Recordando
a los txistularis portugalujos, nos encontramos con que tras pedir el retiro
por motivos de edad Benito Ocariz en 1930, es Luis López de Vergara, quien
figuraba ya en 1931 en la nómina del Ayuntamiento como empleado municipal
desempeñando el cargo de txistulari 1º, acompañado de Benjamín Hernández como
atabalero.
La
foto superior no muestra a Vergara en la portada de la revista Txistulari y
acompañando a Benito Ocariz, vestidos de gala.
Un
escrito de Vergara nos sirve para tener noticias de las “alboradas” en la
Villa, de la que nos habló hace tiempo el difunto Celes Vergara.
Lo
hemos encontrado en el Archivo Histórico Municipal y se trata de una denuncia que
hizo ante el alcalde, en 1933, por la que nos enteramos de que la existencia de
“alboradas” matutinas en las fiestas patronales eran a cargo exclusivo de los
txistularis municipales.
En
su exposición decía que en la Villa al igual que “era costumbre en todo el
país, en los días de fiestas titulares de cada pueblo, el txistulari municipal
era el encargado de hacer las alboradas al vecindario”.
En
este recorrido musical por las calles del pueblo a primera hora de la mañana,
prestaban una especial dedicación a determinadas casas de gente importante
portugaluja, tanto por su posición social, política o económica. Estas familias
que valoraban mucho el aspecto de distinción que representaba tenían
habitualmente con ellos un detalle que se acompañaba con dinero.
El
que las alboradas solo las diesen los txistularis municipales, según Vergara,
se debía a “ser esta costumbre una práctica establecida como complemento al
escaso sueldo que los tamborileros reciben por sus servicios de todos los
municipios; y tanto es así que son muchos los Ayuntamientos que tienen
reglamentada esta práctica de las alboradas en los contratos de servicios y
reglamentado también la percepción proporcional cuando son en la banda
municipal dos o más los tamborileros municipales que dan las alboradas”.
El
sueldo Vergara era de 750 ptas al año, por 360 de su atabalero, cuando el
organista Pedro Lizarraga cobraba 1.600 ptas o un guardia municipal, 2.840
ptas.
La
citada denuncia se debía a que el día de San Roque, Vergara había sorprendido a
otro txistulari de la banda de Música, Ignacio Aguirregabiria, dando también
alboradas, con lo cual él consideraba “atropellados sus derechos morales, ya
que no existen escritos” y para evitar que esto fuera un “caso inicial de
futuros abusos”. El alcalde decretó que no se permitiera tocar alboradas a
nadie que no fuera el “tamborilero municipal”.
Estas
“alboradas” que en la práctica son sinónimos de “dianas”, no tenían nada que ver
con la tradicional diana de los programas festivos donde encontramos a “la
Banda de Música con alegres dianas” (en 1931), “diana por los tamborileros”
(1932), o “pasacalles por la banda de tamborileros con cabezudos” (en 1934 y
1935), y que indudablemente tenían reminiscencias militares de cuando éstos
estaban acuartelados en la Villa.
***
Tras pasar esta noticia a Portugaleteko
Txistu Zaleak, Jon Iñaki nos indica: Los txistularis nunca hemos tocado marchas
militares al amanecer para que la tropa abandone la cama. Hemos tocado y
tocamos marchas al amanecer como pasacalles para dar un carácter festivo al despertar
de los convecinos.
Por su parte José Ignacio Ansorena
nos dice: Hablas de la diferencia entre dianas y alboradas. Es cierto que en
español, diccionario de la RAE, en algunas de sus acepciones son términos
sinónimos. Y en la música en general también. Pero entre txistularis la palabra
alborada tenía una acepción concreta, algo distinta.
Se trataba de la serenata que en
un día señalado para determinadas personas notables de la localidad (su
onomástica en general, pero también la boda de una hija, el agasajo a un
invitado excepcional...) ofrecían los tamborileros en el portal o bajo el
balcón de la casa. Y en estos casos, el nexo con el horario matutino
desaparecía. Es decir, lo habitual es que se realizarán en las sobremesas. Los
txistularis se acercaban a la casa, interpretaban sus piezas y eran agasajados
con café, copa y puro, o con dulces, además de una suculenta propina.
Hasta tal punto era esto así, que
los ayuntamientos en los contratos de los tamborileros municipales tenían
reglamentado este aspecto. Hasta el tanto por ciento que del dinero recaudado
se llevaba cada miembro del grupo (primero el que más, el atabalero el que
menos), para evitar discusiones que llegaron a ser frecuentes. En San Sebastián
esta costumbre se ha mantenido hasta el año 1965 aproximadamente. Los nuevos
txistularis seguimos llevando a cabo tan solo para familiares y amigos, o por
alguna petición especial, pero nunca a cambio de dinero. Sin embargo, hasta
esas fechas aproximadamente era práctica habitual y sus ingresos constituían
una parte importante del sueldo del txistulari. Algo así como las propinas de
los camareros actuales. Y desde luego en Portugalete, como en todas partes los
txistularis las interpretaban.
Todavía hoy en día muchas
personas me recuerdan que en su infancia los txistularis iban a su casa a dar
la alborada por el santo de su madre o su padre. Los días de San Ignacio, Santo
Tomás, San José y otros santos de mucha
aceptación, Isidro Ansorena y su banda solían usar un taxi para ir de uno a
otro lugar, pues no daban abasto, lo que también da idea del volumen económico
que se barajaba. Sobre esta actividad hay anécdotas muy graciosas. En la
revista Txistulari número 149, en la
página 48 tenéis una de ellas.
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