Preparando
los personajes portugalujos del siglo XV que pueden figurar en el Diccionario
Biográfico Portugalujo hemos acabado seleccionando dentro de la saga
familiar de los Salazar, a tres de ellos como son Lope García de Salazar, “el cronista” que nos recordaba que "desde mi mocedad trabajé por tener libros e historias de los hechos del
mundo. Los hice buscar por las provincias
e casas de los reyes e príncipes cristianos, de allende la mar e de aquende por mis relaciones con mercaderes e mareantes", su nieto Ochoa de Salazar, el que realizó las obras de ampliación de la actual
casa torre, y su biznieto Lope García de Salazar
que estableció un legado testamentario para construir el monumental retablo de
la iglesia de Santa María.
En la vida de los tres hay un elemento común como fue el testamento que el
primero hizo de su mayorazgo origen de un pleito familiar que empezó a su
muerte en 1476 y que se alargó durante décadas hasta el siglo XVI.
En
el blog Ezagutu Barakaldo, del pasado
17 de mayo, nos informan que entre el papeleo
del voluminoso pleito sucesorio hay dos documentos que aportan noticias sobre
el euskera y que corresponden a los años 1504 y 1508 respectivamente, cuando
iba terminando la época medieval.
En la sala llamada Bizkaia de la
Real Chancillería de Valladolid litigaban entonces sus nietos Ochoa de Salazar,
el segundo preboste de Portugalete, y su primo, también Ochoa de Salazar, hijo
de Juan, quien finalmente se quedó con el solar de Muñatones.
En el primer texto, la parte del
preboste Ochoa solicitó de la Audiencia, para que se pudieran recoger las
declaraciones de los testigos en tierra encartada el que nombrara un receptor
que conociese el euskera «para que
entienda lo que los testigos le dixieren».
En el segundo, cuatro años después,
son las dos partes, quienes conjuntamente lo solicitaron, con deseo de
ahorrarse así un intérprete, razonando que «los
testigos que han de presentar son bascongados, que no entienden la lengua
castellana».
Y, como de paso, indicaban que tal
receptor pudiera ser el escribano de la propia Audiencia, Pedro de Hoz, pues
conocía el pleito, además del idioma.
De modo que nombrado de hecho por
aquella institución jurídica, posteriormente las declaraciones fueron tomadas
por dicho escribano, que las tradujo.
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