Carmen Careaga que nos ha facilitado la fotografía de su
abuelo Placido Careaga y Gorostiza (1870- 1956) que fue sindico en 1902,
teniente Alcalde y Alcalde interino en 1904 y Alcalde en 1905, y del que
hablaremos en el próximo libro de El mareómetro, nos ha cedido un amplio cartel
con referencia a las relaciones de la Sociedad La Unión, de la que en 1902 era
presidente y Manuel Calvo.
En acuerdo de Junta de dicha sociedad de junio
de 1899, se dice que “cuando el desastre colonial el Sr. Calvo se retiró a su
pueblo” y siendo dueño de los locales que ocupaban deciden “darle la bienvenida
y ofrecerle las pequeñas comodidades y cortas distracciones con que cuenta la
Sociedad por si quiere utilizarlas”. El acuerdo se lo entregarían Mateo Retuerto
y Pablo Carranza.
Sin embargo sin ninguna explicación fueron
despedidos del local, cosa que creían que ya Calvo traía in mente, por lo que empezaron
a hacer gestiones para trasladarse al Café de la Plaza o al piso de “los remolcadores
bilbainos”. Al fracasar dichas gestiones y al llegar el plazo de desalojo, el
presidente de la Sociedad Placido Careaga se trasladó a Barcelona donde vivía
el indiano, pero a pesar de que tenía garantías de que le recibiría no fue así.
Este tema del desalojo con las dificultades
para trasladarse a otro local fue llevado a juicio.
Al llegar Calvo a Portugalete en 1902 y no
verle por el pueblo se corrió que era porque tenía miedo a “algún acto de
hostilidad de los socios” por lo que Careaga se apresuró a escribirle protestando
de “tan insidiosa explicación” y razonándole que la resistencia a abandonar los
locales “era hija de la necesidad y del buen deseo de conservar este centro de
unión y amistad entre los vecinos, a los que atribuimos la paz y armonía que
reina desde hace años en el pueblo y el haber extirpado esa lucha de bandos que
un día atormentó a Portugalete”. Pero como ya disponían de local dejaban a su
disposición su casa.
Esta carta debió suavizar la relación, pues al
día siguiente 15 de junio, Manuel Calvo les contesta en otra carta
disculpándose de haberles “estorbado” sin quererlo y les ofrece que sigan
reuniéndose “en el mismo local mejorado” para “continuar sus intimidades que
respeto y aplaudo” considerando que el local que hace de “alma del pueblo y de
Vds. casi su vida”, se hizo “para que el pueblo lo gozase y lo ofreciera a los
forasteros”
Suavizadas ya las relaciones y cuando el
Juzgado ya les había dado la razón a La Unión y habían encontrado local, el día
18 nuevamente otra carta de Calvo reconociendo que el nuevo local donde
pensaban trasladarse lo ocupaba “una señora que conozco y que lloraba” al tener
que mudarse aunque fuera con indemnización, cede pues reconoce que “no puedo
sacrificar mi dignidad, que me afano en conservar y no voy a destruir, ya al borde
de la tumba”.
Completaremos esta información en el próximo
libro de El mareómetro, en la que Manuel Calvo se convierte en socio de número
de la Sociedad, y en la que se repite en varias ocasiones que el local es para
todos, “para solaz y provecho que le de el pueblo y para bien recibir a los
visitantes”.
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