Finalizamos hoy de trascribir los diversos fragmentos (se nos coló el cuarto ayer) de la conferencia de Oscar Álvarez Gila titulada De Portugalete al Caribe, que ofreció en el Hotel de Portugalete en 2004:
Pero llegó un momento en que la conquista americana tocó
a su fin. El dominio europeo de las Américas se convirtió en algo irreversible,
con los españoles asentados desde Florida y California hasta la Patagonia –por
cierto, haciendo una acotación, conviene recordar que fue igualmente un
portugalujo el primer europeo que llegó a California y la bautizó con este
nombre–. El desarrollo de la conquista también tuvo sus efectos para Cuba, y en
general para las Antillas. Desde que los conquistadores pusieron pie en el
continente, y una vez descubiertos y conquistados los antiguos imperios
mexicano y peruano, y otras regiones bien pobladas de indios y de riquezas, el
Caribe quedó casi despoblado.
Nadie quería ir a estas islas, demasiado cálidas y
en las que las oportunidades de riqueza eran muy pocas, comparadas con la
posibilidad de hacerse minero de oro y plata en Zacatecas o Potosí, obtener una
jugosa hacienda con sus indios encomendados en Perú, ser un potentado mercader
de Lima o México, o conseguir algún cargo o merced en la recién implantada
administración indiana. Todo era mejor que quedarse en unas tierras sin oro ni
horizontes.
Algunos, como aquel
comerciante Sancho de Salazar que
–según recoge Jon Bilbao– llegara en 1506 en su nao San Juan Bautista para dedicarse
al comercio ultramarino entre Europa y América, optarían por trasladar sus
bases y llevar el negocio a Veracruz, en las puertas de México.
Otros en cambio,
optaron a pesar de todo por permanecer en Cuba, donde ya se habían situado y
habían conseguido un puesto digno en la sociedad; como el matrimonio formado
por Lope de Arrereta y María Sánchez, ambos naturales de
Portugalete, que fallecerían en La Habana en 1546, dejando unos pequeños
legados para su familia, todavía residente en la villa. Pero éstos fueron los
menos.
Y llegó así una fase de decadencia para Cuba.
Decadencia que sólo fue aliviada por la posición estratégica de la isla. Todas
las comunicaciones entre España y América se hacían a través del Caribe, y el
puerto de La Habana se convirtió en paso obligado de todas las flotas
mercantiles que iban y venían desde y hacia Sevilla, punto desde donde se
centralizaba todo el comercio con América. Mientras las Antillas menores se
convirtieron en bases de otras potencias europeas, desde donde se atacaban los
convoyes, Cuba devino en una gran fortificación, y un gran astillero. Dentro
del sistema imperial, Cuba era una especie de gran portaaviones inmóvil, desde
el que controlar y proteger el paso de los barcos hacia Veracruz o Cartagena de
Indias. Comenzaba la época de los piratas del Caribe, y de las batallas por el
dominio de este mar.
Piratas, bucaneros, corsarios... por todos estos
nombres son conocidos, y a veces confundidos entre sí, como si fueran la misma
cosa. En términos legales poco tenían que ver un corsario, que atacaba y
atracaba naves enemigas en nombre de un país o un rey, con un pirata que no
tenía otra ley ni bandera que su propio beneficio. Pero en la práctica, sus
efectos eran similares. Desde la Tortuga, Jamaica, las Bahamas y otras islas
menores, los piratas partían como enjambres de mosquitos que, veloces, se
lanzaban al ataque de los flancos más débiles de las gigantescas flotas
españolas, haciéndose con alguna presa, y debatiéndose luego en rápida retirada
con su botín. Muchos eran los perjuicios que de esto obtenía la corona
española, de ahí su interés notable por contrarrestar sus efectos.
Hubo muchos y muy conocidos piratas vascos, de uno y
del otro lado de los Pirineos y también fue Portugalete puerto de aprestamiento
de corsarios, aunque su ámbito de actuación fue más modesto, pues
fundamentalmente hacían presas en el mar Cantábrico y zonas aledañas. Pero de
esta experiencia, surgieron capitanes que, por el conocimiento adquirido de la
lucha en la mar, acabarían militando en el otro bando, en el de los defensores
de la Armada española contra los ataques piráticos. Euskal Herria fue, de este
modo, cantera de numerosos y conocidos capitanes, contramaestres y almirantes,
de renombre en acciones en territorio americano. Y entre ellos, también hubo un
portugalujo sobradamente conocido: Martín de Vallecilla, que pertenecía a una
familia de marinos, y desde muy joven había participado en diversos hechos de
armas, por el Atlántico.
Pero su fama la obtendría cuando, en 1629, recibió
órdenes secretas en alta mar para expulsar a los ingleses de las Pequeñas
Antillas. Lo de recibir órdenes secretas era algo habitual, teniendo en cuenta
que existían espías en los principales puertos, que avisaban de todo gran
movimiento de flota y de los rumores que corrían sobre su destino.
De todos modos, hay que reconocer que esta acción,
como otras muchas tantas, de poco sirvió en sus objetivos últimos. Pensar lo
contrario sería absurdo, y que mientras siguiera existiendo el atractivo del
oro y la plata americanos, las Antillas seguirían atrayendo a sus costas a
gentes dispuestas a hacerse con sus riquezas, al precio que fuera, y la
piratería siguió existiendo, imperturbable, rehaciendo sus bases en respuesta a
cada victoria hispana. Sólo un cambio en la concepción de lo que era la riqueza
podía poner fin al periodo de los piratas del Caribe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario