Seguimos con otro de “los reportajes perdidos” de 1922 sobre el transbordador que está acompañado por esta fotografía con su caseta de madera en la parte de Las Arenas en la que estaba el motor que movía la barquilla, alimentado al principio con una caldera de vapor hasta que se implantaron los motores eléctricos:
El río avanza serpenteando entre estas exuberantes colinas y, por último, tras describir un meandro, aparece súbitamente en el mar. Las fuertes brisas marinas del golfo de Vizcaya disipan la niebla sucia de la industria, y el viajero sale de nuevo a la soleada España.
A ambas orillas de la desembocadura del río hay pueblos: Portugalete a la izquierda y Las Arenas a la derecha. El puente hermoso y raro que los conecta constituye un adecuado monumento para señalar la unión del Nervión con las aguas del Atlántico. Se llama el Puente Transbordador.
A ambos lados del río grandes torres de acero, parecidas a las de telégrafos, aún más grandes, de más de 60 metros de alto. Estas torres sostienen un ligero puente de hierro a 50 metros sobre el río, por debajo del cual pasan en ambas direcciones, día y noche, vapores de gran tamaño. De este puente cuelga un «transbordador volante» sujeto a una red de alambre fino, que es arrastrado adelante y atrás a lo ancho del río. Pende a escasos metros del agua.
Decidimos cruzar el río un domingo que había fiesta en Portugalete. Nos acercamos a la ventana y preguntamos:
Un billete de ida y vuelta, ¿cuánto es?
Dos perras gordas. –Así llaman los españoles a sus grandes monedas de cobre de diez céntimos.
Subimos al transbordador junto con unos setenta hombres y mujeres que se dirigían, entre risas, a la fiesta del otro lado. Sonó el silbato, se oyó la campana, la puerta de hierro se cerró con un chasquido y salimos suavemente por encima del río, vía aérea, por así decirlo. Alcanzamos la orilla opuesta en un minuto. A pesar de la brevedad fue un momento delicioso.
Las calles de Portugalete son angostas, y las pintorescas casas escalonadas se encaraman por la ladera, hasta que en la cumbre se yergue una iglesia gótica pequeña y encantadora, como ocurre en todas la poblaciones de España, que siempre dan la impresión de apiñarse en torno a una o dos iglesias para que las protejan. En Bilbao hay nada menos que 75 de estas protectoras.
Las Arenas, delante de Portugalete, es un pueblo moderno de casas costeras que se ha convertido en un afamado centro de vacaciones estivales. Su Club Marítimo cuenta con una agradable sede que domina la entrada del puerto, adonde por las tardes acuden los jóvenes bilbaínos a tomar chocolate, bailar y montar a jugar a los caballitos, más conocidos por su denominación francesa de petits chevaux.
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