Hoy, dentro de los relatos del fin de semana, empezamos a
recoger algunos recuerdos de la portugaluja del muelle Viejo, Regina Fernández Larrain, que estos
días habría cumplido 101 años y que bajo el título general de Mis aventuras en la Ría, dedicó a su primo Julianchu Olano en 1982.
Si en el bonito puerto pesquero de Santurce, con sus dos
rampas atracaban los vaporcitos para descargar la preciosa carga arrancada del
mar, también otros vapores llegaban a descargar y vender su pesca hasta la
rampa de Portugalete.
En esta rampa, desaparecida ya hace muchos años, recuerdo
que me gustaba mucho estar y ver la algarabía que se armaba con tanto trajín.
Allí estaba la guapa María la Navarrilla con su, pañuelo a
la cabeza, su delantal de dril y descalza, como todas las demás, que alquilaba
los tinacos donde lavaban la pesca y después la salaban y, con todo primor, la
iban colocando en aquellas cestas tan típicas que llevaban en la cabeza por
todas las calles del pueblo y pregonaban a todo pulmón: ¡Hala mujeres que ya se
acaban! ¡Sardinas de vara y media...!
Cómo me gustaba verlas, cuando daban aquella vuelta rápida y
en redondo, tan garbosas, para escurrir el agua de sus sardinas, vivitas y coleando,
como ellas decían.
La venta del pescado se hacía en el muelle Viejo, en los
bajos de la casa de la "Millona", que ya no queda de ella más que un
poco de la fachada de piedra; y allí, precisamente, nacieron mis dos hijos.
Pocos portugalujos sabrán que el muelle Viejo, hoy la calle
de D. Manuel Calvo, cuando hicieron el muelle de Churruca y se le llamó "muelle
nuevo", desde entonces a mi calle, puesto que yo también nací en ella,
aunque en distinta casa, fue el “muelle Viejo" y así sigue conociéndolo
todo el mundo.
Una de las hijas de María la Navarrilla, Mari Gutiérrez, y
conocida también como Mari la Navarrilla, era una magnifica nadadora y fue
nuestra campeona de Vizcaya allá por los años 1.942-44-45 y otros años mas que
ahora no recuerdo, pero si sé que en 1.948 batió el record vizcaíno y
vasco-navarro.
Mari hizo su aprendizaje en el dique, cuando las aguas eran
limpias y claras y mucha juventud se bañaba en ellas. Algunos, por ver nadar a
la campeona, le tiraban una "perra gorda", diez céntimos de entonces,
por ver si sería capaz de sumergirse hasta el fondo y sacarla.
La simpática navarrilla se tiraba y localizaba la moneda y a
la segunda vez de sumergirse la cogía, se la ponía entre los dientes y así,
triunfante, aparecía de nuevo, siendo la admiración de chicos y grandes.
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