José Luis
Garaizabal, que será el portugalujo que más conoce de las imágenes de San
Roque por el mundo, recoge el relato de Carlos Ibáñez, publicado en EZAGUTU
BARAKALDO, extraído seguramente de su libro “Cuentos, leyendas y sucedidos”,
hecho que no puede confirmar, pues al igual que otros se encuentra veraneando fuera
de Bizkaia. Las imágenes que lo ilustran son de El Regato.
Cuentan
que hace muchísimos años hubo una peste de tiña que afectó con mucha más
intensidad a nuestros hermanos del Concejo de Sestao. Las hierbas y pócimas de
los curanderos no conseguían paliar los sufrimientos, fue entonces cuando se
acordaron de los santos y, entre éstos, eligieron a San Roque por ser el Patrón
de las pestes. Creyentes y otros que no creían tanto, acordaron poner en conocimiento
del señor cura Párroco sus intenciones, para rezar y suplicar a San Roque por
la salud de sus familiares y amigos enfermos.
Al cura no le pareció nada mal el acuerdo tomado y pronto y bien
mandado tomó referencias y buscó por todos los altares, así como por todos los
recovecos de la iglesia y sacristía, una imagen del santo milagrero. Claro, no
apareció porque no la tenían. Después de mucho buscar y revolver, el cura no
pudo por menos que exclamar:
-«¡Estos mis feligreses sólo
se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena!».
En vista de cómo estaban las cosas, alguien insinuó la compra de una
imagen del santo, pero como la economía no era muy boyante, tomaron la unánime
decisión de pedirla prestada -por unos días- a los de Portugalete.
-¡Pues no está mal la idea! -dijeron todos a coro- y ni cortos ni perezosos se encaminaron hacia la Villa marinera, con la
creencia de que aquello era sólo llegar y coger.
Como la distancia era corta, pronto llegaron a la Campa de San Roque y tras
preguntar por el responsable de la ermita le comunicaron el deseo de que les
cedieran el Santo.
Pero los feligreses «jarrilleros» muy amantes de su Santo Patrón,
dijeron que no hacían concesiones porque no se fiaban de nadie y que se
marcharan cuanto antes para que no les contagiaran.
Ante la tajante negativa de los «villanos», la comitiva se puso de
regreso a Sestao. Durante el camino, alguien tuvo la feliz idea de acordarse de
que en el barrio barakaldés de El Regato se veneraba también a San Roque y, que
a falta de uno, bueno era el otro.
- Creo que esta vez no
fracasaremos, -dijo el cura- pues tengo mucha amistad con el cura de El Regato.
- Pues vamos allá ahora mismo
-apremió el maestro. Esto hay que hacerlo cuanto antes.
-¡Bien dicho! -dijeron a coro
todos los acompañantes.
Pronto llegaron a Barakaldo y seguidamente cruzaron la Vega de Ansio para tomar el
camino que les llevaría hasta la barranca de El Regato, para así dialogar con
el representante religioso de la ermita.
El rechoncho curilla «regatero», sabedor de la epidemia que asolaba a
Sestao, no dudó ni un momento en decirles:
- «¡Ahí lo tenéis!, ponedlo
encima de esas andas y que se produzca el milagro».
Contentos se vieron los pedigüeños y pronto estuvieron de regreso,
cosa que ya realizaron con muchas prisas sin dar ni las gracias. -«¡Bueno, colega!, -le dijo el cura de Barakaldo
al de Sestao- mal está que no me deis ni las gracias, pero por lo menos
escuchad las condiciones que pongo para la devolución de San «Roketxu, que no
son otras, que deberá estar aquí para el próximo domingo a la hora de la
celebración de la Santa
Misa».
- ¡No faltaría más! ¡Eso está
hecho! -parecieron decir todos a coro.
-«¡Pues ya veremos!, que no me
fío mucho de vosotros». Transcurrieron los días y
tanto San Roque como su perro seguían ausentes, así que la celebración
religiosa se celebró con la ausencia del Santo Patrón.
Los feligreses no daban crédito a lo que sus ojos veían y fue entonces
cuando el sacerdote les comunicó lo sucedido:
-Queridos hermanos, San Roque,
nuestro Patrón, hoy nos ha fallado y no está presente -como veis- entre nosotros.
Hace unos días fue solicitada su presencia «por los hermanos cristianos de
Sestao» para curar la tiña de su enfermos y parece ser que no le ha dado tiempo
para sanar a todos. Pero yo os prometo que pronto volverá nuestro «Roketxu» y
lo hará inmensamente feliz al encontrarse nuevamente entre nosotros.
Había pasado ya un mes largo, es decir, una larga cuarentena, y los de
Sestao parecían estar ya curados. El Santo había cumplido su santa misión, pero
no volvía. ¡Estaba bien claro! Le habían tomado tanto cariño al Santo -que los
del Concejo- en agradecimiento, decidieron que se quedara en Sestao para
siempre.
No les hizo ninguna gracia a los feligreses de la ermita barakaldesa la
satisfacción dada por los «tiñosos». Y dicen, que los vecinos de la barranca de
El Regato tuvieron que ir a Sestao provistos de estacas, para traerse al Santo
por las buenas o por las malas. Hubo sus más y sus menos, pero al final -y en
andas portadas a hombros- retornaron con el Santo Patrón «milagrero», haciendo
votos de que jamás volverían a dejarlo salir de su ermita.
Dicen, y esto nunca lo sabremos, que cuando regresaban, a la altura de la Fuente de Amézaga -en
Retuerto- el perro del Santo hizo un significativo movimiento con el rabo, como
queriendo demostrar su júbilo por el regreso. No faltó tampoco quien aseveró
que el Santo le hizo un leve guiño de ojo a su inseparable y fiel perro. Cuenta
la leyenda sobre San Roketxu de El Regato que un recio aldeano del lugar con
cara de malas pulgas, exclamó: «Estos
tiñosos de Sestao, por poco se quedan con nuestro santo». De hecho, y no es
nuevo para nadie, cuando surge el dicho de «Tiñoso», el destinatario siempre es
uno de Sestao. Afortunadamente este mote no encierra maldad y todo termina con
su correspondiente contestación de «Sarnoso», que recíprocamente les endosan a
los de Barakaldo.
Nunca se puso en duda el milagro que realizó nuestro Santo, pero su
verdadero y asombroso «Don» fue el unir a dos pueblos a los que sólo separa el
cauce de un río. Hay todavía algo en lo que sin embargo no están de acuerdo:
los barakaldeses aseguran que el verdadero nombre del río es el Castaños
mientras que los sestaoarras dicen que es el Ballonti. De todas maneras, tengo
que decir que ambos son sólo dos afluentes de un río común: el Río Galindo.
Publicado el 12 de agosto de 2016