Una salida, ya más distante, era al
humedal de La Tejera, una excursión de merienda. A un estanque con riesgo por
los lodos del fondo. Allí hubo quien se lanzó por una rana y metió la pata,
pero pudimos sacarle el calzado del barro para que volviera a casa con los pies
íntegros. Ahí, encontrábamos enánagos, que entonces creíamos culebras, pero no,
son lagartos sin patas, no venenosos. Nos permitían asustar a las chicas.
Alguna excursión, a veces buscada para
redondear la paga -no nos llegaba para comprar unos cigarrillos-, era ir a La
Punta con los reteles para los karramarros y nékoras y algún aparejo para
panchitos. Lo que caía ó picaba, tenía posible salida en Txiki, donde
Polvorilla,... y, a veces, hasta donde Conchi. No cogíamos caracoles de tierra:
entonces eso no se pagaba. Cada familia cogía y los guardaba para su consumo.
Otra de ésta clase, era ir a la
chatarrería de Cabieces con un saco de restos de metal que habíamos ido
recogiendo y escondiendo. El precio de la chatarra, si no era cobre, estaba por
los suelos. Ese se pagaba bien. Eso sí, la caminata la hacíamos sin pasar por
la cantera. La leyenda decía que por allí andaba "el sacamantecas", a
la caza de niños. La cantera ya no existe.
Esa época, eran días para "Black is
black", de Los Bravos; "Lola", de Los Brincos;... verano del 66.
Tiempo de vigilar a Takio y saltar el muro de la piscina nueva para darnos un
baño gratuito. El verano siguiente entrábamos por la puerta principal, ya como
socios. Ese carnet se constituyó en premio establecido por aprobar todo.
Aparte de retarles a disputar algún
partido, evitábamos desplazarnos a lugares donde había formada cuadrilla
importante. Cuestión de reparto de zonas de influencia: los de el Campo de la
Iglesia, los de Miramar, los de Buena Vista, los de Zomillo, los de la calle 18
de Julio, los de Ruperto Medina,...
No solíamos pasar a la margen derecha.
Poco, y ni por fiestas. Que recuerde, una vez a la Playa de Las Arenas; otra,
caminando por el muelle, hasta Ereaga. De hecho, fue ya con quince años, cuando
fuimos múltiples veces a una sala de juegos, situada en un sótano, en la calle
de Las Mercedes, creo. La primera vez que entramos allí, sonaba el "Come
together", de los Beatles.
Ya no estaba el Frontón La Estrella y no
pudimos asistir a la pelota ni a las matinales de boxeo, pero llegaban las
oportunidades de llegarnos hasta el Muelle Viejo, a El Siglo XX, a jugar a las
cartas y a tomar los primeros "mediocubas" y probar cerveza negra.
También era la época de ir asistiendo a las fiestas, a las verbenas, incluso a
las de San Cristóbal, en la iglesia vieja, y a las de San Jorge, en Santurce.
Para entonces, ya habíamos olvidado las
guerras a pedradas. No tengo marcas de cicatrices y no hablaré sobre esas
batallas con chicos de otros barrios. Las conversaciones bélicas de los mayores
en casa: -la guerra estaba reciente- y sobre los argelinos, que andaban a tiros
para echar a los franceses, quizá fueron motivo para nuestra anterior
belicosidad contra los de otras calles.
Lo más impactante, mirado desde la
distancia que proporciona el tiempo, es que compartíamos aula y pupitre con
muchos de ellos.
Una bajada, poco frecuente, eso sí, pero
recordada, era ir al convento de las clarisas a pedir los recortes sobrantes de
las formas que preparaban para las iglesias locales. No veíamos a nadie. Una
voz nos preguntaba qué deseábamos. Pedíamos esos recortes y nos las daban por
el tambor, por la cosa de la clausura. Era una merienda ligera que solíamos
tomar camino del Parque y "La punta" por el "Callejón del
muerto", donde la carpintería de Loizaga.
Tras esas peripecias, y alguna que otra,
llegábamos al momento de ir más lejos y coger el autobús para ir a bailar. Eso
sí, arrimados. Ya fuera al Brisa ó al guateque del Biotz Gaztea, en Santurce; a
La Jaula, en S. Ignacio; al guateque de La Salle, en Sestao; y de hacer alguna
escapada más ambiciosa, del estilo de la caminata que hicimos hasta Lejona -a
ver a Javi Bidea, que ya no vivía en El Ojillo-, pasando por Romo y Artaza,
para coger La Avanzada y llegar caminando hasta el caserío de su familia.
1969. Estábamos por X, ¿ quién era X ?.
Perdíamos la niñez. Algunos, más mayores, ya volaban lejos. Era tiempo de Santana
y de Led Zeppelin.
Pasado el primer afeitado, era hora de
nuestro primer batir de alas para volar lejos del nido familiar a buscar la
magia de El Ojillo en otros barrios y calles.
Martintxu
Las fotos de Eduardo Benito
corresponden al
Callejón del muerto y
a la calle Carlos VII con el convento
de las Siervas de María
visto por detrás.
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