El siglo XVI fue la
época de la conquista de América. Poco a poco, con golpes de fortuna en algunos
casos, laboriosamente en otros, y en ocasiones incluso bajo el peligro del
fracaso, los europeos se fueron haciendo con el dominio de buena parte del
continente americano. Castellanos y portugueses primero, y luego franceses,
ingleses, holandeses o escandinavos, se fueron asentando y fundando colonias en
toda la costa atlántica de América, sojuzgando o desplazando –esto, en el mejor
de los casos– a la población nativa.
Colón ya había
explorado sus costas, y en la escueta anotación que hizo en su diario de
navegación del cuarto viaje nos cita al grumete Diego
de Portugalete, indicando brevemente, que murió el 4 de
enero de 1503 en pleno viaje, cuando apenas avistaban las costas antillanas;
siendo así el primer portugalujo fallecido en Ultramar.
No sería hasta 1509
cuando los castellanos iniciarían la verdadera conquista, dirigida por Diego de
Velázquez, que recibió por ello el título de gobernador de la isla. El proceso,
repetido antes y después en otras conquistas, pasó por el asentamiento de los
recién llegados en nuevas ciudades, y el dominio pacífico o violento de los
naturales, que pasaban a ser repartidos como mano de obra para los
emprendimientos mercantiles y empresariales de los conquistadores.
Tras la caída
relativamente pronto de Cuba los inmigrantes comenzaron a afluir, y en las
islas de Cuba, Santo Domingo o Puerto Rico surgió una potente y primera
colonización; entre ellos, el segundo portugalujo que tenemos registrado en
América; Juan de Portugalete, del
que sólo sabemos que falleció en 1510 en San Juan de Puerto Rico, dejando
numerosas propiedades y mayores sueños de riqueza.
Muy pronto, la isla
de Cuba ganó en importancia estratégica, como base para el salto al continente.
Situada en pleno centro del Caribe, desde Cuba partían expediciones a Tierra
Firme –la actual Colombia–, Centroamérica, México y toda la costa sur de los
actuales Estados Unidos. Desde sus puertos se organizaron y partieron las
expediciones que, una tras otra, fueron conquistando nuevos países y regiones
para el imperio español.
No sería hasta la
segunda mitad del siglo XVI, cuando la Corona española decidía hacerse con su
dominio por razones puramente de índole militar. El 28 de Agosto de 1565, el
marino Pedro Menéndez de Avilés desembarcaba en La Florida, enviado por el rey
de España Felipe II con la orden de expulsar a un nutrido grupo de hugonotes
franceses que bajo el mando del corsario Jean Ribault pretendían ocuparlas.
Es en este momento
cuando nos topamos con el más famoso de los conquistadores portugalujos, el
capitán Sancho de Archiniega, nacido en Portugalete hacia 1531. Ante las
dificultades que Menéndez de Avilés, que acababa de fundar y atrincherarse en
la ciudad de San Agustín, el rey Felipe II decidió enviar en septiembre de
aquel mismo año un refuerzo de 1500 hombres, puestos al mando de “un experimentado capitán”, como se lo
comunicaba al propio Menéndez de Avilés: …y
havemos proveido por capitán general de ella al capitán Sancho de Achiniega, hombre experto y experimentado en las cosas de la
mar …
Como capitán
general de la nueva armada, por lo tanto, Sancho
de Archiniega tenía bajo su mando, no sólo a los 1500 hombres armados
aprestados en Sevilla, sino también una gran potestad política sobre los
territorios recién conquistados. En cierto modo, aunque la historiografía ha
primado el papel de Menéndez de Avilés en la conquista de Florida, de estas
palabras y cuidados lo que se deduce es que la corona confiaba más en las dotes
militares de Archiniega que en las del adelantado Avilés.
Y efectivamente así
sucedió, siendo su papel mucho mayor que el de un simple segundo de a bordo. De
hecho, durante cerca de tres años, Archiniega tuvo que recorrer de una lado
para otro todo el Caribe, en la mayor campaña militar nunca realizada hasta
entonces en la región.
Las tropas que se
aprestaban en Francia, efectivamente llegaron a América, pero su intención no
era quedarse sólo en la Florida, sino amenazar el resto de las posesiones
españolas, un objetivo mucho más atractivo. Por aquellos tiempos habían
comenzado los primeros ataques de piratas contra los convoyes de barcos que
regresaban a Europa cargados del oro y la plata americanas. Con sus hombres,
Archiniega fortificó y reforzó los puertos caribeños, al tiempo que libró
diversas batallas contra las fuerzas expedicionarias francesas; tal y como él
mismo cuenta, por poner un solo ejemplo, en un memorial de 1568.
Sancho de
Archiniega tuvo un éxito total con los objetivos de su expedición. Con la fama
obtenida y refrendada en la campaña del Caribe, una vez de regreso de las
Indias pasó a ser recompensado con nuevos méritos y puestos de honor y
responsabilidad en aquello que mejor conocía, el arte de la navegación, pues no
en vano –afirmaba Ciriquiáin–, “se había
criado, desde la niñez, en las naos de sus padres y en las suyas propias”.
Marzo 2004
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