Seguramente,
alguna de las escenas que os propongo y planteo, ya no existen. Bien, revivamos
entre todos esos recuerdos escondidos, ó mal archivados.
Cerca de la casa
de mi abuela Martina, en el Ojillo, bajando, a la izquierda, se encontraba la
Campa del Moral, donde ese árbol, que a mis ojos de cinco/seis años resultaba
inmenso, presidía un amplio espacio libre, que frecuentábamos en nuestros
juegos infantiles.
Bueno, libre,
libre,... no, no del todo: en mi memoria encuentro allí uno de los camiones de
reparto de las gaseosas de Sirimiri-Berriatúa, que, por alguna avería no
reparable, quedó allí varado y que fue atracción para subirnos encima, saltar,...
Todavía permanece en mi memoria el olor en el interior de la cabina.
Allí fueron
montados algunos calentines de San Juan, creo que viví tres, uno de ellos me
dejó huella -una quemadura en la rodilla por una goma ardiente-, era de una
botella de gaseosa. Poco después, los picos, las palas, la ferralla, la
hormigonera, los tablones de encofrar y los montones de arena y grava, tomaron
posesión para llenar el solar de viviendas. Poco a poco, perdíamos explanadas,
campas,...
Por esas fechas
llegaban el ladrillo y el cemento a Portugalete. Se iba el tranvía y una
"aplastapiedras" de vapor tapizaba El Ojillo con asfalto. Dejaba de
ser nuestra calle.
Eran los
primeros sesenta, y, poco después, me parece, los munícipes harían poner
terreno duro también en la calle de Carlos VII donde, en su parte alta, por el
lado de la izquierda, pasado Ruperto Medina, se encontraban algunas viviendas
unifamiliares con jardín.
Siguiendo de
frente y pasado el cementerio, podíamos encontrar los invernaderos de la
familia Basáñez, ahora con comercio de
flores. También en ese paraje, frente al
cementerio y pasando la carretera, podíamos tomar un caminillo que recorría las
huertas que ahora están ocupadas por el polígono de Manzano. Había algunos
cerezos buenos e higueras.
Al principio de
esa calle, y más bien en General Castaños, hubo un poste de gasolina. Antes,
hubo otro en el cruce de El Cristo, pero de ese no poseo recuerdo. El que cito,
no tenía máquina, sino una bomba aspirante-impelente movida por una manivela,
que llenaba un cilindro transparente hasta los litros indicados por el cliente
y que, a la inversa, empujaba el líquido hacia el depósito del automóvil.
Si el vehículo
era una moto, el combustible lo pasaban a una regadera en la que habían añadido
previamente el contenido de un bote de aceite lubricante y luego al tanquecillo
de la moto. Para el año 70, ese poste ya no estaba, las gasolineras se iban
hacia la periferia. Y la periferia también iba desapareciendo.
He dicho antes
Gallarta, y me vienen a la memoria los autobuses de dos pisos que daban ese
servicio. Se entraba por la puerta trasera, que el cobrador abría con una
palanca y tenía su puesto con la cartera de librillos de billetes para el viaje
y el cajón para los dineros.
(continuará)
Martintxu
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