En la historia de la parroquia de Santa
María, ha habido distintas etapas desde la jubilación de Angel Chopitea,
empezando por la que Tasio Munarriz llama Parroquia
revolucionaria (1961-1982), cuyo libro se puede leer en la Biblioteca
Digital, a la que siguió la etapa de 9 años con Txomin Bereciartúa de
párroco.
Txomin que fue el promotor de la Fundación El
Abra, editora de las publicaciones de El Mareómetro, de la que sigue siendo uno
de los tres miembros de su Patronato, nos dejó en su día unas reflexiones sobre
aquella etapa que hoy hemos considerado que pueden ser interesante recordarlas
pasadas ya dos décadas.
Damos comienzo pues a la primera de las
entradas, que hemos acompañado con la foto superior de nuestro
amigo y sus tres antecesores en el cargo de párrocos de Santa María, y que nos
gustaría completar recibiendo recuerdos y fotografías de aquella época:
José
Miguel Madariaga, párroco de la vecina Iglesia de San Nicolás de Algorta, buen
portugalujo él, se atenía como tal a la costumbre arraigada por la que todo
hijo de Portugalete está orgulloso de su Villa y admira entusiasmado su
Basílica de Santa María, que siente como algo propio. Y, como por aquellas
fechas había problemas serios en “su” Parroquia, no podía menos de lamentarse
constantemente ante nosotros de que la cosa se iba convirtiendo en un problema
cada vez más irresoluble y serio.
Había
sucedido lo que en otras muchas partes de la Iglesia vasca, que buscando la
encarnación de la Iglesia en el pueblo y el deseado “aggiornamento” promovido
por el Concilio, muchos Curas, actuaban desorientados entre el fuerte oleaje
que levantaba la tensa y enmarañada transición hacia una naciente democracia en
que estaba enfrascado nuestro País. La necesaria inculturización de la Iglesia
fue transformada en un compromiso con unas determinadas corrientes de acción y
opinión. Y faltaron ideas claras para asumir el cambio de una Iglesia de
Cristiandad a una Iglesia evangelizadora del mundo actual.
Mis
antecesores en Portugalete eran en verdad personas de gran valía y muy activas.
Habían iniciado su labor en los difíciles
momentos postreros de la Dictadura, habían entrado en esta dinámica y
revolucionaron la pastoral de la Parroquia de tal manera que la Comunidad
cristiana se resintió y se convirtió en un grupo de elegidos alrededor de un
cura. La Parroquia iba decayendo, el Obispado quería cambiar las cosas y ningún
cura se decidía a aceptar el reto de hacerse cargo de enderezar el entuerto.
La visión
de este panorama y los lamentos de mi vecino compañero, me empujaron a cerrar
los ojos y lanzarme al agua ofreciéndome para hacerme cargo de tan sufrida
Parroquia. Buscaron por un lado y por otro y, como nadie aceptaba el riesgo que
ello suponía, fui nombrado Cura Párroco de la misma, con Javier Martínez
Suescun como Coadjutor y compañero, el día quince de agosto de mil novecientos
ochenta y dos.
Dije sí a
la encomienda con tres condiciones que fueron aceptadas. Una la de residir
fuera de Portugalete, para salvaguardar mi salud mental al menos por las
noches. Otra que algún sacerdote hiciera de colchón entre los anteriores curas
y nosotros, para evitar tensiones y roces directos. Este compañero entregado y
decidido fue Agustín Jaureguibeitia que realizó perfectamente bien la misión
encomendada. La tercera fue el firmar por tan solo tres años, aunque esta mi
decisión tuvo luego una prórroga durante nueve años.
Entretanto
el Grupo de los fieles a los anteriores curas se movilizó, reunió firmas en su
favor y adoptó sus decisiones. Pero Javier y yo seguimos firmes en nuestra
decisión y a finales en agosto del lejano mil novecientos ochenta y dos
aterrizamos en Portugalete. Antes nos habíamos reunido con nuestro Obispo
Auxiliar, Juan Mari Uriarte, en una comida en la que hablamos de todo y, entre
otras cosas, me indicó que tuviera gran cuidado en la preparación de mis
homilías, ya que el anterior Párroco, que era todo un orador, había puesto el
techo muy alto.
Formábamos
los dos un buen equipo que entraba en una Parroquia desmantelada. Javier ya
conocía Portugalete desde que algunos años había estado como Coadjutor en la
Parroquia de San Cristóbal de Repélega. Yo llegaba a un lugar desconocido,
solamente mirado desde lejos cuando pasaba por Las Arenas camino de Getxo.
Volver a empezar es siempre duro y más cuando lo haces en un ambiente entre
hostil y gélido. El frío de la soledad, que sentimos allí durante algún tiempo,
es hoy un recuerdo agradable, al verlo como puerta de una vida que se fue
llenando a lo largo de los años.
Txomin fue párroco mío en Las Arenas, ¡No tenía ni idea de que anteriormente lo había sido en Portu!
ResponderEliminarQué gran hombre :D