martes, 7 de febrero de 2023

RECUERDOS DEL SALTILLO: PEDRO SAN SEBASTIAN Y ANTONIA ABIEGA (2)

 


Seguimos con la entrada anterior de José Antonio Otxoa, que encabezamos con una imagen de una postal del Saltillo cuando su abuelo Pedro San Sebastián empezó a trabajar en él, en 1910, unos pocos años después de haberse comenzado las obras del relleno de la costa hasta Santurtzi. 

Mi tío Antonio, tenía en El Saltillo unas colmenas con abejas, debajo de unos enormes depósitos de agua y para mí era fantasmagórico verle con un enorme sombrero del que colgaban unas grandes redecillas, protectoras de las abejas y rodeado de humo que lanzaba con una máquina sobre las colmenas para tranquilizar a las abejas, cuando cambiaba los panales de miel.

Mi tío Antonio, su mujer Ángeles y sus cinco hijos, venían frecuentemente al Saltillo, especialmente Peru con quien yo jugaba. En esta casa vivieron también muchos años desde su boda el hermano de mi madre e hijo de Pedro, mi tío José Luis con su mujer Amelia e hija Mª Antonia.

Aunque pasaban menos tiempo en El Saltillo, también visitaban a los abuelos, su hijo mayor (sin contar con los dos que vivían en México), Jesús, con Clara y sus hijos Josu y José Antonio, que tenía el Ultramarinos “Sanse”, abajo entre Coscojales y la calle del Medio. Eran muy religiosos.

En cuanto a la historia del Saltillo, hay que dejar constancia que María Vallejo que murió en 1950, aconsejó a su hijo Pedro Galindez y Vallejo que lo donara a la Asociación benéfica Casa del Salvador y así lo hizo ese mismo año tras su muerte.

Para su nueva dedicación el palacio fue reformado, cubriendo sus fachadas decoradas, con ladrillo caravista. Como Hogar Saltillo los religiosos Amigonianos, de los Terciarios Capuchinos, cuidarían en él a jóvenes desestructurados. Al finalizar las obras a final de 1951 llegaron los cuatro primeros jóvenes provenientes de la Casa del Salvador de Amurrio. Sería unos meses después, en 1952, cuando se produjo la inauguración oficial con numerosas autoridades presididas por el ministro de justicia Antonio Iturmendi.

Al morir mi abuelo Pedro San Sebastián, en 1955, mi abuela y mis tíos José Luis y Mª Antonia que vivían allí, debían dejar la casa. Se habían apuntado para conseguir una vivienda en el grupo Miramar, en la parte alta tras la iglesia, pero su construcción era interminable como lo era el serial radiofónico de aquellos años, Diego Valor, con cuyo apodo se quedaron.

Intervino el recordado Peru Galindez y su mujer Mercedes Maiz, ofreciéndoles que siguieran hasta que se acabase la citada barriada, que sería tres años después, en que la familia se trasladó dejando su morada en la finca del Saltillo.

Finalizo estas líneas con algunos otros de mis recuerdos personales.

Desde una ventana de la casa de mi abuelo podía espiar con mi prima mayor, que vivía siempre allí, a los jovenzuelos de Auxilio Social colindante, que jugaban en un frontón. Me acuerdo especialmente de uno rubio llamado Octavio. (En la foto inferior el edificio de El Salto utilizado para Auxilio Social antes de su desaparición).

Desde allí iba a la playa, donde aprendí a nadar con 6 años y todo los días a la “Punta” del Muelle de Hierro, a pasear, coger karramarros velludos (eskarras), pescar con “aparejo” panchitos y a bañarme. Por cierto que había muchos karramarros “zapateros” no comestibles.

En mitad de esa época, desgraciadamente, apareció el famoso “petróleo” (por limpieza de tanques de barcos en el mismo Abra) que cubrió casi toda la superficie del agua y embarduñó las rocas, karramarros, la playa y todo.

Mis padre al casarse en 1930, vivieron allí un corto tiempo, y allí nació mi hermana Mª Rosario (1931), luego ya en Bilbao, mi otra hermana y yo en 1943 en una casa de La Orconera, en Lutxana, donde trabajaba mi padre, que murió en 1948.

De 1952 a 1958 (hasta los 15 años) yo venía en el tren desde Lutxana a diario al Colegio Santa María. Desde la estación antigua frente al ayuntamiento, subía por el Callejón del Muerto hasta el Colegio, por donde “Trole” (Del Horno) nos tiraba piedras al pasar desde una huerta superior. Después le he conocido un poco como gran nadador de la Náutica, y creo que es un gran tipo.

Desde la parada del mediodía del “cole” iba por el mismo callejón hasta Coscojales, donde estaba la carnicería de Cari, que me preparaba un filete de un cuarterón (125 grms.) de ternera y que llevaba al Saltillo a mi tía Amelia, quien me preparaba la comida y la merienda (chocolate o leche condensada cocida, “La Lechera”, con pan).

De años después, terminada ya la carrera de ingeniero, tengo otras anécdotas relacionadas con Pedro Galindez, entonces presidente de la Cámara de Comercio, pero eso es ya otra historia…



 

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