En
la segunda entrada de este tema ya hicimos referencia a San Jerónimo y su
asimilación de los evangelistas a los símbolos del Tetramorfos.
No
es hasta el siglo V, después del Concilio de Hipona en el 393, una vez incluido
el Apocalipsis entre los libros revelados en el Nuevo Testamento, cuando
aparecen las primeras representaciones de los evangelistas con su símbolo
característico. Una de las más antiguas, siglo V, es la de la cúpula del
mausoleo de Gala Placidia (una hija de Teodosio el grande), en Rávena.
Para
ilustrar este artículo hemos elegido, con fotos de Natxo Pedrosa, las magníficas tallas del retablo mayor de la
Basílica portugaluja debidas a la mano maestra del taller de los Beaugrant sin
podérselas adjudicar con seguridad, bien al hermano mayor Guiot o a Juan, el
segundo, el que continuó con la obra de su hermano una vez fallecido este en
Elvillar, pueblo de la Rioja alavesa
hacia 1550 (fechas en las que se puso en construcción nuestro fabuloso retablo)
un Bien de Interés Cultural con categoría de monumento. Están situadas en el
banco, (el primero de los pisos) y llaman la atención por su serena belleza y
perfección artística.
A
San Mateo se le asocia con el hombre, (en este caso un niño que le sujeta el libro
de su evangelio), ya que su relato es el que pone más interés en caracterizar a
Cristo como el Mesías, el Rey de los Judíos y por ello comienza su escritura
exponiendo la genealogía del Salvador, describiendo más sus aspectos humanos y
algo menos aquellos otros referidos a su divinidad.
En
la anterior entrada ya señalamos que aunque en algunas ocasiones se le
represente al acompañante con alas, no se trata de un ángel sino de un hombre.
A
San Marcos se le vincula con el león porque era oriundo de Jerusalén (el león
es su emblema) y porque su evangelio comienza
presentando a Juan el Bautista, a
quien se define como “la Voz que clama en el desierto”, que es fácilmente
reconocible como la del citado animal. En el caso del de la Basílica, el animal
a los pies del evangelista presenta un extraño escorzo pues está girado como
queriendo mirarle a la cara. Con objeto de poder disfrutarlo con más comodidad
lo presentamos visto de lado, aunque las garras en el suelo nos sitúan y nos sirven
como punto de referencia. San Marcos es el único de los cuatro del retablo que
no lleva el libro sagrado (y que posiblemente llevaría en la mano que le
falta).
El
animal que representa a San Juan es el águila. Todos opinan que el evangelio de
San Juan es el más teológico y abstracto de los cuatro y que por ello se eleva
sobre los demás y una forma clara de representarlo es asociándolo a la reina de
las aves. Una reina de las aves, en este caso con una de sus patas en el suelo y
la otra levantada y que por cierto está deteriorada con los años.
Estamos hablando de unas imágenes talladas por
los Beaugrant hacia 1550, hace casi cinco siglos. El evangelio de San Juan es
el único texto no sinóptico, no parecido a los otros tres, y se considera como
el que tiene mayores referencias místicas entre los cuatro.
A
San Lucas le simboliza el toro, debido a que su evangelio comienza con el
sacrificio de Zacarías, padre de San Juan Bautista y el toro es un animal propio
para los sacrificios. Al igual que en el caso del águila, parece que el toro tiene
roto el cuerno inferior, pero lo que creíamos que era un cuerno en realidad es
una oreja algo dañada, y pudimos comprobar que el cuerno, que estuvo situado
justo encima y hacía pareja con el que queda, ha desaparecido de la testuz y
solo se aprecia un clavo metálico en el muñón, que marca
el anclaje donde estuvo situado.
Raramente, aparece también un pequeño cuadro con la imagen de la Virgen y el niño junto al
evangelista, ya que la tradición dice que fue él el primero que plasmó de manera
figurativa la imagen de María. Aquí no está.
Javier
López Isla
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