El 8 de marzo
de 1901 tendría lugar la mayor catástrofe marina que se recuerda en nuestro
puerto, el hundimiento del vapor británico Avlona, que llenó de consternación a
los pueblos del Abra.
Embarrancado
en la escollera del rompeolas, una violenta explosión de su caldera, hizo que
en los días siguientes la costa se llenara con los cadáveres de sus 26
tripulantes y tres pasajeros. Junto al del capitán todos los cadáveres se
trasladaron al cementerio británico de Bilbao.
Este
accidente quedó marcado en la memoria de los marineros portugalujos de aquellos
años, Aquilino Urcullu, Deogracias Barañano, Nicolás Mendive, Aurelio Llanos o
Víctor Urrestarazu, “el buzo”, entonces ayudante de su padre, que lo
trasmitieron a la siguiente generación. Seguimos a Pedro Heredia que recogió su
relato:
“Tras aquella
triste noche del 8 de marzo de 1901, el “Avlona” quedó sumergido en la barra,
para cebo de los chatarreros. Urrestarazu que era el más audaz de los buzos de
aquella época, en que por las condiciones del puerto y muchas veces en mar
abierto, la profesión de buzo requería mucho temple y gran valor, acometió con
la primera bonanza del tiempo la empresa de salvar lo salvable de aquel
desgraciado navío que, perdiendo toda su tripulación en aquella noche trágica
dio además a la voracidad de las olas una presa fuera del rol: la mujer del capitán…
En aquellos
tiempos de la navegación heroica se auxiliaba el mando para dar órdenes, de una
campana colocada en el puente. En el Avlona su campana tañó triste en aquella
noche en su última orden de “¡Sálvese quien pueda!” que escucharía la
tripulación como el lúgubre sonar de la campana de una aldea en el día de difuntos…
¿Qué vería
Urrestarazu en aquella campana? No lo sabemos pero la campana fue rescatada y
no con destino a la chatarrería. El buzo la guardó para sí y la campana del
Avlona pasó de lo trágico a lo pintoresco. Urrestarazu que era un asiduo
chacolinero, asoció su campana a los castizos festejos que se organizaban en el
chacolí de don Félix Chávarri, en la travesía de la iglesia, en el que los
viejos marineros, entre anécdotas de su hazañas como colaboradores espontáneos
de la Junta de
Salvamento y dejando a un lado el brillo de sus condecoraciones, celebraban,
entre el paladeo de sabrosas cazuelas de bacalao, bien regado por los ricos
caldos obtenidos en los magníficos y hoy desaparecidos viñedos de la Villa , los últimos momentos
de un carnaval ya agonizante, preparando sus salidas a la calle a entonar las
coplas de “El entierro de la
Sardina ”.
En aquel
festejo carnavalero, un pequeño ataúd llevado a hombros de cuatro fornidos
marineros sobre el que iba clavada la simbólica sardina gallega, precedido de
varios faroles y seguido de otros marineros con sus ropas de agua y bicheros,
destacaba el sonido de lúgubre lamento de la campana del Avlona acompañando al coro
satirizando el orgullo de los potentados ante la medida igualatoria de la
Muerte.
Finalizado del desfile, la
campana volvía a casa del buzo hasta que finalmente éste lo cedió al
Hospital-Asilo de la Villa como ofrenda de los marineros.
Desde hoy hasta el 12 de junio, la citada campana presidirá la exposición sobre Naufragios que se inaugura en RIALIA.
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