ANA
VEGA PÉREZ DE ARLUCEA en sus HISTORIAS DE TRIPASAIS del CORREO de 29/9/2020
El 11 de mayo de 1901 un
anciano de 84 años redactó en Barcelona sus últimas voluntades. Entre
nombramientos de albaceas, legados a familiares políticos, sobrinos, ahijados o
fieles criados y demás disposiciones legales no olvidó incluir como beneficiario
de parte de su fortuna a su pueblo natal. Rico, viudo y sin hijos, Manuel
Calvo y Aguirre quiso que Portugalete –donde había nacido en 1816– heredara a
su muerte la casa que tenía en la villa jarrillera y otra en La Habana Vieja,
lugar en el que había residido más de seis décadas y llegado a ser uno de los
españoles más acaudalados de la isla.
Don Manuel ordenó en la
tercera cláusula de su testamento que Portugalete recibiera «la casa Hotel valorada en 400.000 pesetas y
la propiedad de la ubicada en la calle Aguiar nº 96 (La Habana) al fallecimiento
de su usufructuaria». En la primera de esas residencias se encuentra actualmente
el Gran Hotel Puente Colgante, heredero desde 2002 del palacete que el señor
Calvo y Aguirre mandó construir en 1869 en el Muelle Nuevo, junto a la ría.
El inmueble original se quemó en 1993 pero el solar ocupado sigue siendo el
mismo, igual que la misión de la finca sigue siendo también la misma con la que
se edificó: «para que el pueblo contase
con un grande hotel con sus anexos café y restaurante, atraedor de forasteros
en beneficio de los intereses generales del pueblo». Así lo especificó el
indiano en su testamento, añadiendo que los beneficios obtenidos por el
hotel se utilizarían para pagar las
«raciones de olla y pan que hay en el pueblo la caritativa costumbre de repartir
a diario entre los menesterosos y,
cuando esos productos excedan de diez mil pesetas anuales para la villa, la
mitad de ese exceso se dedicará al mismo objeto de raciones y la otra mitad a
ayudas de culto o reparaciones de la parroquia».
El establecimiento se
arrendaría a hosteleros de garantía que mantendrían las instalaciones en el
mejor estado posible, sin dedicarlas nada más que a hospedaje, café,
restaurante u otros servicios públicos. «Con
esto se cumplirán mis ideas de que la casa de Calvo sea un hotel y se llame
en el pueblo La Casa de los Pobres», decidió don Manuel. Tenía entonces
84 años y creía que su muerte estaba cerca. No contó con que el tiempo le daría
la oportunidad de ver sus deseos hechos realidad. Vivió tres años más, así que
decidió poner él mismo en marcha lo que en teoría tenía que ocurrir tras su
fallecimiento.
Manuel, hijo del capitán
de barco Matías Calvo y de la ondarresa afincada en Portugalete María Josefa
Aguirre, había salido en 1833 de su villa natal y se había hecho rico en
Cuba gracias a su espíritu emprendedor. De dependiente en una ferretería
pasó, gracias a sus conocimientos de náutica, a triunfar en el sector del
transporte marítimo. Íntimo amigo del marqués de Comillas, participó con él
tanto en la Compañía Trasatlántica Española (de la que llegó a ser
vicepresidente) como en el Banco Hispano Colonial, destacando también como
terrateniente y defensor de los intereses españoles en Cuba. El desastre del
98 le trajo de vuelta a Portugalete y a la casa que había construido años
atrás en el muelle, dividida entre su residencia privada y la parte destinada
desde 1872 a la hostelería.
La madre de Manuel,
conocida en Portugalete como Maripepa, había regentado desde principios y hasta
mediados del XIX una fonda en la esquina de la plaza del Solar, en una casa
propiedad de los marqueses de Villarreal de Burriel. La 'Posada vieja de Calvo' fue el humilde precedente que inspiró a su
hijo a destinar su palacete al turismo, alquilándolo primero a distintos
gerentes y cogiendo las riendas él mismo después. El quince de enero de 1902 el
Noticiero Bilbaíno avisaba a sus
lectores de que el famoso indiano portugalujo iba a reformar por completo el
edificio y destinaría «todos los
beneficios que en el hotel se obtengan a remediar las necesidades de los Asilos
y pobres de Portugalete,
instalando además en él un salón comedor donde a diario se distribuirán
raciones entre los más necesitados».
El establecimiento se
inauguró por todo lo alto y con los mayores lujos el 1 de junio de ese mismo
año, a la vez que su propietario declaraba su alegría por que Dios le hubiera
concedido una larga existencia y pudiera así «en persona ser útil a los desheredados de la fortuna» en su tierra
natal. Don Manuel murió el 16 de marzo de 1904. Siguiendo sus instrucciones
se constituyó la Fundación Manuel Calvo, que durante 60 años dio olla y pan
a los que no tenían qué comer y que a día de hoy sigue consagrada a fines sociales gracias al legado de aquel
indiano.
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