Era un cura inquieto y servicial. Ordenado sacerdote
en 1942, después de estar un año en la parroquia de Lamiako, se trasladó a
Robledo de Chavela en la sierra madrileña, porque faltaban allí sacerdotes.
Después se fue de misionero al desierto de Atacama, zona minera al norte de
Chile, y, a su vuelta, le destinaron a la parroquia de Bolueta, de donde pasó a
Portugalete como párroco de Santa María en 1961, sustituyendo a D. Angel de
Chopitea y Múgica.
Le tocó aplicar la reforma litúrgica y la separación
del poder político promovidos por el Concilio Vaticano II (1962–1965). Su
actividad pastoral fue muy diferente de la ejercida por Chopitea. No era amigo
de grandes solemnidades ni de procesiones masivas. En sus homilías hablaba a
mil personas como si fuesen un grupo de cuatro. Trataba con todo el mundo, con
los vencedores y con los vencidos en la guerra, con los de derechas y con los
de izquierdas. No quería ser secuestrado por ningún bando. La parte de la
población que había sido humillada y desprestigiada se encontró con un cura que
les aceptaba sin obligarles a ningún “trágala”.
Esta equidistancia le trajo problemas con el alcalde
José Manuel Esparza, nombrado en 1965, y con el obispado. Comenzó llevándose
bien con el ayuntamiento de forma que en sus bodas de plata sacerdotales (1967)
participó el alcalde. También estuvieron de acuerdo en el derribo de la Escuela
del Campo y la construcción de la casa parroquial. Pero, cuando la parroquia
suprimió las procesiones, Esparza escribió al Director General de Administración
Local en Madrid D. Fernando de Ibarra: “Suprimieron
la Procesión del Corpus, nada más que por no tener que invitar a las autoridades”.
Ahí empezó el distanciamiento.
El obispo Pablo Gúrpide, también estaba en desacuerdo
con D. Pablo y le castigó dos meses sin predicar porque desunía a la
feligresía. Su respuesta fue que el pueblo ya estaba desunido, que los curas
anteriores habían aumentado la desunión y que él intentaba un acercamiento a todos,
sin prejuicios políticos. Todos los curas seculares de la villa le apoyaron.
Al final, cansado de polémicas, en 1973, pidió su
traslado a una parroquia de Bilbao, lejos de las autoridades municipales. Fue
nombrado párroco de la Inmaculada y luego del Pilar. Jubilado, pasó los últimos
años en la casa de sacerdotes venerables de Begoña desde donde asistía como
capellán a la clínica Virgen Blanca. Murió con 90 años. Le hicimos un homenaje,
junto a Manolo el sacristán, en la parroquia de La Florida.
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