lunes, 19 de enero de 2015

D. PABLO BENGOECHEA ECHEVARRIA (Durango 1918–Begoña 2008)


 Era un cura inquieto y servicial. Ordenado sacerdote en 1942, después de estar un año en la parroquia de Lamiako, se trasladó a Robledo de Chavela en la sierra madrileña, porque faltaban allí sacerdotes. Después se fue de misionero al desierto de Atacama, zona minera al norte de Chile, y, a su vuelta, le destinaron a la parroquia de Bolueta, de donde pasó a Portugalete como párroco de Santa María en 1961, sustituyendo a D. Angel de Chopitea y Múgica.
Le tocó aplicar la reforma litúrgica y la separación del poder político promovidos por el Concilio Vaticano II (1962–1965). Su actividad pastoral fue muy diferente de la ejercida por Chopitea. No era amigo de grandes solemnidades ni de procesiones masivas. En sus homilías hablaba a mil personas como si fuesen un grupo de cuatro. Trataba con todo el mundo, con los vencedores y con los vencidos en la guerra, con los de derechas y con los de izquierdas. No quería ser secuestrado por ningún bando. La parte de la población que había sido humillada y desprestigiada se encontró con un cura que les aceptaba sin obligarles a ningún “trágala”.
Esta equidistancia le trajo problemas con el alcalde José Manuel Esparza, nombrado en 1965, y con el obispado. Comenzó llevándose bien con el ayuntamiento de forma que en sus bodas de plata sacerdotales (1967) participó el alcalde. También estuvieron de acuerdo en el derribo de la Escuela del Campo y la construcción de la casa parroquial. Pero, cuando la parroquia suprimió las procesiones, Esparza escribió al Director General de Administración Local en Madrid D. Fernando de Ibarra: “Suprimieron la Procesión del Corpus, nada más que por no tener que invitar a las autoridades”. Ahí empezó el distanciamiento.
El obispo Pablo Gúrpide, también estaba en desacuerdo con D. Pablo y le castigó dos meses sin predicar porque desunía a la feligresía. Su respuesta fue que el pueblo ya estaba desunido, que los curas anteriores habían aumentado la desunión y que él intentaba un acercamiento a todos, sin prejuicios políticos. Todos los curas seculares de la villa le apoyaron.
Al final, cansado de polémicas, en 1973, pidió su traslado a una parroquia de Bilbao, lejos de las autoridades municipales. Fue nombrado párroco de la Inmaculada y luego del Pilar. Jubilado, pasó los últimos años en la casa de sacerdotes venerables de Begoña desde donde asistía como capellán a la clínica Virgen Blanca. Murió con 90 años. Le hicimos un homenaje, junto a Manolo el sacristán, en la parroquia de La Florida.
Tasio Munarriz



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