El triforio, palabra proveniente del latín medieval triforium,
(tri, tres y foris vano, hueco, puerta) es un elemento
arquitectónico decorativo a base de series de ventanas, que se sitúa rodeando
las naves centrales, justo encima de las arcadas que dan a las naves laterales
en las grandes iglesias.
En el caso de Santa María de Portugalete las
ventanas del elegante triforio aparecen en grupos de 8, justo encima de cada
arco y rodean toda la nave, aunque por delante, en el ábside, se ocultan tras
el retablo y en la parte posterior finalizan al llegar al órgano, a la pared
del fondo, que es ciega. Las ventanas de este adorno arquitectónico son
gráciles y bellas y están trabajadas con meticulosidad, ofreciendo a la vista
un conjunto muy armonioso. Están compuestas por un vano superior de refinado
arco conopial y rematan el antepecho con figuras de cuadrifolio. El conjunto es
primoroso y dota a la iglesia de enorme vistosidad, aunque bien es cierto que
su construcción ha impedido que el tamaño del claristorio, los vanos que forman
las ventanas de la iglesia, sean más grandes y por ello, en líneas generales,
se puede decir que la iglesia adolece de cierta falta de luminosidad.
Al triforio se accede por una puerta situada en la
cabecera de la nave de la epístola, muy cerca de la sacristía y luego se trepa
por una empinada escalera de caracol por la que no caben dos personas a la vez.
Esta escalera, además de dar servicio al triforio,
es el único acceso para subir a las bóvedas. A las de las naves laterales se
entra por las puertas presentes en los estrechos pasillos del triforio y para
llegar a las altas bóvedas de la nave central hay que seguir subiendo hasta el
final de la escalera y se accede allí a un sobrecogedor espacio donde un
complejo monumental de vigas de madera sustenta los tejados. Esta escalera
discurre por una frágil construcción exterior al templo que ha dado siempre pie
a especulaciones. En algunas publicaciones se la relaciona con la primitiva
torre de la iglesia, anterior a la actual, de la que apenas hay noticias y de
la que se conoce el dato de que disponía de un reloj, pero parece poco
razonable colocar allí un reloj, orientado de espaldas a la población y donde
nadie podría verlo. Además, el reloj necesitaría de unas pesas que deben
transcurrir por un espacio diáfano que esta estrecha escalera no tiene. Cita
Pagoeta en su documentado libro: Portugalete y su Basílica de Sta. María, que
en el año 1591, sesenta y nueve carpinteros estuvieron trabajando en “la casa
del reloj y las campanas”… Basta una ojeada para darse cuenta de que en este
estrecho espacio no cabe imaginar una “casa para el reloj y las campanas” y es
difícil que puedan trabajar más de media docena de operarios a la vez.
Lo cierto es que la escalera del triforio y de
acceso a las bóvedas, al estar situada en el exterior del templo, cobra una
especial relevancia y su altiva imagen da pie a cálculos, aunque una vez bien
conocida, quede todo clarificado.
Javier López
Isla
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