Tras las dos entradas sobre los baños en
el dique, Jose Luis Garaizabal, nos
recuerda el artículo que escribió en el Programa de Fiestas de 1967, José Mª
Mendieta (Buenos Aires 1914-Portugalete 1970) con el título de EL DIQUE:
El Dique de nuestro pueblo evoca en los
portugalujos maduros, nostálgicos recuerdos de una niñez llena de peripecias
vividas en tan grato rincón local.
Observando la fotografía que ilustra
estas páginas (no la publicaron)
podemos darnos cuenta de lo muy distinto que era el Dique antiguo del actual.
Sin embargo, como fue allí donde desarrollaron las actividades los chavales de
entonces, nos parece encontrarnos en el mismo lugar.
En el Dique tenían su sede los
palangreros –los valientes palangreros– de los que solamente Dionisio del Campo (NISIO) continúa en la brecha. Allí se halla diariamente alistando los aparejos
que traen a la Villa el mejor pescado.
Cuando los palangreros y sus familiares
realizaban estas faenas, los peques portugalujos recogíamos los trozos de
reinal inservible para ellos e indispensable para nosotros. Uníamos los trozos
y ya teníamos el aparejo con que pescaríamos los carramarros que metíamos en
una lata de escabeche o un bote de pimientos, colocando sobre él una alpargata
y una piedra para que no se escapasen.
Allí aprendimos a nadar… y a guardar la
ropa. El bañador de entonces se llamaba taparrabos, en el Dique era considerado
prenda ineficaz, absurda y molesta.
El apto en natación se obtenía pasando
la banda. Pasar la banda era nadar de orilla a orilla y regresar al punto de
partida. Hecho esto, se había obtenido dicha calificación y en la calle del
calificado se decía: “Fulano ha pasado la banda, ya sabe nadar”, y el peque
entraba en su calle con más orgullo que Napoleón en ….
Por el Dique deambulaba frecuentemente
“Donini” (Isidro Martínez). Era éste
un hombre excéntrico y popular a quien exasperábamos cantándole desde lejos una
tonadilla con la siguiente letra: “Donini no pasa la banda, porque no sabe
nadar” y a continuación: “Foquinay falseta”.
La habilidad infantil era tan grande,
que jamás chaval alguno cayó en sus manos. Imagínense ustedes a un hombre
altísimo, gesticulando amenazante y soltando tacos de los gordos durante un
buen rato. ¿Bueno he dicho? No, malo.
Existían días de veda y días de grandes
acontecimientos. Los de veda eran aquellos de matanza en el matadero municipal
que coincidían con marea baja y las aguas se teñían de rojo sensiblemente. Los
de grandes acontecimientos, eran los días de llegada de barcos con carga de
coco para la jabonera de Tapia y Sobrino. Entonces el Dique tenía la mayor
concurrencia y las escuelas olían a coco que era una bendición.
Dos personas causaban admiración.
Hilarín (Pons), un peque que había
salvado a otro niño de perecer ahogado y a quien se había recompensado oficial
y públicamente (1925), y Tomasín (Prudencio Uribe-Echevarría), un joven
que buceaba asombrando a chicos y grandes. Él también, persona amable y buena,
cometía sus travesuras.
Se zambullía a la vista de todos y como
tenía unos pulmones a toda prueba, salía a considerable distancia con la cara
cubierta de fango, haciendo creer a quienes no le conocían que ya no salía
jamás. Después, limpia la cara, sonreía con beatífica sonrisa y los
espectadores, al comprobar la broma, premiaban la hazaña con una salva de
aplausos. Hoy sufre sordera a consecuencia de las inmersiones de entonces.
Otros asiduos al Dique, eran los boteros
portugalujos. Allí arranchaban sus embarcaciones para después, como soles,
brindarlas al pasaje de la Ría.
Barañano, Busturi, Gaviña, El Maño,
Julián Guerricaechevarría, Barbat, Alcalde, Eusebio “el maqueto”, Aurelio
Llanos y otros, fueron durante muchos años los auténticos bateleros del
Nervión, transbordando de Portugalete a Las Arenas a millares y millares de
personas cobrando cinco céntimos el viaje.
Limpios, relumbrantes, bronceados por el
sol, eran la nota más pintoresca de la Villa. Con sus trajes de dril azul cada
vez más claros y bonitos a consecuencia de las lavadas. Expertos con el remo y
el aparejo y de carácter alegre correspondiente a gentes honradas, trabajadoras
y sencillas.
Como en el Volga, el batelero sus
canciones y amenidades encantaban al pasaje…
“Y cuando
bogando va, va cantando el marinero,
aquello que yo
más quiero, en Portugalete está.”
En una fecha tan señalada como el día después de la Guia, fiesta a la que solía asistir con mi Aita Carlos Llanos Sierra, hijo de Aurelio Llanos Leguina, me ha emocionado ver a mi Aita a los remos del "Llanitos".
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