, y es
mi aita quien le ayuda a sacarlas poco a poco, sin hacerla daño, para que no se
hinche y sufra de dolor. Dolor tiene, y mucho. Este dolor le afecta a
diferentes partes del cuerpo a lo largo del día, pero como no puede comunicarse
y no puede explicar donde le duele, no podemos ayudarla. ¡Qué pensará!: «esta
gente a quien pido ayuda solo me mira con condescendencia y me abrazan y acarician,
¿porqué no me ayudan con mi dolor? »
Nadie puede imaginar el grado de
impotencia que sentimos al ver llorar y hacer gestos de dolor a la mujer que
más queremos, sin ser capaces de ayudarla. Mi amatxu se pierde en casa. Pocas
veces reacciona a su nombre o a los apodos con los que la hemos llamado toda la
vida. Se tumba a descansar con los ojos abiertos y la mirada perdida. En muchas
ocasiones caen lágrimas de sus ojos vacíos y sin expresión. Y yo… sigo sin
cumplir mi promesa.
Mi amatxu sufre; cada día, cada
hora. Y hay un estado aconfesional (que no laico) que insiste en tipificar la
eutanasia como delito. Mi amatxu tiene firmadas sus últimas voluntades, y
nosotros no podemos hacerlas cumplir porque un estado determina que mi ama debe
seguir sufriendo.
Pidió no vivir sin lucidez, pidió
no vivir con dolor, pidió no vivir sin poder recordar… Pidió no vivir así. Si
recuperase esa lucidez y cobrara consciencia de su estado actual, de su
sufrimiento y del de quienes la rodean, acabaría con su vida, no sin antes
habernos reprochado no haber cumplido sus últimas voluntades. Y a mí en
particular, con la promesa que le hice.
La gente me dice que si le
quitase la vida a mi madre, ese acto me generaría un remordimiento de por vida.
El remordimiento es el que tengo ahora por permitir que mi amatxu viva así, o
mejor dicho por mantener el cuerpo de mi ama con vida. Porque de ella esto es
lo que queda: un cuerpo al 90% con una analítica casi perfecta, pero con
dolores que no podemos identificar y una mente al 5% ausente y triste, con segundos de lucidez
durante el día.
El artículo 15 de la Constitución
española dice así: «Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y
moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o ¿Qué
es la muerte más que el último momento de la vida? ¿Acaso la muerte no forma
parte de la vida? Si toda persona tiene derecho a que se respete su vida, ¿por
qué no se respeta el derecho que tiene mi ama a no querer seguir viviéndola?
Mi amatxu sufre: mental y
físicamente. Todos los días. El gobierno español incluye una ley en el código
penal que hace referencia a aquellas personas que practican la eutanasia,
aplicándoles una condena de privación de libertad entre 2 y 8 años. Si no me
equivoco, la Constitución española, que se creó tras la muerte de Franco,
permitió que el estado español pasase de un “régimen dictatorial” a un “estado social y democrático de derecho”, que
propugna como valores superiores del ordenamiento jurídico “LA LIBERTAD, LA
JUSTICIA y LA IGUALDAD”. ¿Me van a castigar a mí con una privación de libertad
de 2 a 8 años, por defender la libertad de mi ama?
Voy a hacer también referencia al
derecho internacional y a la legislación extranjera a la que el gobierno tantas
veces apela. La CCT (Convención Contra la Tortura) ofrece una definición de
“tortura y de tratos inhumanos y denigrantes”, conforme a la cual, en su
primera definición dice así: «I -dolo de producir sufrimiento físico y mental.
II –tener por finalidad la obtención de información o confesión». Este delito está tipificado como un delito
especial, que solo puede ser atribuido a aquellas personas que tengan autoridad
o sean funcionarios públicos.
“Dolo”; dentro de la definición
anterior, se refiere a ‘un acto voluntario y/o consciente’. Ahora bien, la
jurisprudencia internacional, particularmente la europea, ha interpretado que
los tratos inhumanos y denigrantes, son conductas análogas a la tortura, pero
que no alcanzan ese grado de intensidad si el punto dos de la definición
anterior no se lleva a cabo. Es decir, si no se da la premisa de finalidad de
obtención de confesión, esta conducta no estaría tipificada como tortura. Eso
sí, los tratos inhumanos y denigrantes hacia la persona estarían contemplados
como conductas análogas a la tortura.
¿Acaso tenemos unos políticos ignorantes, que
no conocen el sufrimiento de miles de pacientes con enfermedades terminales y degenerativas, terriblemente
dolorosas mental y físicamente y que no tienen cura alguna? Si es así, no deberían
ocupar esos puestos. Si no es así, quizá tendría que recurrir a mi derecho a
denunciarles por conductas análogas a la tortura y trato denigrante a mi
amatxu. Ellos son los creadores y los que se encargan de un obligatorio
cumplimiento de una ley que impide que yo acabe con ese sufrimiento y siga
permitiendo esa degradación humana y ese dolor continuo. Solo me dan dos
opciones:
1. Mi amatxu es libre, deja de sufrir, tiene una muerte digna y yo
voy a la cárcel.
2. Yo soy libre, y mi madre sigue sufriendo sin descanso.
¿No será que en este estado aconfesional
(aquel que no reconoce ninguna religión como oficial), la iglesia católica
tiene tanta fuerza, que determina la base ética y/o moral de algunas de sus
leyes? (la eutanasia, el aborto…). No tengo nada en contra de ninguna religión
(pese a no comulgar con ninguna de ellas), pero tendríamos que tener la
libertad de acogernos a cualquiera o a ninguna. No puede ser que un estado que
se declara aconfesional, tenga leyes con bases morales/éticas directamente vinculadas
a la religión católica. ¡¿De verdad la institución que representa esta religión
me va a dar lecciones de ética y moral?! Una institución que entiende como
normal que los sacerdotes no se puedan casar o que entiende que los
homosexuales y las lesbianas sufren de una enfermedad. Una institución que
defiende una absurda castidad mientras millones de personas mueren de sida en
África por no permitir que se usen preservativos. ¡¿De verdad que la
institución que lleva siglos ocultando los abusos de niños y permitiendo que
sus miembros sigan cometiendo actos pederastas, va a ser quien dictamine lo que
es ético y moral?!
¿Quiénes son ustedes (gobierno e
iglesia) para determinar quizá no voluntariamente pero si conscientemente este
trato inhumano y denigrante hacia mi ama? ¿Quiénes son ustedes para decidir por
los demás, algo tan personal como su derecho a vivir o morir? ¿Quiénes son
ustedes para decidir una ley que obligue a mi ama a sufrir hasta su muerte?
No confundamos el derecho a la
vida con el derecho a vivir. ¡Ya basta! Ustedes no pueden tener ese derecho. No
les corresponde.
Y YO… SIGO SIN CUMPLIR MI PROMESA.
Danel Aser Lorente
Tellaetxe
09/11/2018