Como vimos en días pasados, había una tendencia, al llegar estas fiestas de carnaval, a ridiculizar al poder, ya fueran políticos, militares o religiosos, por lo que no es de extrañar que las dictaduras del siglo XX, tanto la de Primo de Rivera como la de Franco, los prohibieran.
Sin embargo hemos encontrado en el AHMP dos autorizaciones de bailes durante la dictadura de Primo de Rivera. La primera es de 1929 y la concedió el alcalde a la Sociedad Coral para celebrarlos en el Teatro, y la segunda de febrero de 1930, firmada directamente por el gobernador, a solicitud del Circulo Monárquico, que reproducimos.
Referente al final del carnaval con el entierro de la sardina, que tendrá lugar mañana, los que no vivimos durante la república tenemos la idea que nos relató Pedro Heredia, en uno de los libros de la Colección El mareómetro.
Fornidos marineros con sus ropas de agua, saliendo en cortejo del Chacolí, con una sardina gallega clavada en un pequeño ataúd, con grandes esquilones que daban un aspecto de lúgubre agonía al entierro y presididos por la enorme figura del buzo Guillermo Aldecosía (1870-1920) con la campana del Avlona, que todavía se conserva en el Hospital de San Juan Bautista.
Y por supuesto la canción: Una Cruz, una palma y un sepulcro…
Al encontrar el curioso documento que también presentamos, de unos jóvenes pidiendo al alcalde que les ceda unos pantalones blancos que se usaban en la tamborrada, volvemos sobre el texto de Heredia que nos recuerda también, que además de los viejos, con Aldecosía, estaba “la gente joven que se afanaba con sus ensayos coplísticos”.
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