sábado, 21 de diciembre de 2019

RELATOS DEL FIN DE SEMANA: (3) LOS PASEOS EN BOTE POR LA RIA



Nos gustaba tanto pasearnos por las aguas de la Ría que siempre que podíamos (siendo ya mayores) cogíamos el bote de mi padre y nos íbamos a dar una vuelta con unas cuantas amigas.
Unas veces pasábamos por debajo del Puente Colgante, siempre por la orilla, y llegábamos hasta la playa de Las Arenas; otras nos quedábamos por La Benedicta y alguna vez, por la parte de Baracaldo, llegábamos hasta la Dársena de Axpe. Aquí fuimos con el bote que Julián Alcalde nos dejó un día y, al llegar a Axpe, se nos rompió un estrobo y cinglando, con un solo remo, nos agarramos al ancla de un barco que estaba fondeado allí.
Al rato, pasó un conocido y le dijimos que avisara a Julián de lo que nos pasaba. Cuando éste llegó, amarró su chinchorro al bote y riéndose dijo: por haberme hecho venir me vais a llevar vosotras a mi; y después de poner el nuevo estrobo que faltaba, le llevamos, remolcándole, hasta el dique, mientras él se reía.
En otra ocasión, cuando tendría yo de 20 a 22 años, Chemari, el de Lequeitio, nos iba a llevar a Charin, a Maite, a Nieves y a mi hasta Arriluce en un gasolino.
Para embarcar en él, había que saltar a un chinchorrillo, de éste a un bote y del bote al gasolino. Ya habían saltado las tres y al querer hacerlo yo, se había separado el bote de la orilla y ¡zás! caí al agua en picado, hasta el mismo fondo. Yo no sabía nadar, pero, instintivamente, aguanté la respiración y moviendo piernas y brazos, salí en un santiamén a la superficie; allí no corría el peligro de ahogarme porque había mucha gente; enseguida me agarraron y me subieron al bote.
Arriba estaba el bueno de Mazanet, haciendo su guardia. Un simpático marinero que hacía la mili en uno de los barcos de guerra allí fondeados, que se había quitado las cartucheras y tirado el fusil al suelo para tirarse a salvarme, pero, afortunadamente, no se tuvo que mojar.
Como era lógico, nuestro paseo quedó frustrado. Yo seguía sin tener miedo al agua, a pesar de no saber nadar. ¡Qué vergüenza! La única de las cuatro hermanas que éramos, que no sabía nadar, era yo.

REGINA FERNANDEZ LARRAIN

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