martes, 9 de abril de 2019

LAS LAVANDERAS PORTUGALUJAS EN EL SIGLO XIX





El estudio de este “oficio tradicional de la mujer” existente en la sociedad antigua desde sus inicios dentro de las tareas domésticas, y que tuvo un especial desarrollo en el siglo XIX y XX, está todavía sin realizar entre nosotros.

Estamos ante u
no de los oficios más duros que tuvieron que afrontar las mujeres, llamándole poderosamente la atención al doctor Escorihuela cuando se estableció en la Villa, al constatar que “las lavanderas verifican la limpieza de las ropas, en todo tiempo metidas las piernas en el agua, descalzas y mojando y dando golpes a la ropa contra la piedra, siendo raro que no les produzca este ejercicio afección alguna, estando todo el día y todos los días del año, las que lo tienen por oficio, incluso los días en que tienen el flujo catomenial. También tiene la costumbre de llevar las cargas en la cabeza, cargas pesadas con las que andan dos y tres leguas…

La trasformación de la sociedad había hecho que a principio del siglo XIX se produjera una demanda de este servicio, especializándose algunas en este oficio. En el padrón de 1824 encontramos a la primera portugaluja que declara ejercer el “oficio de lavandera” y era Manuela Ríos, con domicilio en la calle Coscojales y que todavía con 60 años y viuda estaría en activo, junto con otras tres mujeres como eran María de la Peña de 50 años, Mª Antonia de Uría de 48 años, que natural de Getxo llevaba 9 años viviendo en la Villa y Micaela González de 40 años.

El lavadero público cubierto en aquellos años estaba en el comienzo de la calle Coscojales en su parte más baja, junto al matadero, en cuyo solar hoy está el edificio del Mercado al que se le abrió luego un pozo con bomba para extraer el agua que era algo salobre.

También había otros puntos para lavar junto a fuentes como La Canilla, el Ojillo o los barrios de Repelega y los Hoyos.

En las épocas de escasez de agua se recurría al riachuelo de Ballonti o al otro lado de la ría en el Gobela, como vimos en una entrada anterior, y sobre todo en este caso en épocas de epidemias, sin olvidar el último recurso de lavar en el agua del mar.

Un agosto de 1888 un vecino se quejaba desde las páginas del Noticiero Bilbaino, de la gran escasez de agua por lo que “una persona que yo conozco, solo por esta necesidad, tiene que disponer de dos criadas para las coladas y jabonaduras”, y que la solución para muchas amas de casa y jóvenes era la de acudir al Gobela, Sestao, Santurce o al río de Galindo, porque de no haber sido así “en algunas casas de mucha familia y de cortos recursos, la miseria les hubiera comido.”

Estamos a final de siglo, la Villa va creciendo con una importante clase burguesa, lo que llevó al ayuntamiento, velando por la sanidad pública, a la construcción de un edificio mas amplio de lavadero en la falda de San Roque en 1889 y ante el crecimiento del barrio obrero de Azeta, en 1893 levantó otro junto a la carretera bajo el colegio del Carmen.

El número de mujeres que atendían a la burguesía portugaluja era también importante y se hallaban organizadas, como lo demuestra un escrito firmado por mujeres “de oficio lavanderas”, en 1900, solicitando al Ayuntamiento “poder jabonar la ropa en la campa del Cristo” y como muchos de sus clientes vivían en invierno en Bilbao, “que se les permita también traer ropa de alli”, algo que al parecer estaba prohibido.

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La foto superior corresponde a un grupo de mujeres que usaba el lavadero de la Campa de San Roque en los años 40 del siglo pasado. Bajo estas líneas la situación del lavadero cubierto existente en 1879 en la parte inferior de la calle Coscojales, según un plano del Archivo Histórico Municipal.




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