Como prometimos, ofrecemos uno de los recuerdos de infancia de José Mª Mendieta recogido en el Programa de Fiestas de 1966.
Todos los años, al iniciarse el mes de junio, acude a mi
memoria la fecha 23 de dicho mes, en que se quemaban en las calles los famosos
“calentines" de San Juan.
Mayo y junio, eran meses de notable actividad en expedición
a jaros. Las sebes de Vallonti, Fábrica de la Pólvora, las cerraduras de las
fincas, saúcos, endrinos y todo material combustible sólido, era demolido por
las hachas de las cuadrillas. Después, amarrado a fuertes cuerdas y
transportado con alborozo hasta los lugares de depósito, levantando gran
polvareda en los caminos y carreteras sin asfaltar.
Encima de la jarada, viajaban los chavalillos, mientras
tiraban de la cordada diez o más jóvenes, y no tan jóvenes otros. Durante el
trayecto, se relevaban las fuerzas de arrastre. Aquellas cabalgatas bulliciosas
eran un todo un afán de competencia a fin de conseguir la víspera de San Juan
el primer premio de los “calentines”.
En casi todas las casas del municipio, se guardaba todo un
arsenal de maderas, para entregarlo a los chavales que, indefectiblemente, acudirían
a recoger las sillas, mesas, armarios, escobas, todo ese material que durante
el año había constituido un estorbo en las viviendas, pero que, había que
conservar hasta mayo o junio, en colaboración al “calentín" de la calle.
La competencia por lograr el primer premio, era análoga a la
que existía en los equipos de fútbol callejeros. La rivalidad, llegaba a originar
fuertes altercados.
Se hacía guardia a la "jarada" por el día y por la
noche, conscientes de que todo era lícito para aumentar la propia y reducir la
ajena; desde quitársela al "enemigo", a prenderla fuego alevosamente
antes del día 23 de junio. El caso era triunfar por cualquier procedimiento. Lo
importante era, que la noche del 23 de junio, el "calentin" del Ojillo
fuese mayor que el del Muelle Viejo, de la Ranche, de General Castaños o de
cualquier otra calle.
Llegada la fecha, el fuego iluminaba todo el término
municipal mientras se danzaba y cantaba formando un círculo en torno a la
hoguera. La verdad es, que todos se hallaban interesados en el acontecimiento;
desde los más niños a los más ancianos. Recuerdo que las ruedas de churros, tan
grandes como las de bicicleta, costaban una peseta.
Y así mezclados, los humos de los "calentines" con
los humos de las churrerías, ambientaban la fiesta entre sones de txistu,
reinando por doquier el bienestar y concordia de los portugalujos. Ello hace,
que ante tan simpática tradición, acuda a nuestra memoria los tiempos en que
fuimos protagonistas en "jaradas" y "calentines"
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