Siguiendo con los personajes ilustres que nos han visitado, Daniel Docampo nos trae hoy a Manuel Silvela, recogiendo la curiosa descripción que nos dejó.
Manuel Silvela (1830‒1892) tuvo una amplia e importante carrera política que le hizo tomar asiento en los escaños del Congreso con diferentes partidos políticos. De joven, cultivó la literatura en artículos de diferentes publicaciones bajo el pseudónimo de Velisla (anagrama de su apellido) desplegando una prosa jovial y espontánea que recogió posteriormente bajo el título de ¡¡Sin nombre!! (1867).
En uno de esos artículos describe con cierta sorna la playa de la Villa:
“Portugalete, como pueblo, es muy lindo; como punto de baños una verdadera decepción. La vista del muelle es preciosa, el paso de la barra animadísimo, la población limpia, la campiña alegre, las calles buenas, excepto una, que pudiera llamarse la escala de Jacob(*), la fonda espaciosa, el café cómodo, la facilidad de comunicación excelente, pero la playa vale bien poco. Un púdico bando previene a que los dos sexos se bañen, sin excepción, a cuatro brazas de distancia uno del otro, y al primer golpe de vista la dimensión de ese momentáneo divorcio parece una bravata portuguesa atendida la estrechez de la playa, que además es rápida en su declive y tiene un oleaje que levanta la arena y hace tomar un baño de agua turbia. Excuso decir que esto no obstante, la linda señorita B., la hermosa señora C. y el rico capitalista D. y todas las letras del alfabeto, se bañan en Portugalete”.
(*) En el Génesis, Jacob sueña con una escalera que llega hasta el cielo desde donde ascienden y descienden los ángeles. Silvela llama así irónicamente a una calle muy empinada.
En 1898 en la visita que hizo Rafael Ramírez de Arellano dice:
ResponderEliminar“Para ir a la iglesia pueden tomarse desde la estación ferroviaria dos caminos. El uno, frente a la estación, es una cuesta sumamente pendiente, escueta, limpia de casas, metida entre dos muros; cuesta muy estrecha, muy quebrada y sobre todo muy perfumada y no de rosas ni claveles. Es verdad que desemboca en la misma iglesia, pero aconsejamos a los visitantes que abandonen aquel camino y, por la plaza del Ayuntamiento, busquen la calle Santa María, que aunque también son cuestas y dando algún rodeo, les llevará a la parroquia menos jadeantes y con el olfato menos fatigado”.
Supongo que se tratará de la misma calle empinada que cita Silvela, hoy desaparecida pues sobre ella se edificó la biblioteca municipal, que descendía al muelle viejo junto al actual bar Siglo XX.
Ref: La Villa en los últimos años del siglo XIX. Col. El mareómetro. Página 63.