Antonio Puente Pablos nació el 27 de
Septiembre de 1921 en el pequeño pueblo de Cegoñal (León) y tras pasar una época
de su vida en un convento, recaló en Portugalete con su título de Maestro de
Primera Enseñanza, residiendo en el barrio de Pando nº 19 en casa de unos tíos.
Antes de lanzarse a la aventura de abrir la academia en el Ojillo, se ganó la
vida dando clases particulares en el Bar Allende de la calle del Medio.
A la edad de 28 años, el 15 de
Septiembre de 1950 se lanza a la difícil empresa de montar un Colegio-Academia.
Digo difícil, porque la Junta Municipal de Primera Enseñanza, formada por los
directores de los colegios existentes (Zubeldia, Santa María, Agustinos, el
Carmen, etc.) no estaba por la labor de compartir el pastel y puso sus pegas al
local y a la necesidad de su apertura al estimar cubiertas las necesidades de
la Villa en cuanto a centros de enseñanza.
El local donde instalaría la academia
era una lonja de unos 80 m2 sita en los bajos de la casa nº 12 del Ojillo,
propiedad de Alejandro López, vecino de la misma casa. El 15-9-50 solicita la
instalación y tras el informe favorable del arquitecto municipal J. I. Gorostiza
comienzan los trámites de Arquitectura, Sanidad, Instrucción Pública sorteando
el informe previo negativo de la Junta
Municipal de Enseñanza.
La lonja necesitó labores de revoco y
blanqueado, así como la construcción de un único lavabo-retrete de 2 x 1,5 m.
Contaba además de la mampara-puerta acristalada al Ojillo, con dos ventanas al
patio trasero lindante con las monjas y otras tres al patio interior. La lonja
medía unos 14 x 5 m. más un rincón de unos 3 x 7 m. Colocó sobre la mampara de
entrada un rótulo con la leyenda: “COLEGIO-ACADEMIA SAN ANTONIO”.
La autorización municipal fue concedida
el 11-12-50, pero indicando que se debería dirigir para autorizar su
funcionamiento a la Autoridad Universitaria. Pasó el trámite y es de suponer
que las clases comenzasen en el curso 1951-52.
En los años iniciales solo había un aula
quedando todo bajo el mando único de D. Antonio. Años después, una mampara acristalada
dividía la lonja en dos aulas y sobre ella había colocado, creo, un Sagrado
Corazón. La más cercana al Ojillo era la de los txikis y la trasera de los
mayores. Unas pizarras gigantes de las que colgaban una regla, compás, escuadra
y cartabón, todos de madera, ocupaban toda la pared. Txundo Arostegi nos inició
en su manejo para el dibujo lineal. En la parte inferior, la repisa para las
tizas y borradores que periódicamente había que sacudir en el exterior a base
de golpes contra la pared con el consiguiente blanqueo del encargado ocasional
de su limpieza. Por supuesto, el crucifijo presidía las clases y en otra pared
colgaba algún mapa con los ríos, mares, países, capitales, etc. Unas largas mesas
con sus tinteros individuales de cerámica blanca y bancos corridos era todo el
mobiliario. Al fondo, en un rincón, la mesa del profesor y unas baldas en las
que se apilaban ordenados boletines de notas, forros azules para los boletines
y libros, etiquetas de papel que se pegaban previa chupada, cuadernos, botellas
de tinta, lapiceros, gomas, plumas, puntos, etc. que facilitaba a sus alumnos a
precios reducidos que se añadían al recibo mensual.
La academia que llevaba en un principio
solo D. Antonio, a los dos años más o menos, vio aumentada la plantilla con una
profesora llamada Dª Olga Peñalva Raiva. Pronto nació el amor entre ambos y a
los dos años se casaron.
El alumnado era variopinto. Chavales de
la zona proveniente de las Escuelas de Zubeldia y otros, “rebotados” de otros
colegios a los que sus padres dejaban en manos de D. Antonio para “enderezar”.
La disciplina era severa y pobre del que no hacía los deberes o hacía pira. En
los años cincuenta, D. Antonio daba unos vales de cartulina de diferentes
colores y puntos según la calidad de los deberes entregados, que servían de
salvación para evitar castigos. Todos los sábados por la tarde eran día de
notas tras el rezo del Rosario y los suspensos e infractores eran severamente
castigados a tortazos mientras estaban de rodillas en el suelo con las manos en
la espalda. Me cuentan que una vez al ir a pegar a un “condenado” se le escapó
el reloj de la muñeca yendo a estrellarse contra la pizarra. El castigo fue con
“intereses”. ¡Todavía me resuenan los sopapos a “Mogoyo” al pasar frente a la
lonja!. Otro castigo típico era copiar 100 o 500 veces un recordatorio de algo
incorrecto.
Hoy en día, al ver la fotografía superior
que nos ha facilitado Juan Ángel Barquín,
correspondiente al curso 1958-59, uno se pregunta cómo era posible que
entrásemos todos en aquella lonja (he contado 171 alumnos con D. Antonio y Olga
o Pili Ruiz a la derecha). La fotografía está sacada con la casa nº 5 de la
calle Gipuzkoa de fondo, cuyos bajos hoy ocupa Saneamientos Amezcua.
JOSE LUIS GARAIZABAL
FLAÑO
Nuestra antigua profesora Dª Mª Pilar Ruiz quiere hacer constar que Don Antonio, a pesar de los métodos al uso en aquellos tiempos por muchos profesores y, a veces, por algunos padres, quería y se interesaba por los alumnos y por sus familias.
ResponderEliminarJOSE LUIS GARAIZABAL
Insisto, torturador. Hoy, cualquier padre de sus "queridos alumnos", le hubiese arrancado los dientes a h*****s.
EliminarYo estudié en la academia San Antonio de Santurtzi y allí se repartia estopa y no te digo cuando venía el dueño Antonio un verdadero sádico de todas las profesoras he recibido tortazos y reglazos menos de una profesora que se llamaba Marlene
EliminarMétodos apenas injustificables de enseñanza incluso para aquellos tiempos. Mi cara puede dar fe de ello.
EliminarNi ese "señor" ni su "señora" no quisieron ni se preocuparon por ningún alumno en toda la existencia de ese maldito colegio al que tuve la desgracia de estar muchos años. No intentes arreglarlo con este mensajito. Hacian cosas a diario que ahora serian delitos. Y los profesores no eran muy diferentes a ellos...
EliminarEl tal D. Antonio fué un auténtico torturador, hoy estaría encarcelado por los castigos a sus alumnos, como por ejemplo el ponerlos a varios de ellos de espaldas a él y, silenciosamente, se movía por detrás y sin esperarlo, daba unos varazos de miedo además de otras "gracias" similares. Como persona le calificaría como un sádico capaz de dejar a la Stassi y a la Gestapo como verdaderos aficionados.
ResponderEliminarY Olga peñalva una torturadora
EliminarA mi el tal Antonio no me toco pero su mujer Olga peñalva era otra torturadora
ResponderEliminarY creo que con la edad que tiene que tener ya pero vive todabia
Pronto irá al infierno
Yo pasé allí toda mi infancia y quitando a la señorita Pili los demás eran torturadores y no sabían enseñar sino a base de palos y miedo encima no podías decir nada en casa , pues te caían más ostias , que infancia más cruel
ResponderEliminarCuanto hace que se cerró el colegio San Antonio
ResponderEliminarLa pena que abrió un centro como ese...
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